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Lo que diga la mayoría...
Alfredo Zepeda En la Sierra y en la Huasteca del Norte de Veracruz e Hidalgo el modelo colectivo existe en cada comunidad, sin excepción. Y el modo de vida comunitario de los pueblos originarios se compartió silenciosamente con todas las comunidades campesinas de las fronteras interculturales con el fluido de la historia. Los nahuatl, otomíes y tepehuas y la gente de los otros 68 pueblos no solicitaron pertenecer a su comunidad. Simplemente nacieron en ella. Primero es la comunidad, después el individuo. La persona solo se entiende como parte de una comunidad. Y la identidad comunitaria que se genera en cada persona en los primeros años de la vida nunca se va a borrar. Este modo y manera de entender la existencia se reproduce en miles de comunidades en todo el país y sobre todo en la región mesoamericana. La imagen es la casa, con techo de palma, pero sin cercado todavía. En cada esquina un poste de madera dura de frijolillo o de primavera; un horcón, dicen en el sureste. Los horcones son las cuatro esquinas de la comunidad, las cuatro columnas que sostienen el mundo. Los cuatro horcones son el territorio, el sistema de cargos, la faena o trabajo común y la asamblea. Sin territorio no hay comunidad. Sin cargo, trabajo común y asamblea tampoco. El techo lo cubre todo. El techo en esta imagen es la fiesta, la de costumbre como el Carnaval o la del Elote, o la patronal como la de San Isidro el Campesino, con su sistema de cargos especializados. La asamblea simboliza operativamente la democracia directa. El concepto de representación no existe. Si a alguien envían a un encargo o a una comisión lleva la palabra de la comunidad que lo manda, no la suya. La autoridad “no se manda sola”, dice el sistema normativo originario; puede ser cuestionada y regañada en cualquier momento, sin la mediación de una oficialía de partes. Los gobiernos empezaron a introducir la relación individualizada desde fines de los años ochenta, con el programa Pronasol de Salinas de Gortari. De las listas que incluían a todos los miembros de la comunidad, el gobierno pasó a la selección personal, condicionada a cumplir con la carga de pláticas en las clínicas y en las escuelas para los que empezaron a llamarse “beneficiarios” del “recurso” de los programas. Los campesinos al Procampo, las campesinas al Prospera, cada uno caminando su propia peregrinación a las burocracias de la Sagarpa y de Sedesol, armadas con su curp, acta de nacimiento, credencial de elector y certificado agrario u holograma de mujer catalogada. Hoy, cada quien ha de tener al menos diez copias de cada documento, para estar listo a recibir el próximo apoyo exclusivo y excluyente. La asamblea dejó de existir en la mente de los gobiernos para dar paso al nuevo concepto de individuo ciudadano, obediente al Estado, bajo pena de perder los “apoyos”. La asamblea fue eliminada como testigo válido de integración de los miembros de la comunidad, para ceder el paso al recibo de la luz como comprobante de domicilio. La pertenencia fue substituida por el lugar de alojamiento. Todo para preparar una mayor amenaza, la de la privatización del territorio, con el cambio del artículo 27 de la Constitución, tan denunciado. En la letra quedaron el ejido o los bienes comunales. En las intenciones se relegaron como reliquias de la Revolución, sobre el ara del altar del dios comercio. La asamblea mensual quedó prescrita en la ley solo para cada seis meses, en la nueva Ley Agraria. Muy al pesar de estos movimientos atroces, la comunidad persiste, la asamblea se reúne aun con el Procede o el Fanar encima. Porque la casa común, no es un enunciado ideológico, sino una necesidad para el buen vivir. En los años recientes, la agresión de los proyectos de invasión del territorio proliferan: megaproyectos de energía eólica; presas acaparadoras del agua de la gente que son a la vez sepultura de pueblos completos; minas a cielo abierto tan repudiadas por las comunidades como protegidas por los gobiernos; pozos de fracking destructores del suelo y del subsuelo; gasoductos que cruzan desbaratando manantiales y tierras sagradas como mahuaquites venenosos; acueductos para llevar el agua a los lugares designados para la vida racional: México, Guadalajara, Monterrey, modelos de la Tollan del siglo veintiuno. El modo campesino donde el pueblo come lo que cultiva es inconcebible y debería desaparecer, según las pulsiones de concentración del capitalismo financiero. La exaltación de la ciudad como meta de la escolaridad y del éxito individual es la señal más clara de la perversión del sistema educativo.
Como paradoja, el modo comunitario subsiste, plantado en sus cuatro horcones. Y siempre cubierto por el techo de su fiesta: “Si solamente trabajamos y comemos, pero no celebramos, es como si viviéramos dormidos”, dicen lo otomíes de Texcatepec. Las asambleas con sus deliberaciones sin horario y congregadas por las autoridades con cargo y sin remuneración, van definiendo los consensos. Durante la faena o tekio de limpia del camino y del pozo en el territorio común se asientan los acuerdos, reforzados con la conversación colectiva y casual. Ciertamente, las asambleas sufren heridas. El Estado y las empresas han sistematizado lo que ya se conoce como ingeniería del conflicto, que incluye como elemento necesario la división de las asambleas. Así actúa en la región la empresa TransCánada, para lograr cruzar medio país con el gasoducto desde el puerto de Tuxpan hasta Tula, Hidalgo. Así también la empresa Mareña Renovables, en el territorio de los parques eólicos del Istmo. Saben bien que la asamblea unida es un obstáculo que no se puede ignorar. El modo de vida indígena campesino es una propuesta para toda la sociedad. La asamblea de ciudadanos o comuneros encarna la democracia directa. La autoridad del que tiene el cargo no puede actuar sin respaldo directo: “lo que diga la mayoría” o “a ver qué dice la gente”. Contrasta con el sistema de una democracia que puede engendrar impunemente a Peña Nieto o a Trump para representar no a la gente sino al sistema de despojo, con todo y voto libre y secreto. Así es como las comunidades van resistiendo la entrada del maíz transgénico en la frontera nahuatl y el asedio de la Minera Autlán en la sierra de Zacualtipán Hidalgo, con la organización vernácula y los acuerdos de la asamblea. También resisten la destrucción de suelos y ambientes en la comunidad de Emiliano Zapata, largamente ocupada por la ahora transnacional Pemex, y la amenaza de los pozos del fracking, en toda la Huasteca de Hidalgo, Veracruz y Puebla.
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