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Asambleando en los
Carlos Arturo Hernández Dávila La noche suele ser cerrada en los meses de mayo en La Campana, montaña en los límites de Huixquilucan y Lerma, Estado de México. Desde diversos pueblos han subido, antes en secreto y hoy también, los socios del Divino Rostro, conocidos también como m’befis o “trabajadores del tiempo”, elegidos por medio del golpe del rayo. Suben a trabajar en colectivo, en ayuntamiento, en asamblea de escucha y consenso en torno a las deidades del monte. Este cerro, junto con el de Huameyalucan (Acazulco), El Pocito (Ayotuxco), La Verónica (Huitzizilapan) y Santa Cruz Tepexpan (Jiquipilco) marcan para otomíes y mazahuas del valle de Toluca las cuatro esquinas del mundo, cuyo centro es precisamente La Campana. Aquí y en los demás cerros, los m’befi “tapan” y “destapan” los orificios recónditos de los cuales emergen la nube y la lluvia. En cada cerro hay “trojes” de piedra donde se colocan canastos llenos de ofrendas que el Dueño del Monte convertirá en maíz y fruta en las milpas y huertos de los pueblos del valle. Los b’emfi depositan su ofrenda acompañados del humo del copal y melodías de violín, invocando secretas plegarias en otomí que sólo ellos conocen. El cerro come, el Divino Rostro reclama “su taco”, y cuando los b’mefi saben cumplir con esta tarea, la derrama de beneficios sobre el mundo se vuelve una realidad irrebatible. “Nosotros pedimos la nube, la lluvia, la salud y la cosecha. No la pedimos para nosotros: pedimos para todo el mundo”, sostiene uno de estos trabajadores, quien sabe que su tarea no es siempre bien vista. “Nos dicen brujos, pero yo les digo que si no fuera por los brujos nadie tragaría en los pueblos”, sentencia con valiente dignidad don Pascual, de Xochicuautla. En las noches en los que desempeñan su celestial faena, los b’mefi escuchan al Divino Rostro, quien toma cuerpo en alguna de sus elegidas. En esta noche de la Santísima Trinidad, la deidad llora por la devastación de su casa en el cerro, por la llegada de las máquinas que abrieron túneles en el cerro para hacer una carretera que nadie en los pueblos de Ayotuxco, Huitzitzilapan o Xochicuautla pidió.
Mientras la noche avanza, los reclamos del Divino Rostro sacuden el cuerpo de su trabajadora clamando contra el quebranto hecho en nombre del progreso: -“Yo soy el Divino Rostro, soy indiano, traigo mi calzón de manta, vengo con mi sombrero y mis huaraches, no soy mbuehë (mestizo), ni vengo encorbatado; no traigo licenciados. Tengo hambre y tengo sed. Respeten mis jardines, respeten mis animales, respeten mi santa morada”, exclama con ira. Al otro día y en otro santuario, en el Llano de La Tablita de Temoaya, otros b’mefi acuden a presentar sus respetos a la entidad acuática y subterránea llamada la Serena Mantezuma, dueña y proveedora de las aguas dulces. Airada, ésta les interpela: -¿Qué mis hijos no cuidarán de mis manantiales, de mis árboles, de mi monte? ¿Qué dejarán que la máquina arrolle mis pájaros, mis conejos, mis flores? Y en respuesta a los clamores los b’mefi se juntan y parlamentan. Asamblean en la noche y discurren sobre el mensaje que viene desde el cielo y el inframundo: y deciden resistir: algunos alzarán la voz en las plazas donde Xochicuautla y Huitzizilapan dicen ¡No!, al proyecto carretero. Algunos se implicarán y hasta sufrirán penas más duras, como don Pedro Flores, violinista de Xochicuautla, cuya anciana esposa fue detenida cuando defendió con uñas y dientes la capilla del Divino Rostro contra las máquinas que devastaron en este pueblo casas y milpas en abril del 2016. Otros marcharán y no, por más que los tienten con dinero (“la mierda del diablo”, le llaman), no venderán su tierra ni firmarán la cesión de derechos al grupo HIGA. Pero, sobre todo, resistirán barriendo las piedras sagradas, arreando las nubes y llenando las venas del cerro con el agua bendita cada sábado de gloria. “Que llene, que corra, que llueva”, murmuran cuando se vuelven tlaloques de escoba y ayate. Saben que el sol y la lluvia caerán sobre buenos y malos: -Nosotros no tenemos rencor. Pero no dejaremos de pedirle al cerro nuestro maíz. Porque la carretera no se come. Y hoy siguen subiendo en la oscurana, a asamblear, oír consejo, prestos a obedecer en la delicada labor de seguir, defendiendo con copal y plegarias, las cuatro esquinas de la tierra.
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