a pesadilla se cierne sobre Brasil: Bolsonaro está cerca de ganar la elección de segunda vuelta. Parece una inverosímil zozobra por cuanto antes de la elección de primera vuelta 65 por ciento de los electores expresaron su inclinación por la democracia, mientras Lula recibía la mayor intención de voto hasta antes de ser criminalmente inhabilitado como candidato. No obstante, la ausencia de Lula y su relato, en el escenario electoral, han dado la victoria a un discurso contra el feminismo, la despenalización del aborto, el matrimonio homosexual, la educación sexual en las escuelas, la ideología de género, la liberación de la mariguana que son, según Bolsonaro, depravados males del comunismo
de Haddad, candidato suplente de Lula: la volatilidad del voto en un segmento significativo de los electores, es evidente.
El relato fascista de Bolsonaro resultó ser, por ahora, uno que la enorme enorme parcela de sus votantes quería oír. Se trata, por cierto, de un voto que cruza prácticamente todos los niveles sociales. Una infografía realizada por la brasileña Nexo Jornal mostró que si bien el núcleo duro de sus electores son hombres de las clases ricas con estudios medios y superiores del sur de Brasil, el segundo grupo, los menores de 34 años, son 60 por ciento de sus votantes; el tercer grupo lo ilustran los votantes de Porto Alegre, capital de Rio Grande do Sul, y la enorme Rio de Janeiro, asoladas ambas por la hiperviolencia urbana; el cuarto grupo lo conforma la clase media baja (entre dos y cinco salarios mínimos) y el quinto los evangelistas, que son 30 por ciento de la población brasileña.
El miedo cunde entre los electores, miedo a los criminales, a la inseguridad permanente, a la ausencia el Estado en vastas zonas sociales, miedo de grandes segmentos de las clases medias de volver a la pobreza, de la que paradójicamente las sacó Lula y Dilma. También están ahí esa inmensa masa de jóvenes que no vivieron la larga lucha de Lula por el poder del Estado, ni la hazaña de la implementación de las políticas contra el neoliberalismo y en favor de los excluidos.
En consonancia con esas realidades, 46 por ciento del electorado del país eligió, en primera vuelta, a un candidato cuyo relato reivindica la tortura y hace apología de la dictadura, que despliega una retórica de odio, machista, racista y homofóbica, que promete armar a la población, matar a los criminales y privatizar las empresas estatales.
Morena debiera hacer un acopio vasto y profundo de lo que ocurre en Brasil. Morena ha ganado con un relato contra la corrupción de los políticos, la inseguridad, la terrible vasta criminalidad, el robo electoral, el huachicoleo, la pobreza profunda, la desigualdad, la exclusión, el peso brutal del narco, los feminicidios, la ausencia del Estado en vastas regiones del país, la inoperancia de las instituciones, la política neoliberal…; a Lula y a Dilma les habría faltado claridad y determinación para avanzar en transformaciones que echaran raíces, como la tan reclamada reforma política, que no llegó, o una ley que limitara severamente la concentración mediática. Todo indica que les faltó profundizar en el crecimiento del poder popular y la formación político-ideológica de sus electores, en trabajar más a fondo en la educación de todos los niveles, y en la creación de medios de Estado cuya actividad creara un nuevo sentido común, un relato que contara a los más su propia historia, sus propios logros bajo los regímenes del Partido de los Trabajadores, a efecto de que continuaran dando su apoyo a un proceso de largo plazo para revertir las altas ganancias que alcanzaron los excluidos. Algo similar puede decirse de Correa, en Ecuador, o de los Kirchner, en Argentina.
Morena está en tiempo, pero el tiempo siempre es breve para una empresa como la que exige el futuro, por ahora de promesas, que han ganado las mayorías. Un sexenio, de plano, es breve tiempo para armar educativa e ideológicamente a las mayorías que dieron el triunfo a los morenos y, de ese modo, se lo dieron a sí mismos. El trabajo permanente de Morena creando cuadros en todo el país; los círculos de estudio, los medios de comunicación partidistas, tienen que trabajar sin descanso. Sólo la continuidad, con y después de Andrés Manuel López Obrador, podría ir abatiendo la pobreza y la desigualdad de siglos. Se trata de un trabajo de precisión: cuadros y educación de grandes masas de población urbana en las zonas en las que viven ciudadanos ciertos, tiene que ser diferente de aquella en las que viven los pueblos de México, donde será decisivo un trabajo con el más profundo entendimiento de las culturas comunitarias ya no originarias, sino como hoy son y se manifiestan. En los pueblos la fuerza de la autodeterminación en las formas y en los valores de cómo acceder a los bienes sociales a que todos tienen derecho, es insoslayable.
La cultura de la expoliación está en los medios con su relato neoliberal. Morena tiene que crear la contracultura correspondiente.