a escalada de hostilidades verbales entre Estados Unidos y Rusia se incrementó el fin de semana anterior a raíz de un ataque en la ciudad siria de Duma, presuntamente perpetrado con armas químicas, por el cual habrían perecido decenas de personas y afectado a 500, de acuerdo con reportes de organizaciones pro occidentales que operan en el terreno.
Las fuentes, el equipo de rescatistas Cascos Blancos y la Sociedad Médica Sirio-Estadunidense, refirieron que un helicóptero lanzó sobre esa localidad un barril al parecer repleto de un agente neurotóxico, y difundieron videos en los que se observan cuerpos sin vida de personas –incluidos niños y mujeres–, que habrían fallecido por asfixia.
De inmediato, el presidente estadunidense, Donald Trump, con su estilo impetuoso habitual, responsabilizó a Moscú y a su aliado local, el presidente Bashar al Assad, por la agresiíon, y amenazó con tomar represalias. Horas más tarde, un ataque con misiles provocó la muerte de 14 personas en una base aérea del gobierno sirio, acción que Moscú atribuyó a la fuerza aérea israelí. El presidente ruso, Vladimir Putin, por su parte, condenó las especulaciones
sobre el supuesto bombardeo químico de Duma y las calificó de provocaciones inadmisibles
.
Es por demás difícil establecer la verdad de las versiones procedentes del ensangrentado país árabe, por cuanto las fuentes de información disponibles suelen estar afiliadas a uno o varios de los muchos bandos que se disputan el control de Siria.
De lo que no hay por qué dudar es de la enorme cuota de sufrimiento que los habitantes de ese país están pagando por un juego geoestratégico que escapa por completo de su control y sobre el cual no tienen responsabilidad alguna.
Es claro, también, que todas las potencias con intereses en ese escenario bélico –Estados Unidos, Rusia, Francia, Turquía, Arabia Saudita, Israel, Irán, Gran Bretaña, Jordania y otras– son, en mayor o menor medida, corresponsables por tal sufrimiento.
Han pasado ya más de siete años desde el inicio de los enfrentamientos armados entre el gobierno de Assad y los diversos grupos de oposición alentados por Estados Unidos, Europa, Turquía y Arabia Saudita, y tras más de cientos de miles de muertos civiles y militares y de millones de personas obligadas a huir de sus lugares de residencia, el conflicto no parece tener fin; al contrario, en varias ocasiones se ha acercado a una peligrosa internacionalización y a choques directos entre las fuerzas de las mayores potencias nucleares del planeta.
En tal circunstancia, resulta imperativa la salida de todos los contingentes extranjeros de esa nación árabe y la convocatoria a una conferencia de paz que permita resolver por la vía diplomática lo que miles de bombas no han podido solucionar.