ándonos un respiro en el viscoso ambiente electoral, pero sin abandonar nuestras preocupaciones centrales, revelo que de tiempo he buscado los orígenes del desastre que son nuestras policías, las preventivas, las judiciales, todas. ¿Qué nos pasó o, mejor dicho, qué no hicimos? Aún sin rigores históricos, la exploración resulta muy compleja. Encontré sólo para mí, una explicación:
En los tiempos posrevolucionarios, desde el primer presidente elegido en 1920, Álvaro Obregón, las policías profesionalizadas eran innecesarias. Sí, había gendarmes pueblerinos o de barrio, faroleros y veladores que patrullaban las calles silbando, que normalmente eran sufragados por los vecinos. El campo, a pesar de la existencia de robavacas y asaltacaminos reclamaba poco. Había un vacío de esa autoridad que nadie reclamaba.
Los ventarrones del sexenio cardenista favorecieron a que México transitara del periodo posrevolucionario a una supuesta modernidad política. Fue entonces cuando se consolidó el Estado absolutista que condujo a una inmovilidad social, de naturaleza tal que el aporte de las policías a la tranquilidad comunal era marginal. Según el poder, esa modernidad para consolidarse exigía la existencia de tranquilidad, aunque fuera con dureza, Pax Mexicana, le han llamado. Hasta esos largos tiempos, la única preocupante que mantuvo al gobierno alarmado fueron los alzamientos, planes o rebeliones, encabezados por rivales ex revolucionarios, como la rebelión de Gonzalo Escobar de 1929 y el último, el de Saturnino Cedillo en 1938, quien según el gobierno informó murió en combate
. La Guerra Cristera fue otra cosa.
El alzamiento de Cedillo, último serio, remató la idea que quedaba clara que, para el sostenimiento de los gobiernos y la tranquilidad social, no era necesario ni confiable un sistema civil. Ya antes Calles había combatido a la caballería del rebelde Gonzalo Escobar con carros blindados y aviones.
Los enfrentamientos entre revolucionarios terminaron. Quedaban restos de rebelión ahora gestada por injusticias sociales, nuestra endemia. A estos rebeldes
se les aplicó la misma receta. Se reprimieron y encarcelaron a políticos disidentes, líderes ferrocarrileros, telegrafistas, pintores, escritores. A un supuesto rebelde ex zapatista, Rubén Jaramillo, en mayo de 1962 se le dio muerte en Xochitepec, Morelos, junto con su mujer embarazada y tres hijos más. Luego vino el surgimiento de la Brigada Campesina de Ajusticiamiento de Lucio Cabañas a principios de los años 70 y el EZLN en 1994. Entonces, ¿si la indiferencia pública seguía, en dónde cabían las policías?
Los gobiernos de la Revolución
desde Miguel Alemán hasta López Portillo, fueron genuinos autócratas con diversas caras, con la paradoja de que supieron armar una sólida base social que los veneraba. Eran dueños de la Suprema Corte de Justicia, del Congreso, de las fuerzas armadas, de los gobiernos estatales y municipales, de la Comisión Federal Electoral y del PRI, a la Iglesia se le centaveaba.
Existía un increíble Día de la Libertad de Prensa, cuando los principales editores glorificaban al Presidente por sus bondades democráticas. Una sociedad feliz, sumisa y obsecuente. ¿Quién reclamaba la ausencia de una policía profesional? Primero bastaron los gendarmes y después, nombrar a un general confiable como jefe de la policía del DF y comprar muchas patrullas. Los estados y municipios seguían imperturbables. Ese suelo parejo no podía durar para siempre, en el gobierno de JLP la criminalidad respaldada desde el gobierno hizo crisis.
Las policías políticas, la DFS a la cabeza, hicieron que la situación se tornara explosiva, amenazando consecuentemente con un serio conflicto político. Los gobiernos de 1982 a 1994 crearon instituciones de inteligencia y seguridad, después vino la disimulación como forma de gobierno. Entonces, ¿en dónde hubiera cabido la preocupación por una policía ejemplar?
Inútil narrar los avances y retrocesos de un proceso ya de décadas por llenar ese vacío que otros muchos países han sabido atender con dignidad y eficiencia. Declaraciones van y declaraciones vienen, golpes de ciego o actos de prestidigitación. En el fondo quedó el naufragio que no sólo existe si no que amenaza a más. Esta es mi reconstrucción del fiasco, habrá otras más atinadas.
No es hora de culpas si no de soluciones. Soluciones que serán costosas en tiempo, talento y visión trascendente. Se vive en una crisis no registrada desde los tiempos posrevolucionarios, como se mencionó. El problema evolucionó en dos décadas, más amplia e intensamente de lo que nadie pensó y su mayor consecuencia desde el deber del Estado, es no hacer válido uno de los derechos primarios del hombre que es seguridad y justicia.
El avance de la ingobernabilidad es evidente y no se detendrá en automático el próximo primero de diciembre. Así que responsablemente hay que empezar ya a asumir este terrible reto nacional tal como lo es. La exigencia y participación social, fortalecida y ampliada cada día, en estos tiempos de ambigüedad, debe ser la vanguardia.