Homenajes tardíos
término de la sesión de la C de D a la que he venido refiriéndome, mil dudas campeaban y una sola certeza prevalecía: la votación la había ganado el PRI pero, el debate, desde don Plutarco, pasando por don Luis I. Rodríguez, mi paisano, Manuel Pérez Treviño y hasta Rafael P. Gamboa, todos tenían que reconocerlo: lo ganó el PAN.
El Diputado Peniche Bolio exhibió la inconstitucionalidad del decreto que presentaba al pleno la bancada priísta. Diputado, le dijo: el 19 de noviembre de 1970 se aprobó otro igual para los secretarios de la Defensa
. Peniche aclaró: la inconstitucionalidad no prescribe. Rechazamos ambos decretos
. El diputado Garabito inició su intervención a cartucho cortado. Me acusan de que vengo a impugnar un decreto. Se equivocan, vengo a impugnar al gobierno
.
El debate fue subiendo de tono, pero el clímax sucedió cuando Garabito vinculó la aprobación de ese decreto con la masacre del 2 de octubre
. En ese momento todo cambió. Las prestaciones, los ingresos, las canonjías otorgadas a los generales y almirantes ya no importaban. El asunto ahora era eminentemente político y mediático.
El presidente de la cámara entendió las señales que le enviaba la curul ejecutiva
y consultó: ¿Se considera suficientemente discutido el asunto? ¡Sí! Fue la repuesta.
Un joven diputado, creo que fue Rafael Oceguera, se adelantó en el estrado y, con voz de orador de la época, dijo: Oceguera, por la negativa. Esas palabras fueron para mí como un latigazo: al segundo ya estaba trepado sobre mi curul gritando a todo volumen: ¡Ese sí es un diputado. ¡Los legisladores somos libres, así debe ser nuestro voto! En torno mío, desconcertados, mis compañeros no sabían qué hacer. ¿Por qué Ortiz vitorea a quien tan sólo va a contar los votos en contra del decreto?
Y aquí viene la pifia que nunca oculté y que pronto se convirtió en un gracejo que yo mismo propiciaba para tratar de bajarle el tamaño a mi supina ignorancia y estupidez: Cuando Oceguera anunció que él era quien registraría los votos en contra, yo pensé que estaba cantando su voto personal, o sea que votaba en contra. Y luego, para caldear más los ánimos, el primer voto de verdad le correspondió emitirlo a un joven economista de mediana edad. Muy pensante, serio, estudioso al que Muñoz Ledo había logrado incrustar en la cuota que le correspondía al sector obrero, se puso en pie y con gran solvencia anunció: Jorge Efrén Domínguez… en contra. Panistas y el sector obrero del PRI colindaban y entonces venían andanadas de votos por un lado o el contrario. La votación llegó a su fin: el PRI ganó: tenía, nominalmente, 196 diputados + 12 y nueve de la oposición sobre pedido.
Pues tan a disgusto estaban las partes con todo lo sucedido, que ambas recurrieron a un segundo periodo de debate. Los primeras intervenciones de los oradores priístas resultaron del todo ofensivas para nosotros, los disidentes.
Reclamé tribuna y se me otorgó. Resumo mi alegato. 1. Rechacé las opiniones de González Guevara, Ramírez y Ramírez y Ortiz Mendoza, sobre el móvil que generó los votos de un grupo de priístas en contra del dictamen avalado por el partido del que formábamos parte. Para mí, era precisamente el respeto a los principios esenciales y los fines últimos de ese partido, lo que nos obligaba a votar en el sentido que lo hicimos.
Hice un llamado a rendir homenaje a los jóvenes del 68. Comprometiéndonos, también a que el Ejército jamás, en esta Cámara, en las fábricas, las escuelas, los hospitales, las calles, en el campo y en los campus de cualquier universidad, tuviera que, contra sus orígenes y esencia, ejercer violencia. Luego caí en la inevitable cursilería y terminé: ¡Seamos realistas, luchemos por lo imposible!
Ahora que lloroso, moquiento, veo el homenaje a los jóvenes vivos o muertosvivos de aquella batalla, y que su nombre colectivo se inscribe en los muros de aquel recinto, no puedo sino recordar con orgullo a quienes desde las entrañas del ogro –no siempre filantrópico– tuvieron el noble gesto de su solidaridad.
PD: Y de ese día, todavía falta.
Twitter: @ortiztejeda