Sábado 23 de junio de 2018, p. a16
La palabra círculo –cavila Miki-Sophia Cloud– evoca confianza, armonía, seguridad, paz. Estar a salvo.
Miki-Sophia forma parte de Un Grito Lejano (A Far Cry), noble orquesta de cuerdas asentada en Boston y en un prestigio ganado a pulso merced a la calidad técnica de sus integrantes, jóvenes brillantes, libres, gozadores.
El repertorio de A Far Cry denota eso, libertad, gozo, apertura. Sus proyectos destilan frescura, audacia, novedad.
La organización de A Far Cry es del todo democrática y no necesitan, por tanto, una batuta. Se dirigen solos.
En nombre de sus compañeros –por ejemplo, una de sus integrantes, Miki-Sophia Cloud– convino en titular Circles su nuevo disco, en coautoría y acuerdo circular con Simone Dinnerstein, pianista también de nivel excelso, especializada por cierto en Bach.
El tercero en concordia es Philip Glass, quien ya había convenido con Simone luego de largas e intensas conversaciones acerca de la vigencia de la música de Johann Sebastian Bach, no solamente en titular Circles la grabación, sino en escribir un Concierto para Piano y Orquesta dedicado a Simone Dinnerstein, y que esa obra tuviera que ver (y oír) directamente con la música de Bach.
El Concierto 7 para Teclas de Bach y el Concierto 3 para Piano de Glass conforman un disco fuera de serie y dentro del círculo.
Circles (Orange Mountain Music) se inicia con un estallido de alegría, un blooming, un abrir en círculo de flores otrora en botón, y concluye con una meditación gozosa dedicada a Arvo Pärt.
El estallido de gozo inicial es el allegro del Concierto en Sol, número 7, de Bach. Sentada en medio del círculo que forman los 18 cuerdistas de A Far Cry, Simone Dinnerstein apoya la yema del meñique de su mano izquierda en las notas bajas de ese lado del piano.
Precisamente de las notas graves nace la ingravidez que produce la escucha de la música de Bach.
Cuando suena Bach todo está en su sitio, reina la paz en nuestro interior, el pulso cordial se acompasa con la savia que nutre la belleza de los árboles, cerramos los ojos y vemos relámpagos suaves y suntuosos, lentos y apaciguados, donde la luz es una nota musical que se convierte en luz del día.
El disco Circles. Piano Concertos by Bach + Bach , con Simonne Dinnerstein y A Far Cry, es la novedad discográfica que causa furor entre iniciados, público en general y recién arribados al territorio Dinnersten-Glass-A Far Cry.
El segundo movimiento de ese Concierto Séptimo para teclado de Bach es el pleamar, el diástole, los granos de arena ascendiendo en la clepsidra.
Curioso, el efecto de este movimiento, Andante, es un espejo que refleja por igual a Mozart que al movimiento lento del Concierto en Sol de Ravel, lo mismo luciérnaga que aurora boreal. La luz que queda del día.
El remanente del susurro, el eco del suspiro, la caricia en tu hombro, mi mano en tu cadera.
Los caireles, las notas como el ascenso de la alondra, la respiración pausada del teclado forma una corriente plateada que rebota suavemente y vuelve a recomenzar.
Recomienzo. El efecto hipnótico de la repetición. La hoja que se multiplica en las ramas, la página del libro que responde a la de enfrente. El allegro assai del Concierto 7 para Teclas de Bach es una danza, una fogata en medio de la noche tibia, trouppe espontánea de libélulas que forman círculos entre la neblina. Y la danza, como todo baile primigenio, se fundamenta en el arte de la repetición.
Repetición. He aquí el primero de los (muchos) goznes entre la música de Johann Sebastian Bach y la de Philip Glass.
Tales hermanamientos, puentes, interconexiones, empatías, espejos, corrientes de agua cristalina que se juntan en el mismo arroyo (bach) de cristal (glass) constituyen el espíritu que anima el disco que ahora nos ocupa.
El factor repetición en la música de Bach ayudaría a muchos de quienes se obstinan en denominar minimalista toda aquella música que tiene la repetición como su fundamento.
Si a muchos no les suena absurdo decir que Glass es ‘‘minimalista”, sí les resultaría inaceptable aplicar tal mote a Bach, maestro de la célula motívica.
La música de Bach repite, en sus repeticiones, la lógica de la naturaleza. Al escucharla, uno puede por igual sentir cómo las hojas del árbol se multiplican en aparente semejanza pero jamás iguales, exactamente el efecto que causa la música de Philip Glass, que parece repetir la misma frase pero no hay tal, pues sigue el procedimiento que inventó el, ese sí, inventor del minimalismo, Steve Reich, en un recurso técnico que denominó phasing y cuya apariencia repetitiva es en realidad un sistema de aglutinamiento, la conformación de una ola poderosa, el estallido de una flor formada por efecto acumulativo.
Esa acumulación de energía es la que nos hace ponernos de buenas cuando escuchamos la música de Bach.
Sensación semejante a la que producen las obras de Philip Glass.
Feronomas, serotonina, testosterona, dopamina, una euforia controlada, una sensación de útero, de paraíso recuperado, de flotar en líquido amniótico, en nubes, en paz.
El disco Circles evoca danza. Nos pone en la mente el óleo de William Blake: Oberon, Titania y Puck Con Hadas Danzan. Y nos pone a danzar suavemente en círculos como lo hacen los derviches: con el compás de sus mantos blancos, sus berbiquíes, sus faldas blancas como maderita que nace del filo de un sacapuntas, como buscando horadar un círculo en el cielo para ascender a través de un portal dimensional.
Portal dimensional. El estreno del Tercer Concierto para Piano de Philip Glass es umbral, pasadizo secreto, puente, enlace con otra dimensión, superior.
Flujos voltaicos, corrientes marinas, pleamar y bajamar, la repetición de células motívicas forma savia, amasa mercurio, moldea relámpagos, amolda cuerpos. Enaltece.
La música de Philip Glass es ceremonia, ritual, ascenso. No es casualidad que el tercer movimiento del tercer concierto para teclas de Philip Glass esté dedicado a Arvo Pärt, ese gran maestro de la repetición, ese maestro espiritual.
Espiritual. El disco Circles enlaza espíritus, zurce almas, teje abalorios, forma aros de vaho, volutas de rocío. Es una música profundamente espiritual. Y muy alegre.
Simone Dinnerstein tiene un toque pianístico de hada. Sus manos son caricias. Su cabellera flota igual que las notas que nacen de sus falanges, sus ojos entornados, su sonrisa, y el todo forma una nube de libélulas que se repiten, al igual que las falanges, notas y sonrisas, en un grito lejano: la excelencia técnica, las arcadas magistrales, los goznes, giros, transiciones, los suaves relámpagos párpados adentro.
Miki-Sophia Cloud narra así la experiencia de Un Grito Lejano con esta música de Bach y Glass: ‘‘ensayamos y grabamos este disco como si fuera una meditación”.
Nada mejor que meditar con una música optimista.
Que sonríe en círculos.