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No Sólo de Pan...

De comprender la relación riqueza-pobreza

P

arece fácil: unos son ricos porque trabajaron mucho y otros pobres por diferente incapacidades; los primeros no tienen razón lógica para compartir el producto de su trabajo con los segundos, a menos que quieran emular a Francisco de Asís, pero en dicho caso es irremediable que empobrezcan aún más que los socorridos. Se entiende que no sea mayoritaria esta tendencia. O bien, los ricos heredaron el producto del esfuerzo de sus padres, nada más ingrato sería entregar la herencia a quienes no hicieron nada ni tienen la sangre para merecerla.

La convicción del derecho legítimo a la propiedad de la riqueza se complementa con la convicción de la propiedad justificada de la pobreza. Sorprendentemente, también se desliza el concepto de propiedad a la propia inteligencia que, aunque su virtualidad no la hace compartible, sirve para una lección ejemplar que circula por ahí, donde un padre reta a su joven hija de izquierda, cuyas calificaciones son excelentes porque es estudiosa, a compartir su diez con la amiga que ha sido reprobada, para salvarla de repetir el año. Se concluye que ante el absurdo, la hija pasa automáticamente a la derecha.

Nada más truculento que los esfuerzos del capital para convencer de su bondad al prójimo, y nada más perverso que los numerosos argumentos para tratar de desconcientizarlo, sobre todo a las propias víctimas del círculo infernal de acumulación de capital. Todos hemos escuchado la justificación capitalista y neoliberal: si no se crea riqueza no hay nada qué repartir. Quienes lo pregonan suelen tener capital o amigos que lo faciliten para emprender negocios con promesas efectivas de ganancias, y aunque muchos fracasen en el empeño, como todo emprendedor que contaba y confiaba en su fuerza individual para obtener importante enriquecimiento privado, atribuye su pérdida a su falta de méritos o a la mítica mala suerte, pero no al sistema de libre mercado en el que se metió.

Los pobres son pobres porque quieren: ahí está la riqueza al alcance de la mano de quien la estire, dicen los que estiraron la mano sin analizar las circunstancias en las que lo hicieron y en las que ganaron. Hoy día, quienes conocemos la relación entre riqueza y pobreza deberíamos aclarar la falsedad de la frase socorrida por la derecha: hay que crear la primera para poder repartirla (pero, ¿cómo, entre quiénes?), asustando sobre todo a quienes tienen un vocho o están pagando una vivienda de interés social, abrieron una escuela patito o poseen una miscelánea.

Se ufanó en 2017 el gobierno mexicano de los récords nunca antes alcanzados de exportaciones de alimentos mexicanos cuya venta eleva el índice del producto interno bruto (PIB). Pero, ¿acaso el PIB se reparte con justicia entre las necesidades colectivas de la nación, que en ningún caso significaría repartir billetes entre cada mexicano? Uno de los productos de mayor aceptación en el mundo es el aguacate michoacano Hass, pero del producto de su venta no ven un céntimo quienes lo producen, ni siquiera reflejado en el monto de sus jornales miserables, porque estos están subvencionados por ellos mismos mediante el producto de sus miniparcelas que trabajan las familias campesinas para autosustentarse. En cambio, los dueños de los aguacatales, protegidos por los tres niveles de gobierno, van concentrando más propiedades con base en deforestar bosques y arrasar cultivos ejidales e indígenas, al tiempo que introducen plaguicidas tóxicos con que contaminan el agua, la tierra y el aire, y enferman a las poblaciones desechables, porque mientras haya pobres se podrán sustituir en la medida que los necesite quien tiene capital. Esto ya fue documentado por unos cineastas europeos.

La oposición entre lo privado y lo público, que asusta a la gente de buena fe pero no informada, es la que difunden a niveles pedestres algunos sujetos para condicionar el voto por el miedo. Nunca antes como ahora es necesario explicar la articulación entre, por un lado, un ente no humano como es el capital, pero al que sirve la acción humana movida por la ambición desmedida de acumular riqueza privada arrancándola justamente del sector público o sea del bienestar colectivo.

La alternativa no es negar la propiedad privada del propio cuerpo, del vestido, el techo, el alimento, la educación, la cultura… los que constituyen los bienes que cada ser humano necesita para ejercer su libre albedrío en condiciones de libertad común. Sino se trata de establecer una justicia posible que se acerque al ideal ético social donde cada quien contribuya a la creación de los bienes comunes, según sean sus capacidades, y donde cada quien reciba todo lo que necesite según sean sus necesidades.