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Brasil, neofascismo en puerta
E

l holgado triunfo de Jair Bolsonaro en la primera vuelta de la elección presidencial de Brasil es el augurio, aunque no garantizado, del ominoso regreso del neofascismo al go- bierno de Brasil, una redición bajo un formato personalista y no colegiado de las dictaduras militares del Cono Sur en las décadas de los 70 a los 80.

Un capítulo más, aunque más radical y regresivo, de las propuestas de ultraderecha tan de boga en el mundo, incluida la otrora democracia icónica; un amasijo de intolerancia a las diferencias políticas, raciales, de género y de preferencia sexual. Un mal presagio que podría concretarse en las elecciones de segunda vuelta, el próximo 28 de octubre.

Para Bolsonaro excluir y ridiculizar al diferente o a quien disiente no es suficiente, hay que exterminarlo si es necesario, para restaurar el orden idílico de las dictaduras tropicales, las que dejaron un legado de miles de víctimas en Brasil y en los países periféricos, una etapa de la historia del subcontinente que creíamos superada para siempre, con todas las imperfecciones de las democracias emergidas de la movilización popular y el reclamo de respeto a los derechos humanos.

La agresión verbal y la amenaza de eliminación física, la ejecución sumaria o la pena de muerte es la columna vertebral del discurso de Bolsonaro, lo mismo con los criminales, una excrecencia social, que con los homosexuales, a los que encuadra como una aberración natural, además de una inmoralidad. Por supuesto, también la amenaza de ejecución para sus adversarios políticos, por lo pronto los del Partido de los Trabajadores. En su taxonomía, las mujeres son un género equiparable a la debilidad. El machismo como visión del mundo y latente política de Estado. Neofascismo en pleno.

Sólo un reagrupamiento de todas las tendencias políticas en torno al candidato del Partido del Trabajo, Fernando Haddad, quien obtuvo 29 por ciento de la votación efectiva en la primera vuelta, podría evitar que se consumara el triunfo de quien obtuvo un elevado 46 por ciento en ese primer ejercicio, el ultraderechista ex militar que concentró las preferencias populares descalificando al sistema liberal y a los partidos tradicionales.

Pero, contra lo que sugiere una lectura apresurada de las cifras, no baste para el primer lugar ganar un adicional 4 por ciento para vencer en la segunda vuelta. En la primera hubo 10 millones de votos blancos y nulos (un altísimo 9 por ciento de los votos emitidos) y unas 30 millones de abstenciones. Esto significa que Bolsonaro obtuvo menos de 42 por ciento de sufragios emitidos y poco más de 33 por ciento del apoyo de los 147 millones de ciudadanos habilitados para votar.

Cifras no fortuitas, gracias al descarrilamiento artificial, y para muchos arbitrario e ilegal, de la candidatura del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, a quien se le privaron sus derechos políticos, además de su libertad, bajo cargos no acreditados fehacientemente hasta ahora. Lo que urgía era eliminarlo de la competencia política, pues encabezaba todos los estudios de opinión.

Lo demás, ya sin contendientes de peso político, resultó muy fácil para el experimento antidemocrático en ciernes. Con un lenguaje binario y primitivo, bajo la máxima que se vayan todos los jugadores de un sistema vilipendiado, Bolsonaro propone un renacimiento de su país con un solo actor, él mismo, como la solución definitiva para los males de la quinta potencia mundial, por su territorio, población y tamaño de su economía, en una atmósfera de crispación en donde la mayoría de consultados responde que está dispuesta a que se desmantele la democracia representativa, con todo y las instituciones sobre las que erige su división de poderes, si alguien se presenta como la solución para los problemas.

Pero cuidado, la medicina puede ser peor que la enfermedad, como adelantan ya los expertos, a la luz de las desmesuradas medidas anunciadas o dibujadas ya en sus mensajes de campaña: ha dicho que no se permitirán más tomas de tierras a los campesinos pobres ni concesiones de propiedad rural a los indígenas o negros, por lo que sugiere que los propietarios porten armas.

De igual modo, en su agenda de gobierno figura que las fuerzas de seguridad puedan torturar o matar para acabar con la delincuencia, pregona un conservadurismo social hostil a las preferencias diferentes, encomia a la dictadura militar de 1964-1985, denomina escoria a muchos inmigrantes, especialmente de tez no blanca, y adelanta estrictas medidas contra el socialismo y en pro del mercado libre.

Jair Bolsonaro es pues un neofascista que supera a sus fuentes añejas de inspiración y a sus modelos de cuño reciente: dictadura política y dictadura de mercado, ninguna concesión a los sectores desfavorecidos de la sociedad, trabajadores de la ciudad, cinturones urbanos de miseria, campesinos, indígenas, inmigrantes.

A cuenta del repudio a los resultados de la democracia liberal, inestabilidad financiera, inseguridad pública y juicios ministeriales contra la clase política, se incuba un nuevo huevo de la serpiente.