l rasgo más decisivo de la globalización económica es la libertad prácticamente absoluta del movimiento de los capitales. De ahí se prenden las modalidades del libre comercio, que en realidad está ampliamente regulado y sometido a convenios y tratados de diversa naturaleza. Y lo mismo ocurre con los flujos de mano de obra legales e ilegales y, cada vez más, de migrantes.
El dinero se convierte de una divisa a otra con el mero toque de una tecla de computadora, así se pueden comprar también las acciones de las empresas que cotizan en las bolsas del mundo.
De tal manera se alteran las tasas de interés, los tipos de cambio, el nivel de los precios, igualmente se mueve el valor de las empresas y su propiedad literalmente; todo en tiempo real.
Una parte de los movimientos de capitales se expresa en inversiones en plantas y equipos, pero la actividad financiera recae en una medida muy grande y predominante en actividades de especulación.
La especulación se extiende por los mercados como la humedad: una cosa es la entrada del agua y otra puede ser el lugar por donde se filtra y aparecen la goteras o de plano las inundaciones.
La especulación financiera sostenida en hipotecas chatarra y luego convertidas en títulos de deuda llamados derivados, en los que se aglomeraban calidades distintas de esas deudas, cada vez más riesgosas, fue el centro de la crisis de 2008.
Lejos de atemperar esas prácticas, la gestión de la crisis principalmente con la política monetaria de muy bajas tasas de interés, instrumentada por la Reserva Federal (Fed), impulsó nuevas rondas especulativas en los pasados 10 años. Entre los activos preponderantes de la especulación estuvieron las acciones, la deuda de los gobiernos y, otra vez, los bienes raíces. Por necesidad, esos movimientos de capitales inciden en el valor de las monedas.
Ahora los especuladores que operan a partir de las expectativas que ellos mismos provocan y que suelen convertirse en profecías autocumplidas se lanzan a vender y desplazan el dinero colocado en acciones hacia títulos más seguros y líquidos (es decir, de los que se pueden deshacer con mayor facilidad), como son los bonos del Tesoro estadunidense, o sea, la deuda pública del gobierno.
Los flujos crecen en la medida en que la Fed eleva las tasas de interés –cinco veces en lo que va de este año– y altera así los precios relativos de los activos, sean las inversiones productivas y, especialmente, las operaciones de índole financiera.
En su más reciente reunión de septiembre, la tasa de los fondos federales se fijó en 2.25 por ciento y se espera que en los próximos meses siga creciendo. La expectativa es, pues, que la inestabilidad prevalezca en los mercados de capitales.
La humedad se extiende. En China se deprecia la moneda, la producción creció menos de lo previsto y las cotizaciones en las bolsas tienden hacia abajo.
En Italia, el gobierno ha previsto un déficit fiscal por encima de las pautas establecidas por la Unión Europea. La deuda pública se elevará y las tasas de interés también, pues los acreedores exigen mayor rendimiento. Esto aumenta el riesgo para los bancos, que son los que poseen la mayor parte de esa deuda. Una mayor fragilidad en los bancos sólo puede acarrear más inestabilidad.
En México, el banco central ha subido la tasa de interés de referencia (tasa de interés interbancaria de equilibrio-TIIE a 91 días) en 75 puntos porcentuales o tres cuartos por ciento en lo que va del año.
La presión en las tasas desde 2016 se aprecia en que a principios de ese año la TIIE era de 3.59 por ciento y a mediados de octubre era de 8.1.
La expectativa es que la subida de la tasa de la Fed se exprese en un alza en México, lo que incide en un mayor costo de la deuda de personas, empresas y gobiernos federal, estatales y locales, más inflación y volatilidad del tipo de cambio.
Las previsiones presupuestarias del nuevo gobierno tienen que adaptarse a estos costos y asignar de la manera más eficiente los recursos fiscales. El escenario debe contemplar la volatilidad del tipo de cambio.
El escenario es complejo y los márgenes de maniobra de la política monetaria y fiscal son estrechos. Las primeras decisiones de ingresos, gastos y financiamiento de la nueva administración serán muy relevantes para el cumplimiento de los objetivos económicos y sociales del sexenio.