ómo concebir un amor cuya patria es la desesperanza? ¿Puede subsistir un amante atareado en ver en su amado una existencia raquítica de acongojante monotonía? ¿No debiera el amar ser una tarea afirmativa siempre, de un modo u otro, apologética en la mayoría de los casos? Estas son algunas de las más apremiantes preguntas que surgen al hilo de Inhabitable, de Miguel Ángel Vázquez, adaptación de No puedo imaginar el mañana, de Tennessee Williams, presentándose en el Foro Shakespeare. La respuesta no puede venir de un exterior que no sean los amantes mismos: es preciso buscar forma en el desorden, filtrarse debajo de las palabras, recorrer los acantilados de su interioridad si se busca entender la sed de estos fantasmas.
Una idea provocativa vertebra esta tensión dramática: No hay nada más vasto que las cosas vacías
(Francis Bacon). En el único acto asistimos a una dupla de amantes (Simón y Jesús) en la aletargada quietud de una pequeña sala rectangular, contrapunteada por loops hipnóticos creados por Jesse Beaman (conocido en redes como My empty phantom) que desbordan melancolía y desasosiego. Jesús –personaje ensimismado, tartamudo, abatido al borde de la parálisis– llega como todas las noches a casa de Simón, su única compañía, buscando la reconfortante charla y el habitual juego de naipes antes de regresar al cuartucho del hotel mortuorio donde habita. Es precisamente la calma extrema, la letanía y predictibilidad de esta vida atrapada por la rutina lo que es el combustible para que finalmente estalle el alma de Simón. No vemos en ella un espíritu proclive a la lentitud ascética, sino que exige el relámpago y el fuego. Con una estremecedora actuación de Roxana Vázquez, quien proyecta con gran fiereza una inagotable tensión orgánica, atestiguamos cómo ha expirado toda ilusión que sostenga –o invente– la sacralidad de su amado: Jesús no es ya una urna a exhumar, ha perdido el aroma en su materia, el enigma en sus emociones y pensamientos. Las crudas líneas que, en las cimas del tedio y la desesperación, Simón espeta a Jesús ahondan en este territorio: Oh, eres tú, sí, soy yo. ¡Dios mío! ¿No puede haber otras palabras para saludarnos? Sería mejor que te limitaras a entrar y sentarte a comer y después mezclaras las cartas o encendieras la televisión. Pero, no. Tenemos que repetir el ritual, oh, eres tú y sí, soy yo, casi no decimos otra cosa, al menos algo que valga la pena decir.
Inhabitable nos recuerda una verdad que tantas veces desearíamos olvidar: el tiempo en el ser humano es terminal. ¿En verdad existen palabras que no pierdan su savia, venas que no se endurezcan con el paso del tiempo, incendios que no acaben un día por volverse desiertos? Tras tantas pasiones el infatigable paso del tiempo habrá de extenderse cada vez con más avasalladora fuerza sobre sobre los amantes y también sobre todo y sobre todos, en medio de todos los deseos, corneando todos los tronos, y sembrando en cada corazón un vacío desolador e inhabitable.
* Ganador del primer Premio de Crítica Teatral Olga Harmony en la categoría B: crítica en blog-página web-redes sociales