ontra mil y una opiniones y reclamos, se los prohibiera la ley o se los impusiera la pericia de sus mercadotécnicos, los aspirantes precandidatos o precandidatos aspirantes se las arreglaron bastante bien para no aportar nada sustancial para la discusión pública en vísperas de la sucesión presidencial. No sin advertir a su audiencia
que su mensaje estaba dirigido a los constituyentes de 1917 o a los miembros de alguna asamblea partidaria. Sólo les faltó pedir al resto de la ciudadanía que se tapara los oídos, para provocar un magno caos vial vespertino o matutino en nuestra benemérita capital cuyo nombre pocos aciertan a saber.
La confusión y el desorden mental, como lo llamaba el amigo tribuno José Luis Lamadrid en aquellos duros cuanto esperanzadores años 80, se han apoderado de la escena pública y se asocian para obstaculizar el diálogo ciudadano que la situación reclama. Incluso podría tratarse de cualquier otra fecha, diferente a la que nos impone el calendario electoral, pero lo que difícilmente podríamos ignorar son los datos duros de una realidad ominosa y aparentemente inmanejable: la de la violencia mezclada con el salvaje reclamo distributivo que, sin verbalizar siquiera, muchos jóvenes asumen: el de la pobreza que no admite remiendos estadísticos ni rollos cacareados. Por razones explicables, aseguraba en 2011 Fito Sánchez Rebolledo, las preocupaciones de la sociedad surgen de dos grandes temas: los que se relacionan con la convivencia y los que se refieren a la sobrevivencia
.
Este reclamo está a flor de tierra y piel junto con la quema lamentable de expectativas que resulta de la falta de crecimiento y diversificación económica y que contrasta sin matiz alguno con las encuestas y cifras del Intituto Mexicano del Seguro Social, al empleo y el mínimo bienestar de personas y familias enteras, así en el norte como en el sur.
Es de esta encrucijada de la que deberían ocuparse los partidos y sus fantasmales candidatos. Y hacerlo de manera insistente de cara al ahogo de un sistema político tempranamente dominado por la ambición de los llamados poderes fácticos y la desfachatada avidez de los políticos.
Se dice que para nadie, mucho menos para los aspirantes, puede ser ésta una agenda atractiva y que sus consejeros áulicos, expertos en invención de imagen o la factura de dichos funestos como aquel del peligro para México
, simplemente repudian y dictaminan como indeseable. Nada, parecen decir estos brujos, que se aproxime a la realidad puede acercarnos a los votos.
En estas andamos, mientras el resto del mundo arrastra los pies a través del lodo de las crisis y los extremos ideológicos que echaron a andar tantos descalabros sincronizados, como los que emergieron en 2007 y aterrizaron en el Brexit, la elección de Trump, la emergencia de Le Pen o la Alternativa por Alemania. Estos escenarios nos parecen lejanos y a los grupos dirigentes incluso extraños del todo, habida cuenta de tanto triunfo doméstico
. Esta es la paradoja mayor de la actual circunstancia que, esperemos, pueda despejarse al calor de la contienda política formal.
Lo malo es que dicha paradoja podría volverse escenario real y prácticamente único, si los partidos y sus personeros insisten en la ruta del menor esfuerzo y el mayor ruido, basada en un rupestre cálculo de las probabilidades que su concreción les ofrece para estar, así sea de a panzazo, en los circuitos del poder constituido. Una salida propia de aquello de que de lo perdido lo que aparezca
, decidida e instrumentada por las cúpulas políticas y, posiblemente, de la riqueza, nos puede hacer retroceder a la peor de las situaciones políticas, la que resumiera majaderamente el candidato Calderón al afirmar haber ganado haiga sido como haiga sido
. Este fue el auténtico huevo de la serpiente de nuestra sufrida democracia. Con apenas 20 años de andar por el mundo de la real politik.