Cien días // Cambios y errores
ranscurrido el primer centenar de días de gobierno efectivo con Andrés Manuel López Obrador como presidente, una cosa es indiscutible: el país no podía seguir igual en el terreno del mercado enloquecido, de la corrupción, del neoliberalismo.
Claro que los nostálgicos de la transa, los que prefieren el mercado voraz como gobierno, han encontrado en este ejercicio –el de hacer un informe de los primeros 100 días– otro pretexto para lloriquear por lo que pueden perder –y por lo que han perdido–, y en su inalienable derecho al pataleo buscan minimizar su fracaso, porque no aceptan que por fin el país empieza a cambiar.
Esto de ninguna manera pretende ignorar que el cambio es un camino que no está exento de errores. Hoy los ojos de todos están más que abiertos porque las expectativas por dejar atrás el largo periodo en el que se difuminó el gobierno tiene que concluir, y es por eso que los errores, las fallas, por pequeñas que sean, se engrandecen. No hay lugar para el yerro.
Hoy hay muchos arrepentidos. La cantidad de gente que ahora tiene que afrontar las decisiones desfavorables del gobierno por el que votó es considerable. Los desempleados por el cierre de proyectos tan importantes como el aeropuerto, y en general quienes no entendieron que vivían dentro de un tumor, se quejan y tienen razón.
Frente al combate a la corrupción que deja a muchas personas sin empleo no hay un plan de reasignación de puestos de trabajo, y esto ha lastimado a muchas más personas de las que supone el gobierno, que de pronto parece cerrar los ojos a los errores que comete, y esto, los errores, también son parte de los 100 días.
Claro que habrá quienes aseguren que después de los ataques de los nostálgicos no tiene ningún caso el autoflagelo, pero el reconocimiento de las fallas también es política, porque entre otras cosas admite la posibilidad de remediarlas, y se mejora para hacer un gobierno más favorable a la gente.
El aviso ya está aquí; éste no será la continuación del gobierno del mercado. La autoridad que dio el voto se hará valer para darle dirección al país que bordea el abismo. Definir gobierno es definir mandato, y en las urnas no se votó por repartir el poder entre estos o aquellos. Se votó por una forma de gobierno quizá hasta más radical que lo que ahora hemos visto, y el sufragio fue aplastante.
Se trata de devolverle a México la idea de la justicia. Que nadie se espante, este gobierno nada tiene que ver con el socialismo, pero busca, eso sí, terminar con las desigualdades, y eso es lo que en muchos sectores de la población no se soporta o no se entiende. Navegar por el derrotero que se impuso en los pasados 30 años era tomar el rumbo del abismo, y sólo los nostálgicos de la transa pueden suponer que el suicidio es el camino.
De pasadita
El próximo domingo, en el Auditorio Nacional, la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, informará de la primera centena de días comandando esta ciudad. De Claudia se esperan muchas cosas, pero una de ellas, tal vez la más ansiada, es la de la franqueza, y con ella la de la autocrítica.
Claudia debe enfrentar a Sheinbaum porque requiere ofrecer certeza en la conducción de un ciudad que está muy dañada y que hoy no admite una evaluación de gobierno a fondo porque aún no se termina de limpiar el escenario que dejó la administración pasada. Son tiempos de reconstrucción, de iniciar un proyecto realista que ponga cada caso en su lugar. Los anuncios de la desgracia que vengan todos los que sean necesarios, pero los remedios ya son urgentes. Más acciones, más resultados de las investigaciones.