Opinión
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De noticias buenas
C

uenta Clarisa Landázuri en La Voz Brava que, sumida en un estado de desapego casi total de la vida y del mundo, de pronto fue sorprendida y hasta reanimada al leer un reportaje en el New York Times. Era uno de diez en una sección curiosa que se estrenaba aquella mañana y que se proponía, como misión, ser un espacio dedicado a transmitir únicamente noticias buenas de la semana, ya fuera nacionales o de cualquier lugar del mundo donde sus corresponsales las localizaran.

El reportaje al que aludía Clarisa se trataba del caso de la única librería flotante de Londres, de nombre Word on the Water (La palabra sobre el agua), y de historia bohemia y literaria, intrincada y difícil para la embarcación que, por fin, tras vencer una serie larga de amenazas legales, y gracias a la buena disposición de sus propietarios, a su buena estrella, así como a un espontáneo y anónimo apoyo de la comunidad invisible, que incluía a simpatizantes poderosos y efectivos, logró obtener un anclaje permanente, lo más difícil de conseguir en la tradición de las embarcaciones que recorren los canales de la ciudad, y alcanzar dicho elusivo derecho a anclaje nada menos que en el Regent Canal, nada menos que a la vuelta de la British Library.

Comenta Clarisa que el logro de la librería la emocionó a tal grado que, durante días, no hacía sino celebrarlo internamente, como si Word on the Water fuera de su propiedad; como si ella misma hubiera atravesado por todos y cada uno de los contratiempos por los que habían pasado sus auténticos propietarios; como si el sueño realizado de ellos hubiera sido el de ella misma. Confiesa que en un principio la desbordada emoción que el reportaje le ocasionó la tuvo más bien aturdida, como si, aun cuando reconociera experimentar esta gran emoción, no tuviera del todo claro el porqué de sus proporciones, tan desmedidas que incluso resultaba natural que la hubieran aturdido.

Tuvieron que pasar un par de meses, de reflexión tras reflexión, hasta que pudo identificar cada hilo de la trama, tanto del caso de Word on the Water como de la emoción que el asunto le despertó.

Para empezar, estaba el hilo de la identidad de los propietarios de la librería, dos cincuentones ingleses. Pady Screech, un graduado de la Universidad de Oxford que, antes de arrancar con el proyecto del buque librero, se había dedicado al trabajo social, con gente sin hogar y con drogadictos, así como al cuidado de su mamá, que era alcohólica. Hasta que un buen día, cuando su mamá dejó el alcohol y se convirtió en una fanática del té, él decidió dejar atrás su tarea de cuidador y de redentor y entonces buscar a qué dedicar el resto de su vida, y salió a caminar y se topó con un canal y fue cuando y donde de paso se topó con Jon Privet, que vivía en uno de los canales, específicamente en un bote-hogar, como integrante de la subcultura de los habitantes de los bote-hogares que circulan sin pago o libremente por los canales, siempre y cuando no anclen en ningún paraje determinado por más de quince días, cuando deben volver a levar anclas y circular hacia otro amarradero. Privet contaba con años de experiencia en el negocio de los libros. Se había mantenido como paracaidista ocasional en la venta callejera de libros de segunda mano. Lo cierto es que del encuentro azaroso de estos dos personajes, apoyados económicamente por la mamá de Screech y por un amigo francés, Stephen Chaudat, que contribuyó con la embarcación inicial y que ha seguido siendo socio de la empresa, a principios de 2017 nació Word on the Water, esta librería flotante que por fin alcanzó un destino, un anclaje, un atracadero permanente, tras vencer un sinnúmero de percances, desde legales hasta circunstanciales, como cuando el primer buque se hundió (porque un cliente dejó abierta una llave en el baño), con todo y libros, y los románticos y persistentes libreros tuvieron que volver a empezar, de cero.

Pero éste no fue el único hilo que entresacó Clarisa de la emoción que la inundó al leer el reportaje firmado por Rod Norland. También estaba presente la idea de formar parte del proyecto, ya fuera traduciendo el artículo, o venciendo su terror a desplazarse y viajar y entrar por su propio pie a la librería, o siguiendo el descabellado sueño de imitar la idea y montar una librería flotante, quizás en Xochimilco, que podría llamarse La Chalupa de los Libros.