na parte importante del repertorio operístico tiene su sustento textual en obras de teatro, no todas ellas de igual calidad. De hecho, muchísimas óperas, incluyendo varias de las consideradas indispensables en ese repertorio, son malas óperas debido a que fueron compuestas sobre textos realmente atroces. Este hecho incontestable, sin embargo, no es reconocido ni aceptado del todo por la legión de operópatas que pueblan numerosamente este planeta, y que suelen aceptar acríticamente óperas con música bonita y libretos abominables. En este sentido, una de las excepciones (en mi opinión personal, la más notable) es la Salomé (1905) de Richard Strauss, ópera insuperable con música sublime, que está basada en el portentoso texto dramático homónimo de Oscar Wilde. Además de las numerosas versiones que de la ópera se han realizado por todo el mundo, muchas de ellas registradas en video, con espléndidas cantantes/actrices en el papel titular, el texto de Wilde ha sido llevado al cine en varias ocasiones, por directores como Charles Bryant (1923), William Dieterle (1953), Werner Schroeter (1971) y Carlos Saura (2002). (De entre las puestas en escena de la ópera realizadas en México, recuerdo especialmente las dirigidas escénicamente por Schroeter y Arturo Ripstein.)
Recientemente, he tenido la oportunidad de ver dos filmes basados en Salomé que, en realidad, son uno solo. Me explico. Uno de ellos es un muy interesante documental titulado Wilde Salome (2011), dirigido por Al Pacino, en el que el gran actor ítalo-estadunidense da cuenta de los ensayos, preparación y escenificación del texto de Strauss, intercalando las escenas documentales con las escenas de la obra, en un experimento (exitoso, me parece) análogo al que el propio Pacino realizara con el filme Looking for Richard (Buscando a Ricardo, 1996), sobre el Ricardo III de Shakespeare. El otro filme se titula Salome (2013) y es, simplemente, la obra de Wilde completa, despojada de las escenas documentales de su preparación y puesta a punto; ambos filmes son muy atractivos, y debieran ser materia obligatoria para todos los admiradores del texto de Wilde, de la ópera de Strauss y de las versiones fílmicas arriba mencionadas. Un atractivo particular de Wilde Salome es el asunto relativo a la puesta en escena y la puesta en cámara. En el fascinante oficio de hacer cine, la puesta en escena (la parte teatral, actoral) y la puesta en cámara (el modo de filmar la acción) suelen ser ambas la materia de trabajo del director o realizador, y suelen ser inseparables. Aquí, la puesta en escena o dirección teatral está a cargo de Estelle Parsons, mientras la película que lo registra todo ha sido dirigida por Pacino.
La puesta en escena tiene numerosos elementos modernos en su concepción y realización, pasando por el hecho de que está montada en un foro cinematográfico y que, por ejemplo, el vestuario es actual. Sin embargo, el maravilloso texto de Wilde ha sido respetado íntegramente. Entre los aciertos de estos dos muy recomendables filmes destaca su reparto, encabezado por el propio Al Pacino como Herodes, y con una Salomé muy bien lograda por Jessica Chastain, una de las actrices más poderosas del cine contemporáneo. En uno más de sus roles arriesgados, Pacino logra introducirse con eficacia en los momentos más demenciales de Herodes, mientras Chastain tiene éxito en comunicar la difícil dicotomía de la virginal princesa convertida en asesina sexualmente obsesionada.
El filme de Pacino que presenta solamente la obra tiene un soundtrack compuesto por Jeff Beal, con música adicional de Aldo Shllaku, que está presente a lo largo de la película. Se trata de una buena música, plenamente moderna, marcada en numerosos momentos por las indispensables referencias a sonoridades vagamente mediterráneas. Es interesante notar que a pesar de la omnipresencia de la música, su adecuada colocación en lo que se refiere a sus variaciones dinámicas no permite la saturación ni el hartazgo. Mi recomendación: ver primero Wilde Salome, hacer un intermedio para palomitas, y de inmediato ver Salome. Buena experiencia, sin duda.