n las recientes elecciones de Estados Unidos los candidatos de las diversas minorías y los jóvenes, casi todos de izquierda, tuvieron mucho éxito y permitieron a los demócratas ganar la mayoría en la Cámara de Representantes. Resulta interesante que el tema de salud fue uno de los terrenos de batalla más importantes durante la contienda. En las encuestas previas a la elección, éste ocupaba el primer lugar con 71 por ciento entre los asuntos más relevantes para los votantes y muy por encima de otros como inmigración, economía y empleo. Esta tendencia se mantuvo cuando se preguntó por el más importante, donde salud lo era para 30 por ciento, en comparación con 21 para la economía y empleo.
La consigna de los candidatos demócratas de izquierda fue Medicare para Todos
, que corresponde a un sistema con un pagador único –el gobierno–, que es lo más cercano a un seguro público, universal, gratuito y solidario en aquel país. Esta propuesta tiene una larga trayectoria pero fue retomada por Bernie Sanders después de su campaña para ganar la postulación del partido demócrata para la presidencia. Un grupo de 120 legisladores demócratas han suscrito la propuesta de ley sobre este sistema.
La salud se volvió tan importante que el Partido Republicano, encabezado por Trump, empezó a incluirla en su campaña. Se enfocó a desmentir que éste proponía que en el seguro para adultos mayores Medicare se excluyeran las enfermedades prexistentes, medida que afectaría a 130 millones de personas. Sin embargo, el desmentido fue una mentira. La ironía es que los más afectados por la insistencia de Trump de derogar el Obamacare, que logró un incremento importante en el acceso a los servicios de la población más pobre, son precisamente su base electoral más firme: hombres blancos con baja educación, con empleo inestable o desempleados y de las zonas más rurales de Estados Unidos. Son estos mismos cuya mortalidad ha incrementado drásticamente y que necesitarían un sistema con servicios médicos para todos sin costo alguno.
Los estadunidenses, desde hace tiempo, han estado en favor de cambios drásticos en su sistema de salud, pero no se había reflejado tanto en las campañas hasta la polarización entre izquierda y derecha causada por la candidatura de Trump.
Para la izquierda la salud y la educación siempre han sido temas prioritarios y sus gobiernos han apostado a mejorarlas. ¿Por qué no se ha convertido en un tema en las elecciones y por qué la población en México no la defiende? Resulta interesante constatar que, en cambio, es objeto de innumerables luchas tanto de los ciudadanos como de los trabajadores del sector. Los medios masivos de comunicación están llenos de denuncias de mala atención, de servicios sin medicamentos y con equipo sin funcionar. Igualmente comunes son las pruebas de corrupción. Cada año la Auditoría Superior de la Federación demuestra la gran corrupción presente en el uso de los recursos federales para sanidad en sus auditorías.
¿Por qué entonces no es una problemática política de alto perfil? La explicación más frecuente es que la salud, a diferencia de la educación, irrumpe en nuestras vidas de vez en cuando y sólo es algo cotidiano para quienes sufren un padecimiento crónico. No es por ello una preocupación persistente. A ello habría que añadir que a diferencia de las acciones preventivas como las campañas de vacunación no hay un contacto regular entre la población y los servicios sanitarios. Asimismo, se añade que prevalece una idea medicalizada respecto de su quehacer: curar enfermedades mediante la prescripción de medicamentos o intervenciones quirúrgicas. Por su parte, estos mismos servicios tampoco han tenido éxito en convencer a los mexicanos de las bondades de la promoción de la salud y la prevención.
Aunque el tema en ocasiones ha estado presente en el discurso de los gobiernos, poco se ha hecho para que se convierta en una prioridad real de las autoridades y menos del Estado. Las repetidas movilizaciones de ciudadanos y trabajadores por las malas condiciones de los servicios está revelando una nueva exigencia popular. La (re)construcción de un sistema público de salud tomará tiempo y esfuerzo, pero debería de ser una prioridad de un gobierno de izquierda.