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Hidalgo: lo común y su diferencia Miguel Carrillo Salgado Docente de la Universidad Intercultural del Estado de Hidalgo y doctorante de la séptima generación en Desarrollo Rural de la Universidad Autónoma Metropolitana [email protected]
Lo común en la cafeticultura mexicana La mayor parte de la producción de café en México es de origen campesino-indígena. Implica dinámicas de producción y reproducción para la satisfacción de necesidades materiales y simbólicas de las unidades familiares. La economía y organización del café se basa en la auto organización familiar para desarrollar multiactividades relacionadas al campo a través de la agricultura comercial y de autoconsumo, pequeña ganadería, traspatio, forestería, pesca, caza, recolección de plantas, hongos e insectos, así también como actividades fuera del campo con trabajos no agrícolas (sean asalariados o informales) como venta de artesanías, albañilería, cargadores en las centrales de abasto, taqueros, entre otros. También responde a una lógica sociocultural que implica una relación con lo lingüístico e identitario indígena, pues de las 350 mil unidades de producción con café, más del 56% son otomíes, tepehuas y nahuas de Hidalgo; nahuas, otomíes y totonacos de Puebla; mixes y zapotecos de Oaxaca; popolucas, nahuas, tepehuas y otomíes de Veracruz; nahuas y amuzgos de Guerrero, entre otros. Las cafeticulturas La cafeticultura mexicana comparte rasgos específicos y son generalizados; sin embargo, en el plano organizativo-político comienza una amplia diferenciación, y es en las formas en las que los productores se articulan con los mercados y el Estado. Sin embargo, también existe una matriz histórica y ésta se encuentra en el precedente de la mala operación y desestructuración del INMECAFÉ, pues se conforman tendencias que han repercutido directamente en el desarrollo de la cafeticultura del siglo XXI en las regiones productoras del país. Por un lado, podemos encontrar la cafeticultura autogestiva o independiente y, por otro, la clientelar y corporativa. Y es que la forma en que se han organizado los productores de café para sustentarse a través de su base material, determina su interacción con las externalidades, ya sea para la comercialización de la producción, para la recepción de asistencia por parte del Estado, así como las respuestas ante las crisis ambientales que desatan enfermedades y plagas que son recurrentes en los cultivos.
Algunos productores están a la merced de las inercias y otros generan respuestas organizadas para afrontarlas. Basta echar un vistazo a las regiones cafetaleras donde los productores tienen, como base de articulación, una organización regional autónoma, pero que tienen una historicidad de disensos, conflictos y negociación por los procesos productivos y económicos, como son los casos de la Majomut en Chiapas; UCIRI y CEPCO, en Oaxaca; la Tosepan en Puebla; por mencionar algunas. Organizaciones que, en su mayoría, están insertas en mercados justos y orgánicos, pero también están desarrollando estrategias agroecológicas (renovación de cafetos de sombra y fungicidas orgánicos) para mantenerse en dichos mercados a raíz de la crisis actual del café. Por otro lado, existe la cafeticultura clientelar o corporativa, la cual tiene una base clientelar y paternalista, donde su historicidad se relaciona con un monopolio de intervención por parte del Estado a través del partido dominante y caciquismos regionales. En la mayor parte de estas regiones clientelares ha operado la CNC (Coordinadora Nacional Campesina) u otras organizaciones oficialistas, fruto del corporativismo de mediados del siglo XX. Aquí los programas del Estado fungen como una especie de paliativo para sostener la productividad primaria, pero no necesariamente para generar un desarrollo de la cafeticultura para saltar a otras fases productivas o mercados, como mercados justos y orgánicos; en otros términos, se ejecutan recursos para mantener cierto estándar de producción para los intereses de las grandes agroindustrias como NESTLÉ y DESCAMEX, pero también para mantener condiciones deplorables y economizar la pobreza en términos políticos. La cafeticultura clientelar
El estado de Hidalgo no ha sido un escenario en el que se manifiesten organizaciones del calado de las entidades antes mencionadas, y esto es debido a que la participación política, desde trincheras alternas al partido predominante en el estado, se ha mostrado limitada a ciertos ámbitos y territorios específicos; sin embargo, en general, se manifiesta un sistema político cerrado. Las zonas cafetaleras de Hidalgo, a diferencia de otras, han sido incididas exclusivamente por instancias del Estado e intereses políticos regionales, hecho que ha generado una dinámica de poca disidencia política, dependencia de recursos y cierta vulnerabilidad hacia las tendencias de precios bajos y fenómenos climatológicos; sin embargo, la organización familiar campesina ha sido el sostén de la cafeticultura hidalguense. La producción de café en Hidalgo en pleno siglo XXI tiene, como resultado histórico, una incidencia estatal clientelar, pero también excluyente, una cafeticultura vieja y enferma por los eventos climático-ambientales que se han generado en los últimos años. Así también el café hidalguense ha sido poco conocido por su producción de café en los mercados, sin embargo, la calidad en taza ha sido aceptada por algunos actores pues se produce a más de 900 msnm, bajo sombra diversa y con predominio de variedades arábigas; así también, históricamente ha tenido cierta importancia productiva a nivel nacional y, sobre todo, a su interior, ya que su producción se ubica en zonas serranas marginales y funge como una de las bases materiales que sostiene los modos de vida de los pueblos indígenas del estado pues se distribuye entre los nahuas con 45%, los otomíes con 20%, los tepehuas con 5%, y otros con 2%; es decir, alrededor del 72% de los cafeticultores hidalguenses son indígenas y el resto lo produce población mestiza.
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