En entrevista, Claudio Lomnitz, colaborador de La Jornada, explica la génesis de su obra más reciente, Nuestra América (FCE), y cómo rescata la memoria del olvido
Martes 12 de marzo de 2019, p. 4
La memoria como ancla ante la velocidad del mundo moderno, pero también como esa microhistoria que da forma a la Historia, con mayúscula. De ahí parte el antropólogo Claudio Lomnitz en su obra más reciente, Nuestra América, en la cual narra la parte de la vida familiar alusiva a sus abuelos, que al mismo tiempo atraviesa el devenir de los imperios ruso y austro-húngaro, la entonces Unión Soviética y Rumania, su migración a Perú y Colombia y se teje también con la de Israel, Estados Unidos, Chile y México.
Lomnitz (Santiago de Chile, 1957) sostiene: ‘‘No puedo llegar y decir: ‘mi memoria es la historia’, porque aquélla no es la historia, mi memoria está involucrada con la historia; tiene que ver con ella y tiene una relación íntima. Puede ser interesante para los lectores, porque creo que muchos confundimos la memoria con la historia: creemos que porque rescatamos la memoria de nuestros padres, nuestros abuelos, de los ancianos, estamos rescatando la historia: lo que rescatamos es la vivencia que queda de la historia y eso es diferente”.
A todo mundo le da por escribir historia familiar
En Nuestra América, libro publicado por el Fondo de Cultura Económica (FCE), ‘‘rescato la historia y la memoria, porque mucha de la memoria es olvido: el silencio en torno a alguna cosa puede ser muy significativo, puede decir mucho. Para mí significa algo que mi papá no haya querido contarme que a su abuelo lo mataron, pero para eso tengo que saber que lo mataron; entonces, sí te tienes que meter en la historia’’, explica en entrevista con La Jornada.
‘‘No sé mucho de sicología, pero me interesa como a todos. Sicólogos y sociólogos se refieren al constante desplazamiento de la memoria, de lo que presentamos, hay constante ocultamiento y revelación, hablamos de una cosa pero no de la otra.”
Este trabajo editorial, incluido en la colección Tierra Firme, es quizás el más complejo de explicar, añade Lomnitz.
‘‘Es el más personal, aunque cualquier cosa que uno escriba siempre al final es un poco personal, pero las motivaciones son complicadas en este libro porque algunas son bastante privadas, mías, o de impresiones mías hacia mis hijos, y otras sí son para una colectividad amplia; por eso se publica, tiene también en mente un lector general.”
Y explica: ‘‘A todo mundo le da por escribir historia familiar o por lo menos recoger, guardar, fotografiar, conservar algunos objetos. ¿Por qué hoy tenemos esa preocupación y antes no? En los siglos XVII, XVIII o XIX las memorias familiares son rarísimas, los diarios son escasos. Las memorias suelen salir históricamente entre generaciones que se tienen que autojustificar, son cosas escasas a las que generalmente acudían personajes públicos que estaban en la desgracia o habían vivido algún evento digno de ser recordado.
‘‘Hoy ya no; hoy todo mundo quiere hablar de su abuelita, y todo mundo quiere contar cómo era la vida en su pueblo, su colonia, su barrio, aunque sea lo más normal. Y creo que el cambio se debe –y hablo un poco de esto en el libro– a que estamos más dislocados que antes, nuestras historias se parecen un poco menos a las de nuestros vecinos porque hay mucha migración.
‘‘Creo que la migración tiene mucho que ver, hay bastante movilidad laboral sobre todo intergeneracional, podemos querer contar la historia porque hoy somos un joven de universitario y resulta que tu abuelo era un campesino que sembraba una milpa y tú ya no conoces una milpa, quieres preservar eso que es para ti un mundo que se acabó; entonces, está el tema del movimiento, tanto en el espacio –migración– como el movimiento laboral intergeneracional.”
Repercusiones de los cambios tecnológicos
La transformación tecnológica también tiene mucho que ver y el nivel de cambios es tal ‘‘que la historia familiar empieza a convertirse en un quehacer que le interesa a muchísimas personas porque queremos preservar las cosas”, sostiene el colaborador de La Jornada.
En el caso de Nuestra América, ‘‘es la historia principalmente de mis abuelos maternos, aunque hay algo de la historia de mi padre y de su familia, pero entra algo que puede interesar a un público más general: estos abuelos nacieron al principio del siglo XX y murieron en los años 70 del siglo pasado. El libro termina con la muerte de mi abuelo, que es en ese año; entonces es una historia del siglo XX pero también intelectual y cultural de América del Sur, y de la relación entre los migrantes y la historia cultural local, en este caso son migrantes judíos”. Llegan a Lima y su devenir se mezcla con la historia intelectual al pertenecer al círculo del escritor y periodista José Carlos Mariátegui. Por eso, ‘‘sí se necesita trabajar juntas la memoria y la historia. Hay historiadores a los que no les interesa la memoria, porque piensan que está llena de errores y falsedades. Sí, lo está, pero ese es el chiste, la memoria para mí es determinante y este libro está lleno de memoria: no se entiende cómo se procesa la historia si no es a través de la memoria; no entiendes cómo se vive si no a través de la memoria.
‘‘Para mí la memoria es fundamental y en este libro lo es para entender la historia como experiencia, y no nada más como una serie de datos respecto de lo que sucedió.”
La memoria hace que las personas se interesen en la historia. ‘‘Y eso es fundamental”.