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¿La Fiesta En Paz?

Después de la marcha, ¿qué blindar? // Un cuarto de siglo de taurineo y desaseo

N

o asististe a la marcha del martes en defensa de nuestras tradiciones y fuentes de empleo, ¿qué no eres aficionado?, me preguntó un vecino con aires de indignado. Pues no, le dije, ni de adolescente participé en marchas y mira que abundaban. Por lo demás, hace medio siglo procuro marchar con mis columnas periodísticas de aficionado y crítico independiente, señalando, advirtiendo y proponiendo cómo evitar que la tradición taurina de México se despeñara, gracias a los malos oficios de sucesivas empresas tan millonarias y autorreguladas como incompetentes.

Siendo los más ricos en la historia de la tauromaquia, su desafío empresarial era quitarle al espectáculo de los toros lo predecible y monótono en que había caído y volver a apostar, antes que nada, por la bravura sin adjetivos, no por las embestidas pasadoras para figurines abusivos. Pero optaron por lo segundo, para beneficio no de la fiesta sino del reducido grupo de la tauromafia internacional: empresarios cortoplacistas, figurines sin categoría, gremios amedrentados, crítica acomodaticia, autoridades decorativas y público indolente y aceptante del ninguneo de tantas décadas. ¿Esta es la fiesta que queremos blindar?

La oposición al espíritu de la tauromaquia la integran negligentes promotores y taurinos autocomplacientes, un presente superficial, inmediatista y frívolo, de vulgaridad incontenible; una cultura mediática que promueve la ignorancia generalizada; el falso humanismo reducido a un ecologismo de lengua y a un animalismo que dice proteger mascotas y elimina animales de circo, provocando el cierre de la mayoría de éstos y sus fuentes de trabajo; antitaurinos ignorantes pero subsidiados o con un sentimentalismo compasivo que quisiera asegurar la justicia en el planeta, y una clase política dedicada a apalancarse y a ascender a costa de lo que sea, sin mayor compromiso con las necesidades reales de la sociedad mexicana agraviada, no de los que añoran al desvergonzado régimen bipartidista. Pero, repito, el peor enemigo de la tradición taurina de México es la simulación de taurinismo sin bravura.

Mandatarios y políticos de México no han querido percibir la importancia político-cultural, económica, identitaria y laboral de la fiesta de toros y por ende de apoyar, con apego a la ley y visión de futuro, un espectáculo que a pesar de taurinos y de antis expresa y refleja un modo de ser y de sentir propios. Ha sido una sucesión de presidentes ataurinos, o peor, de taurinos de clóset, indiferentes a la rica tradición tauromáquica del país, a sus brillantes exponentes y al talento ganadero que preservó la bravura. Responsable también de las desviaciones de las últimas décadas es la autoridad, renuente a vigilar y a hacer acotaciones con el reglamento en la mano, y sometida al empresariado neoliberal y extranjerizante, sin propósito de fortalecer el mercado taurino interno y hacerlo crecer con convicción.

Sin perspectiva cultural de la fiesta de los toros, los adinerados promotores se han pasado un cuarto de siglo haciendo lo que se les antoja, mientras congresos irresponsables y oportunistas, junto con impresentables partidos políticos, amagan con prohibir lo que deberían vigilar y salvaguardar si no fueran parte de la corrupta conjura de los globalizonzos al servicio del pensamiento único anglo-sajón. Hoy no sólo está en juego la suerte de la fiesta brava de México; está en juego la capacidad de pensar por sí misma de la sociedad mexicana, que deberá renovarse en medio del inmenso cochinero dejado.