unque suelo referirme cada lunes aquí a problemas relacionados con el medio ambiente y el desarrollo, hoy expreso mi inconformidad con el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) por avalar la candidatura de Jaime Rodríguez, quien utilizó todo tipo procedimientos ilegales para sumar las firmas requeridas a fin de figurar como candidato independiente. El Instituto Nacional Electoral, INE, probó que 58 por ciento eran falsas.
Al conocer la decisión del TEPJF, el señor Rodríguez sostuvo que Dios es grande, gracias
. Ferviente católico, sabe que la deidad en que dice creer no iluminó a los cuatro magistrados que convirtieron firmas falsas en buenas. Otras deidades son las responsables de ese milagro. Y la mejor prueba de ello es que el Partido Revolucionario Institucional (PRI), y su candidato, fueron los únicos que aceptaron una decisión que deja sin credibilidad a la instancia responsable de garantizar que la elección del próximo primero de julio se realice conforme a derecho y la Presidencia de la República no se gane con trampas.
Bueno es recordar los nombres de los iluminados magistrados del TEPJF que, por orden de dioses terrenales, avalaron la candidatura del señor Rodríguez: Felipe Fuentes, José Luis Vargas Valdez, Indalfer Infante González y Mónica Arali Soto Fregoso. Todos ellos, propuestos por el PRI para integrar dicho tribunal. Destaquemos el nombre de la presidenta del mismo y que, con argumentos impecables, señaló las contradicciones legales de la decisión que ahora ensucia el proceso electoral y los resultados de la elección del primero de julio: la licenciada Janine Otálora.
Desacreditados el TEPJF y el INE, en duda la imparcialidad de la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales (Fepade) tras la destitución de Santiago Nieto, no grato al sistema por investigar las ligas del gigante brasileño Odebrecht con Petróleos Mexicanos, por ejemplo, nos espera una elección de Estado. Jorge Zepeda Patterson se preguntaba el jueves en su columna del diario El País, hasta dónde llegará el presidente Peña Nieto para evitar un posible triunfo de López Obrador. La respuesta la dio el jueves pasado el candidato gubernamental al presidir el mitin en el que Antorcha Campesina, la fuerza de choque más desprestigiada del PRI, lo hizo uno de los suyos: Hay que detener a López Obrador
, ordenó Meade.
Y mientras, los tres candidatos que tienen posibilidades de gobernar Ciudad de México se avientan lodo día a día: que si una es culpable de la tragedia de la escuela Rébsamen cuando fue delegada en Tlalpan y no rindió cuentas por la construcción de los segundos pisos cuando fue secretaria del Medio Ambiente; a la otra le reprochan su fortuna, tener un departamento en Miami y otros bienes en México; el tercero, católico ultramontano, a contracorriente de Francisco rebosa de homofobia y cuestiona la legislación que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo o el aborto bajo condiciones especiales.
Los tres siembran promesas en tierra árida para hacer menos pesada la carga de los más pobres, ofreciéndoles seguro médico eficiente e ilimitado y pensiones a mujeres jefas de hogar y a todos los de la tercera edad; dicen que acabarán con la inseguridad que azota a la capital del país; el candidato del PRI anuncia que utilizará al Ejército y la Marina para acabar con la delincuencia y que ya no faltará agua en ninguna colonia, pues resolverá el problema de las fugas en el sistema de distribución del líquido; la candidata de López Obrador, en cambio, resucita la antigua idea de traer el agua de otras cuencas hidrográficas, olvidando su elevado costo y los daños que se causan en los lugares de origen de las mismas. Todos prometen cuidar el ambiente y ampliar la extensión del Metro y el Metrobús, pero sin las fallas de la Línea 12; habrá reformas para acabar con la corrupción y la impunidad. Mientras, reina la compra de votos en las delegaciones que gobierna el PRD: despensas, materiales de construcción de viviendas, monederos electrónicos, vales para la adquisición de mercancías diversas. Promesas, muchas promesas, como cada seis años, en las que la gente ya no cree.