asta hace poco tenía entendido que en México se hablan 53 lenguas originarias de esta tierra, lo cual significa una riqueza cultural enorme que, desgraciadamente, no hemos aprovechado del todo.
Sabemos, incluso, que algunas han desaparecido para siempre, lo cual equivale a una pérdida enorme. De ello habla con dolor aquel poema de Miguel León-Portilla titulado Cuando se muere una lengua.
Pues bien, en el pasado III Encuentro de Literatura en Lenguas Originarias de América, llevado a cabo en la reciente FIL de Guadalajara, aprendí que son 67… No creo que hayan nacido tantos idiomas desde que pasé por las aulas. Es más probable que, simplemente, no las hayamos sabido contar bien, con lo cual se exhibe el lamentable desconocimiento que padecemos de nosotros mismos, basado primordialmente en el centralismo de que adolece, aún, a pesar de todo, la cultura mexicana.
A ello quisiera agregar la experiencia del viejo pata de perro que esto escribe, quien ha recorrido muchos caminos por toda la República y se ha dado cuenta clara de que la famosa lengua nacional
, a pesar de la homologación televisiva y de otros medios, tiene aún enormes diferencias fonéticas y semánticas, muchas de ellas debidas precisamente a los idiomas indígenas, que casi nos llevan a hablar de varias lenguas nacionales
.
Entre la gente culta, viajada o de postín la pluralidad se le nota menos, pero, al visitar pueblos y ciudades, quien se apersone en las cantinas baratas comprobará lo que le digo de manera palmaria.
Ya sé que es un lugar común hablar del mosaico mexicano, a pesar de lo cual parece haber gente en el uso del poder que se da el lujo de ignorarlo o simplemente soslayarlo.
¡Claro que aceptamos el sustrato común de mexicanos, aunque a muchos encopetados les moleste la convivencia y, más aún, la identificación con quienes no son de un código postal de su categoría! Pero hay que tener claro que la fuerza de la unidad la debemos forjar nosotros con base precisamente en el respeto de la pluralidad, de otro modo ésta acaba convirtiéndose en una causa de división y pérdida de energía.
Si la Cuarta Transformación, cuya necesidad se ha vuelto imperiosa después de tres décadas o más de neoporfiriato –prueba de ello es el gran éxito que alcanzó en las urnas el pasado primero de julio– no toma en cuenta la pluralidad regional mexicana, difícilmente podrá avanzar con preceptos democráticos, y ello resulta también indispensable para alcanzar los objetivos que se han propuesto.
Pero no cabe duda de que tiene a uno de sus peores enemigos en el feroz centralismo que padecen muchos de los hombres y de las mujeres a quienes se ha convocado para llevarla a cabo.
El hecho de que el pasado gobierno federal haya solapado la pillería de algunos gobernadores, aprovechándose de ella por cierto, ha contribuido a un descrédito general del llamado federalismo, pero ello no implica que deba hacerse caso omiso de la evidente e inevitable, a la vez que prometedora, pluralidad de los mexicanos.