as últimas semanas han supuesto un llamado de atención para las sociedades de nuestro continente respecto a las percepciones, exigencias y la decisión de actuar de sus juventudes, ya sea que demuestren su valentía ante la parálisis de la clase política en problemas, literalmente, de vida o muerte para los jóvenes, que reaccionen de manera airada a reformas que golpean sus ingresos actuales y sus posibilidades de un retiro digno o que se muestren partidarios de severos retrocesos antidemocráticos, los futuros o incipientes ciudadanos de la región dejan claro que no puede ignorarse su presencia en la arena pública.
La persistencia del movimiento estudiantil que surgió en Estados Unidos tras la masacre de Parkland, Florida, donde 17 personas perdieron la vida durante un tiroteo en la escuela preparatoria de esa ciudad el pasado 14 de febrero, es una señal de que los jóvenes no están dispuestos a cejar en su demanda de un mayor control de las armas de fuego. Precisamente ayer se realizó una serie de movilizaciones para recordar la masacre de Columbine, el traumático evento que en 1999 pareció marcar el arranque de esta forma de violencia que no deja de repetirse en todo el territorio estadunidense. El componente generacional de la tragedia no podría ser más claro: mientras los jóvenes son asesinados en colegios y campus universitarios, legisladores y cabilderos de edad mediana o avanzada bloquean cualquier intento de enmendar la anacrónica Carta Magna que eleva la posesión de armamento a rango constitucional.
Por su parte, alumnos de las universidades nicaragüenses han protagonizado las protestas que desde el miércoles suceden en contra de un decreto presidencial para elevar las cuotas obrero-patronales a la seguridad social, a la vez que recorta las jubilaciones con el pretexto de cubrir la atención médica de los pensionados. Estas manifestaciones, extendidas por más de 10 ciudades, ya dejaron decenas de heridos y al menos tres muertos por la violenta reacción del gobierno de Daniel Ortega, que incluyó no sólo el uso de la fuerza para disolver las marchas –en ocasiones, mediante aparentes grupos de choque–, sino incluso la salida del aire de múltiples medios de comunicación. Además de las calles, el peso de las juventudes se ha hecho sentir en el traslado de la información desde las plataformas tradicionales a las redes sociales.
Por último, es necesario considerar los datos arrojados por el Estudio Internacional de Educación Cívica y Ciudadanía, ejercicio demoscópico realizado en 2016, cuyos resultados se dieron a conocer en días recientes. De acuerdo con el documento, en cinco países latinoamericanos, 69 por ciento de los estudiantes de entre 13 y 14 años manifestó estar de acuerdo con un Estado dictatorial si éste provee orden, seguridad o beneficios económicos. Sin embargo, el estudio del Asociación Internacional para la Evaluación del Logro Educativo debe tomarse con reservas: de las cinco naciones de la región elegidos para la encuesta, cuatro –Chile, Colombia, México y Perú– forman la Alianza del Pacífico, una iniciativa de integración conformada en 2011 a instancias de Washington con el abierto propósito de oponer un frente a los regímenes progresistas que entonces gobernaban un amplio abanico de estados. Es decir, desde la selección de la muestra hay un sesgo a la derecha, pero eso no elimina la gravedad de que la propensión a aceptar el autoritarismo prevalezca en niveles semejantes.
Tomados en conjunto, los eventos referidos constituyen un recordatorio de que los jóvenes existen como sector social, pero ante todo que están dispuestos a conformarse en tanto actor político con voz y reclamos propios. Pero también lo es de que, ante la desatención de sus demandas y necesidades elementales, de manera primordial la de garantizarles una inserción digna en la vida política y económica, las juventudes pueden voltear a opciones indeseables en busca de lo que las democracias les han negado. En suma, que clases políticas y empresariales deben tomar nota de estos llamados de atención para actuar en consecuencia, es decir, para generar un marco social propicio a la realización plena de sus jóvenes.