inguna economía sobrequipada tiene buen futuro. El equipamiento excesivo –siempre en relación con los niveles de producción y su correlato, la demanda social solvente– genera graves problemas.
El primero –indudable–, una capacidad utilizada menor. Pero no sólo. También la depresión de la rentabilidad general de la economía. Y, con ello, entre otras cosas, el agudo ataque a las condiciones laborales. Control y disminución de salarios y prestaciones sociales. Asimismo, precariedad del empleo. Finalmente, desocupación.
Bien aclara Perogrullo. Si la producción industrial crece menos que la capacidad instalada, la capacidad utilizada disminuye. O sea, la capacidad ociosa se incrementa. Y, con ello, el aumento de los costos de producción. No siempre inhibido por la productividad. Se producen efectos nocivos para los propietarios del capital y para toda la economía. Los empresarios buscan salida a una capacidad ociosa que, pese a su evolución cíclica, tiende a crecer con el tiempo. Una vez más, observemos el ejemplo de la endeudada economía estadunidense.
Descubrimos que en la primavera de 2009 se alcanzó el máximo histórico de 33 por ciento de capacidad industrial ociosa. ¡Terrible fenómeno! Fue muy pero muy costoso. Ello impide la amortización adecuada de la inversión, es decir, la transferencia de su valor en el periodo adecuado a su duración.
También inhibe los niveles de rentabilidad asociados con esa amortización adecuada. Imagínese además, como suele suceder, que el crecimiento de la capacidad instalada está asociado con determinado nivel de endeudamiento. Que además debe ser amortizado en tiempo y forma específicos.
Es el caso –reitera Perogrullo– de la economía estadunidense, donde múltiples activos industriales (del acero, cemento, producción de hidrocarburos, refinación, generación de electricidad, y ramas como la metalmecánica, electrónica y automotriz, entre otras) con periodos de depreciación de entre 10 y 25 años y tasas de descuento no inferiores a 10 por ciento. Y con presiones cambiarias en caso de economías con la mexicana.
¿Imagina usted, entonces, lo que significa un sobrequipamiento que no registra la adecuada depreciación y que corre el riesgo de deprimir aún más la rentabilidad general de una economía? ¿Y más cuando un volumen creciente de trabajo social debe destinarse al pago del endeudamiento asociado con la instalación de esos activos? ¿Incluso ampliado por la desvalorización de la moneda nacional? Se trata de fenómenos que introducen una crisis tremenda. Nuestros vecinos no están exentos de estos problemas, incluido el de la devaluación. ¿Por qué? Por su creciente endeudamiento en monedas extranjeras.
Termino señalando que –justo en la economía vecina– es posible identificar periodos económicos con crecimiento acelerado de equipamiento industrial por encima del de la producción. Incluso, con crecimientos de la productividad que no logran evitar el fenómeno indicado. De 1988 a 1998, sin duda. De ahí la búsqueda de salidas. Ampliación del crédito, endeudamiento global, financiarización, búsqueda de movilidad internacional de capitales. Y los ya señalados de ataque a las condiciones laborales y de vida de los asalariados. En general, de toda la sociedad. Autores críticos, como el británico David Harvey, han tratado de documentar esos fenómenos, y con gran tino. Vale la pena estudiarlo. De veras.