Opinión
Ver día anteriorMiércoles 9 de enero de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Diversificación crítica
U

na vez que el catastrofismo rindió magros frutos para doblegar los ímpetus transformadores, la crítica contra el imberbe gobierno parece cambiar de sustancia y rumbo. Las rotundas negativas a aceptar que el ahorro de dispendios (austeridad) y latrocinios a evitar (honestidad) ayudarían a financiar los nuevos y ambiciosos programas sociales, fue el arranque de la espesa numerología contrapuesta. Le siguieron fumarolas de salidas de capital, desequilibrios económicos inmediatos que, sin penas ni gritos adicionales, se esfumaron por completo. El presupuesto fue esperado con ansias para certificar tanto incompetencia como inconsistencias con lo prometido. Las opiniones de los centros bancarios de observación financiera, numerosos análisis favorables actuaron como efectivo antídoto al deseo opositor que entrevió y pronosticó crisis en puerta. Las pérdidas por la cancelación del aeropuerto de Texcoco fue y ha sido, punto medular para ensayar especulaciones cifradas que rayan en lo fantástico. El arreglo con constructores y bonistas externos introdujo calma en los mercados muy a pesar del griterío mediático. Los costos futuros, crecientes y masivos por continuar la faraónica obra, tendrían que correr a cargo del erario lo cual era, por completo, inconveniente e inaceptable. Se puede y debe construir un nuevo y necesario aeropuerto sin tales ataduras financieras y ya se empezaron los planes y previsiones para concretarlo.

Ahora, después de la trifulca de futurología numérica, se ensaya con renovada enjundia opositora explorar, con seguridades plasmadas al pie de página, ir a la profundidad sicológica del núcleo impulsor del cambio: Andrés Manuel López Obrador. Y no sólo de él, sus visiones, actitudes y narrativa, sino la de todo el conjunto político y administrativo que lo acompaña en esa tarea para cambiar el régimen. Son estos seguidores y acompañantes una grey que se define, desde múltiples voces de lucidez incontestable, como doblegada ante la severidad del pensamiento único que dimana desde la cúspide del poder concentrado. Se afirma, con simpleza y mala fe, que se han congregado al derredor de un nuevo y santo grial centrípeto y autoritario. Entonan estos supuestos acólitos morenos, después de cada conferencia ritual y mañanera, cánticos de redención y salvamento acríticos. Los arrestos que dimanan del núcleo de poder se asumen como provenientes de los cielos. Los mandatos, juzgados inapelables, de simplón y repetitivo formato, no sólo se desparraman sobre los individuos, sino que, alegan presurosos, tocan el alma misma de la sociedad de hoy y mañana. Va naciendo así algo parecido a una santa cofradía que sigue, palabra a palabra, de gesto a desplante, los efluvios de un sumo sacerdote, concluyen gozosos.

La épica, entonces, sobrevuela el espacio público y se finca en todas y cada uno de los actos de gobierno. La solicitud a seguir al Presidente de la República en su tarea transformadora se le enjuicia como un llamado a la trascendencia perenne, a la epopeya continua. Desear y proponerse un cambio similar a otros que han tenido lugar en esta patria, hoy contrahecha, es aspirar a un mundo donde rija la magia, el anhelo imposible, la locura. No hay vuelta de hoja, aseguran los críticos imbuidos en la modernidad, en esa modalidad tecnocrática de la palabra escrita que, para sostenerse y pesar, deja gotear nombres célebres por doquier.

Abrigar ambiciones de hacer historia no es práctica sana de gobierno, según extendida versión opositora. Más valdría arrellanarse con la continuidad, con las mejoras a saltitos, con el reformismo de tipo prianista donde nada pasa y todo queda en favor de la plutocracia. Hacer olas, despertar corajes, afectar intereses y modificar rituales, polarizar, despierta sospechas socialistas, arranques revolucionarios.

Se recomienda, ante tanto tironeo y prisas desatadas, apegarse a la continuidad sin sobresaltos. Hay que atender los reclamos de los afectados, no actuar fuera de la Constitución, respetar la crítica, abrir cauces a los balances y contrapesos del poder. Toda una parafernalia conceptual, bien establecida por el modelo neoliberal, deformador e injusto, que sólo ocasionalmente se respetó y reclamó en el pasado. En ese estado de cosas plácido y tramposo se había encontrado un conveniente acomodo. En este tinglado se incluye toda suerte de grupos de presión, aparato comunicativo con sus adalides bien probados y al oficialismo. Las ondas desparramadas a velocidad creciente, causan temores –preocupaciones les llaman ahora– a los abanderados de la sociedad civil.

Hay urgencia de parar al molesto eje que obliga a clamar por contrapesos sin valorar los que, en verdad, existen instalados en la cotidiana realidad. No hay ni habrá interpretación selectiva de la historia, sino la búsqueda y encuentro de un cauce por donde correrá la actualidad en pos de la justicia distributiva. Esa tendencia sí que es un mantra selectivo a conseguir.