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Una taza justa de café
Leonardo Bastida Aguilar Por la tarde es posible caminar entre las nubes que se convierten en cinturones de las montañas al paso de la luz del día para dejar lugar a la noche. Tarde tras tarde, esas nubes cubren los cafetales que han dado fama a la sierra Ayuuk (mixe), de Oaxaca, donde el café se consume a todas horas, para acompañar los tamales de frijol en forma de bola, u otros platillos. Pero no sólo eso, ha sido una herramienta de sustento de muchas familias de la zona, y sus productos se suman a los casi cuatro millones de sacos de café de 60 kilos producidos en el país durante cada año. Cierto es que la roya, hongo que se adhiere al cafeto y provoca caída de hojas de manera prematura, reduciendo la productividad del árbol hasta en un 50 por ciento, provocó enormes mermas en la producción y economía locales, pero tal vez no tanto como el fluctuante precio del quintal de café, que ha llegado a ser hasta 40 por ciento menos con respecto al año anterior, según datos de la Coordinación Nacional de Organizaciones Cafetaleras. En promedio, una taza de café cuesta 30 pesos en una cafetería de la Ciudad de México o algunas otras ciudades de la República Mexicana. A un caficultor solían pagarle alrededor de 40 pesos por kilo de café producido en 2015, con la escasez generada por la epidemia de la roya, la cifra llegó a 45 pesos en 2016, pero actualmente, se pagan 24.50 pesos. Hoy en día, un costal de café de 60 kilos es pagado en mil 850 pesos, casi mil pesos menos que el año anterior, cuando se cotizó en el mercado en hasta dos mil 700 pesos. Caminos más justos Por esas razones, los productores de café de las diferentes zonas cafetaleras del país han buscado mejores maneras de comercializar sus productos. De acuerdo con la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación, México está dentro de los tres primeros países con mayor índice de producción de café orgánico, cuya característica es que en su cultivo y cuidado no se han utilizado pesticidas, insumos químicos o fertilizantes sintéticos, se siguen técnicas tradicionales, y los cafetos se fertilizan con materiales orgánicos preparados mediante compostas.
Es decir, los caficultores mexicanos han sido cuidadosos en la producción del grano, tanto para su exportación, como para su consumo en el país. Sin embargo, también se han organizado para que estos precios no afecten tanto sus economías, garanticen la continuidad de sus cultivos, pues tras la epidemia de roya de hace algunos años, muchos decidieron abandonar la siembra y cuidado del grano que por décadas había sido sustento de sus familias. Uno de los caminos ha sido optar por el comercio justo y no vender la cosecha a las procesadoras. Esta opción permite que los productos no pasen por las manos de los intermediarios y los ingresos económicos queden en manos de los productores con mejores precios, fomentando la organización cooperativa, el respeto al medio ambiente, el trato digno y el desarrollo social. Todos unidos En la sierra Ayuuk, habitantes de San José Chinantequilla han recobrado la esperanza de que el café les permita subsistir. Más de 100 caficultores de la zona conformaron la cooperativa Agro Mma Via Am para encontrar canales de comercio de su café, bajo el nombre de Akkonmuk, evitar a los “coyotes” y no sólo vender el grano sino también procesarlo. El resultado ha sido que el café se ha consumido en Estados Unidos tras la venta de algunas cosechas. Si bien el reto al que se enfrentan es poder transportar su producción a la ciudad de Oaxaca y otras, las ventas que tienen por el momento le permite mejorar el precio hasta por cien pesos. Desde hace casi cinco décadas, en la Sierra de Motozintla, en tierras chiapanecas, linderos con la vecina Guatemala, los caficultores se agruparon bajo el nombre de Sociedad de Solidaridad Social Indígena de la Sierra Madre de Motozintla San Isidro Labrador (ISMAM) para conjuntar las cosechas de más de mil 500 ejidatarios, poder procesarlas a un menor costo y encontrar canales de distribución y exportación. El resultado ha sido colocar la mayoría de la producción anual en los mercados europeos y norteamericanos con un precio 30 por ciento mayor a lo que conseguirían por los canales tradicionales.
Algunas otras organizaciones no sólo buscan distribuir sus productos en otros mercados, sino que están interesadas en que el aroma del tueste de los granos y las delicias de la bebida preparada con estos embriaguen los sentidos de quienes le toman en su propia cafetería, generando un vínculo directo con el consumidor. Este es el caso de la cooperativa Maya Vinic, de Acteal, Chiapas, nacida al interior de la organización Las Abejas, que en 1997 sufrió los estragos de la fuerza del Estado al ser masacradas 45 personas por parte de fuerzas paramilitares. Actualmente, sus productos se pueden consumir en una cafetería instalada en San Cristóbal de las Casas, incluyendo la posibilidad de que el grano sea molido exclusivamente para ser degustado en el lugar por quien lo adquiere. En otros casos, son cafeterías, surgidas también como cooperativas, las que compran directamente la materia prima a las organizaciones de caficultores para usarlo como materia prima en su oferta de bebidas y vender los empaques de un kilo de café molido. La modernidad no está peleada con la justicia social, proyectos cooperativistas como Tosepan Titataniske (unidos venceremos), de la Sierra Norte de Puebla, en Cuetzalan, aprovechan las redes sociales para ofertar y presentar sus productos. El éxito del comercio justo no solo recae en los productores y cooperativas cafetaleras, sino también en quienes van a degustar una taza de café a una cafetería o le compran para prepararlo en casa. Conocer el origen del producto bebido en sorbos pausados ayuda a que, en próximas ocasiones, la decisión sobre qué café tomar también ayude a que cada taza consumida acarree un beneficio directo a esas poblaciones donde la vida transcurre alrededor del grano de café.
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