omo sucede con muchas de las ideas equivocadas en materia de migración, la percepción de la gente en relación con los hondureños y los demás centroamericanos es que están migrando solamente mediante las caravanas.
La realidad es que el flujo de centroamericanos cruzando hacia Estados Unidos o regresando a sus países se está desarrollando continuamente desde hace décadas, al grado de que han logrado conformar una población cercana a 5 millones de residentes dentro de Estados Unidos (EU) a lo largo de los años. Es decir, la caravana es solamente otro método para internarse a territorios mexicano y estadunidense, y por su espectacularidad alcanza una gran difusión. Pero todos los días, a cualquier hora, hondureños y los demás istmeños e incluso mexicanos indocumentados se internan en EU o retornan a sus países, al tiempo que la caravana avanza.
Realmente los hondureños están migrando o transmigrando masivamente desde hace décadas, (el Centro Pew, trabajando con estadísticas del Censo estadunidense contabilizaba 853 mil hondureños residiendo en EU en 2015).
Lo singular de esta caravana consiste en su volumen y en los efectos que está produciendo: a) por primera vez los centroamericanos organizan autónomamente una movilidad de ese tamaño, resultando un método más seguro y efectivo; b) por esta razón, la tardía respuesta del Estado mexicano de otorgarles la calidad de refugiados fue inoperante para sus objetivos de llegar a la frontera; c) la forman con una mayoría de familias, lo cual les proporciona mayor fuerza para resistir juntos los embates negativos; d) la primera caravana y las que le siguen influyen en la formación de un sentido de identidad y solidaridad de los migrantes como sujetos de cambio, susceptibles de autorganizarse. El otro paso más difícil y por ahora lento consiste en cómo las caravanas podrían atraer al escenario a sus pares, es decir, a los inmigrantes dentro de EU todavía sin organizaciones fuertes, obligados a luchar por sus derechos humanos viviendo clandestinamente, pero no hay duda de que a mediano plazo la inercia de su movilidad los conducirá hacia allá buscando apoyo; e) a medida que avanza, la caravana va tensando algunos puntos neurálgicos de la zona fronteriza a uno y otro lado de la línea, y con ello presiona las relaciones internacionales de México con Estados Unidos. Uno de esos puntos es el comercio.
El control policiaco-militar de la frontera hace que la circulación de mercancías y personas se haga más lenta en las garitas aduanales por la exhaustiva revisión. Han comenzado las protestas de las cámaras de comercio de ambos lados por la militarización que disminuye la capacidad del comercio de mantener empleados que son despedidos. No se trata sólo del efecto de la movilización militar, sino que desde hace poco más de un lustro, negocios medianos y pequeños del lado estadunidense de la línea han estado cerrando sus operaciones, algo parecido a lo que acontecía antes de la gran recesión de 2008.
El otro punto un poco más difícil es el comercio del narcotráfico. Los mexicanos de la frontera están preocupados porque, como ha ocurrido en otras ocasiones, al reforzar la vigilancia policiaca y militar el flujo de droga no puede pasar y se queda en las ciudades fronterizas, buscando clientela entre las poblaciones mexicanas. Ciudades sonorenses como Nogales, Agua Prieta y San Luis Río Colorado tienen hoy un fuerte problema de drogas, el cual puede agravarse, pero son apenas un ejemplo de lo que ocurre en la extensa frontera.
A eso se agrega que al existir una sobreoferta de enervantes aumenta la lucha de cárteles, incluso por zonas de ganancias mínimas. Por eso este punto requiere de la máxima atención del lado mexicano. En la medida que la caravana se disperse, sus integrantes se vuelven vulnerables al ataque de polleros y narcos, de bandas menores que buscarían utilizarlos como mulas o burreros.
Sin embargo, la situación más difícil de sortear se encuentra al otro lado de la línea por la capacidad de fuego distribuida entre los agentes de migración, las policías estatales, las de los condados, la de los rancheros estadunidenses y la Guardia Nacional. A pesar de que Trump ha declarado que no se usarán las armas, las cosas podrían salírsele de control, como suele ocurrirle en materia internacional. Incluso observadores veteranos de la frontera se preguntan si EU está preparando una especie de guerra.
En este resumen de condiciones, el presidente Enrique Peña Nieto está obligado a utilizar el aparato de la política exterior del Estado mexicano con la finalidad de entablar negociaciones de inmediato con Washington, impulsando soluciones pacíficas a los asuntos migratorios, con la misma vehemencia que lo hizo al negociar el TLCAN, hoy en entredicho por el arribo de la mayoría demócrata a la Cámara de Representantes. No es una obligación de Estado que Peña Nieto pueda abandonar, ni siquiera porque está a semanas de dejar el cargo. Absolutamente, no porque el riesgo de una tragedia durante el viaje o ya en la frontera sigue presente para la caravana. De suceder sería una marca de culpabilidad que la historia no le perdonaría.
* Profesor e investigador de El Colegio de Sonora