Más del intencionado subdesarrollo taurino de México
Juladas del Juli y de sus contlapaches reales
n el subdesarrollo o desarrollo discreto e inequitativo en lo económico, político, social y cultural de un país, el sentido común se vuelve ciencia, y con relación a países más desarrollados se les repite que son menores de edad incapaces de alcanzarlos, incluida la fiesta de los toros.
Así, en lugar de objetivos concretos se multiplican leyes y decretos; en vez de avanzar medio se camina; ante la necesidad de modificar situaciones se analizan sistemas, de preferencia con especialistas por televisión; a la ciudadanía se le pide sacrificios y paciencia cuando ya la hicieron resignada; al aumento de dependencia se le llama apertura globalizadora; los complejos de inferioridad presumen de falso refinamiento, y el respeto por lo propio se califica de nocivo nacionalismo a evitar por órdenes del pensamiento único y su pobre idea de cultura.
El microcosmos cultural denominado tauromaquia, entendido como el encuentro sacrificial, lo más equilibrado posible, entre un individuo y un animal, ambos con nombre y apellido, es particularmente sensible a los rumbos que toma el sistema social donde está inmerso, por lo que en el subdesarrollo los problemas y actitudes señalados suelen agudizarse, incluso con dependencia total de figuras extranjeras, como ocurre en los países taurinos sudamericanos.
Mientras México mantuvo rumbo y sentido de soberanía, su tradición taurina, iniciada en la tercera década del siglo XVI, mostró una sana evolución con características que se fueron haciendo propias en lo que a ganado de lidia, interpretación y creación de suertes se refiere, lo que se tradujo en un tiempo peculiar, tanto en la embestida de las reses como en el sometimiento y aprovechamiento de ésta, dando lugar a una versión mexicana de la tauromaquia con rasgos específicos y sin menoscabo de la bravura.
Con el sometimiento gradual de gobiernos y élites al neoliberalismo y la globalización asimétrica, la sustitución de productividad por importaciones se volvió práctica generalizada. En manos de esas élites con arraigados complejos de inferioridad y tan multimillonarias como frívolas, el respeto por el toro, la lidia, el público y los resultados transparentes, devinieron caricatura de heroísmo, función para idiotas y terapia ocupacional de potentados sin imaginación, renuentes además a ser asesorados por conocedores con experiencia, sensibilidad y visión, no por mozos de figurines.
Alcahueteada por críticos mexhincados, oportunistas y sin respeto por la inteligencia, por gremios taurinos de pena ajena y por una autoridá decorativa, la dichosa élite ha visto pasar más de un cuarto de siglo haciendo el ridículo, al contrastar los espectaculares éxitos del resto de sus empresas con los mediocres resultados de su promoción taurina, la falta de toreros nacionales taquilleros y las dudosas hazañas a cargo de ventajistas ases importados en ese lapso, mediante la componenda de toro chico y billete grande.
A la repetida falacia de que la fiesta de acá necesita figurines extranjeros que sistemáticamente imponen el toro joven y bobo aunque ya no sean garantía de negocio, allá prosiguen las complicidades, al grado de que el maestrito atracador Julián López El Juli recibió el martes 6 de febrero la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes, de manos de su augusta majestad el rey Felipe VI. Ahora bien, aquí esa medalla es de Cobre al Mérito del Cinismo por la Reconquista Taurina de México. Ai la llevan, colonizados promotores.