Martes 23 de octubre de 2018, p. 5
Tapachula, Chiapas., A doña Ana Martínez, confinada en una silla de ruedas por padecer una neuropatía progresiva, la fueron a ver por segunda vez los mareros de la MS a su casa en Tela, costa atlántica hondureña. Ahora sí, entréguenos al nieto
. Negarse significaría el asesinato de toda la familia.
El chico de 13 años era alumno de excelencia. Eso fue un lunes. El martes toda la familia –tres varones de 13, ocho y tres años, papá, mamá y abuela– ya habían abandonado su casa, sus empleos, sus vidas.
El miércoles ya atravesaban la frontera con Guatemala, el viernes cruzaban el Suchiate y recalaban en la Casa del Migrante Scalabrini, conocida como el albergue Belén, en Tapachula. Ese mismo día metían todos los papeles necesarios ante la oficina de la Comisión de Ayuda a Refugiados (Comar) pidieron refugio a México. Sus chances en ese momento eran de una entre diez.
¿Y ahora?
Roxana Martínez, hija de Ana, sentada frente al albergue, mira angustiada cómo llegan centenares de migrantes del éxodo al Belén y vuelven a recoger bultos y chamacos para irse donde vinieron cuando comprueban que ya no hay lugar.
Si antes del éxodo la respuesta de la Comar a quienes piden la protección del Estado mexicano era ya tan magra –en 2017 pidieron refugio 2 mil 476 hondureños, sólo lo obtuvieron mil siete– ¿qué posibilidades tienen los solicitantes anteriores, ahora que el gobierno mexicano ofrece a los más de 7 mil caravaneros como única opción de regularizar su tránsito por México pedir refugio mediante la Comar?
La duda de Roxana pega duro en el corazón de Celvin Alvarado y su esposa Mercedes. Si para los de Tela la cosa es difícil, para ellos, procedentes de Cortés, es peor. Él era dirigente de la Coordinadora de la Plataforma Campesina de una empresa que cultiva palma. Cuatro miembros de ese gremio ya han sido asesinados. Él ha sido amenazado incontables veces. Hasta que recientemente, regresando en moto a su casa, con uno de sus hijos atrás de él, el niño le gritó: Acelera
. Dos sicarios venían atrás, uno ya les apuntaba.
De inmediato la familia huyó. Al día siguiente, una banda paramilitar ocupó su casa. Se refugiaron en la región de Atlántida y hasta ahí los fueron a buscar. Se escondieron en San Marcos, Guatemala, hasta que la organización humanitaria le dijo que no podía mantenerlo más. Así fue como llegó al Belén, apenas un día antes de que lo alcanzara la oleada gigante compatriotas. Como a la familia de Tela, la duda no lo deja dormir: ¿Vamos a alcanzar refugio? ¿Y si no?