a lucha de clases, de la cual la rebelión de los chalecos amarillos franceses forma parte, es como un río cársico que aunque se hunda en la arena reaparece en la superficie más tarde y a distancia porque, mientras existan las clases explotadoras y la opresión, será inevitable la resistencia de los explotados y su búsqueda de una alternativa social.
Los trabajadores reconstituyen su unidad en la lucha y en ella construyen su conciencia de clase sobre la base de valores morales antiguos –como la solidaridad, la fraternidad, la justicia, la igualdad, el altruismo, la acción comunitaria, la democracia de iguales nacida– que surgieron mucho antes de la construcción de estados y de aristocracias, esa división en estratos sociales separados y congelados que los pueblos bárbaros imitaron queriendo parecerse a Egipto y Roma.
Toda gran ola social de fondo arrastra inevitablemente desclasados y desechos sociales, delincuentes y fascistas, pero al mismo tiempo, da libre curso a la alegría y la creatividad de los pueblos. Ella fomenta heroísmos, desarrollo humano, abnegación, origina canciones y, en su búsqueda zigzagueante de nuevo, cauces al desarrollo de una sociedad justa y bella, tiene momentos lúdicos y no expresa sólo el legítimo estallido de una antigua y profunda ira.
Francia nos da un ejemplo. Con sus jacqueries y sus intelectuales subversivos obligó en 1789 al rey a convocar los Estados Generales que originaron la revolución que terminó decapitándolo y creando la república jacobina. Los Cuadernos de Reclamos que prepararon esos Estados Generales, por su parte, amasaron y dieron forma al pensamiento común y las discusiones en las asambleas de los clubes infundieron seguridad y audacia a los quejosos y elaboraron sus propuestas y soluciones.
Después de Napoleón I esas experiencias reaparecieron en 1830, en la huelga insurreccional de los tejedores de seda de Lyon y, tras la derrota de éstos, en 1848, en las barricadas en los barrios obreros de París que restauraron la república. Más tarde culminaron en la Comuna de París de 1871 y luego la antorcha pasó a manos del Frente Popular en 1936 con su huelga general masiva o del 68, con la mayor huelga general de la historia de Francia y el impulso renovador del libertarismo juvenil.
Hoy, apoyándose en ese pasado siempre vivo, los alcaldes en lucha contra el poder central de tipo monárquico que les quita derechos y fondos reúnen nuevamente Cuadernos de Reclamos para sostener la lucha de los chalecos amarillos mientras de sindicatos, asambleas locales y piquetes surge la exigencia de Estados Generales (de la sanidad, de la educación, del transporte). Por su parte, las acciones de los chalecos amarillos, que 78 por ciento de los franceses apoyan, son autoconvocadas, democráticas y autogestionarias y no tienen ni jefes ni delegados omnipotentes, mientras el Bella ciao de los guerrilleros antifascistas y comunistas de Italia se canta hasta en las fiestas junto con la alegre y combativa Onlâcherien! (¡No nos rendiremos!) nacida al calor de las incursiones populares a París.
Es que, aunque los historiadores oficiales lo nieguen, existe una conciencia histórica profunda que hace que los trabajadores y los sectores populares reproduzcan siempre los momentos del pasado en que se vieron a sí mismos en toda su fuerza y capacidad potenciales.Esa seguridad histórica les brinda un fuerte espíritu de ofensiva, convence y moviliza.
Le mort saisit le vif (el muerto atrapa al vivo), recordaba Marx. La historia actúa hoy porque los seres humanos toman conciencia apoyándose en las experiencias pasadas y encontrando en ellas materia para reconstruir sus formas organizativas y su visión del mundo y de sí mismos.
Los chalecos amarillos hicieron ceder dos veces al gobierno y le desbarataron sus planes, pues la reforma de las jubilaciones que aquél pensaba hacer resulta ya políticamente imposible. Hundieron así la arrogancia y la prepotencia de Macron, dividieron al partido de éste (la República en Marcha) amenazando con barrerlo del escenario político y sus acciones y reivindicaciones son hoy el centro de la vida política francesa tras arrancarle el protagonismo y la iniciativa política a Macron y a sus amos. Pero los deben crecer aún y definirse mejor para evitar desvíos o pérdidas de impulso.
Para imponer la alternativa anticapitalista que les anima, pero que, por ahora, sólo esbozan, deben incorporar a los inmigrados antiguos y recientes físicamente poco presentes en manifestaciones y piquetes y a los trabajadores sindicalmente organizados, ayudando de paso a desburocratizar los sindicatos. Lo que aún es consciente a medias, pero forma parte del hilo rojo de su memoria histórica profunda aún debe hacerse sólida conciencia de clase para que una huelga general unida a la resistencia civil pueda abrir las puertas a otra política.
A la memoria de Osvaldo Bayer, historiador anticapitalista y hombre de una sola pieza.