arili fue un ser humano excepcional que conocí cuando don Arnaldo Orfila Reynal salió del Fondo de Cultura Económica en 1965.
Marili vivía casi en la esquina de Gabriel Mancera y la Piedad y vivía yo en la esquina de Gabriel Mancera y Morena, que se convertiría en la editorial Siglo XXI. A raíz de ese despido indignante y del nacimiento de la nueva editorial, Marili empezó a venir a mi casa y a ayudarme con mi inmenso desorden.
Muy pronto se hizo amiga de Mane y me enseñó a bailar tap, no tan bien como Fred Astaire, pero pasaderito.
La quise mucho –inteligente y totalmente desinteresada–, me impactó la generosidad de sus causas; los niños, el teatro, las mujeres, los ancianos. Uno siempre ama a quien hace reír y Marili llena de proyectos, de inteligencia y de cultura era una presencia luminosa. Adoraba el teatro de Elena Garro.
Recuerdo que hablaba de un director por quien sentía un aprecio muy especial: Virgilio Mariel. Con él montó Lilus Kikus, que más tarde habría de repetir en Tabasco gracias al apoyo de Julieta Campos y Enrique González Pedrero, gobernador de ese estado.
Quinientos niños de todas las edades bajaron de una de las colinas de Oxolotán y todo el pueblo se puso a actuar bajo sus órdenes: el panadero, el de la miscelánea, el policía, la dueña de la fonda y sus cocineras y hasta los barrenderos. El pueblo entero creyó en ella como en la Virgen de Guadalupe.
A raíz de este triunfo y gracias a Julieta Campos, Marili instaló escuelas de teatro para campesinos en seis comunidades y cambió la actitud ante la vida de muchos de sus habitantes.
En Mérida, Yucatán, con la pareja Rioseco, entonces directores de Cordemex (doña Blanca se llamaba la señora), inició el Teatro Campesino que tanto ha significado en la cultura de nuestro país. Ella misma empezó a formar a chavos que no tenían ningún tipo de entrenamiento y abrió talleres de música, teatro, guiñol, gimnasia, canto, deporte y baile.
A ese grupo de jóvenes actores se unió Delia, quien habría de cuidarla hasta el último de sus días, incluso en medio de grandes dificultades económicas.
Marili fue una extraordinaria conocedora del teatro, una hacedora, una líder capaz de convencer a una piedra. Joseph Papp, el creador en Nueva York del Off Broadway, la invitó a llevar su Teatro Campesino al mismito Central Park de Nueva York y allá viajó con Bodas de sangre, de Federico García Lorca, y un número sorprendente de actores y hasta de caballos a cosechar un éxito que benefició a todo el teatro mexicano.
Lo mismo le sucedió en España cuando llevó al Teatro Campesino Indígena, con el apoyo de Cristina Payán, y más tarde aquí en México en el Bosque de Chapultepec que ahora se llama parque Rosario Castellanos.
También en España, los campesinos tabasqueños representaron a García Lorca. Recuerdo que Marili quería llevarse hasta los caballos. Pero si hay caballos en España, Marili
. “Sí –me respondió– pero no saben actuar”. Finalmente aceptó a los caballos españoles.
La noche del 2 de octubre de 1968, Marili apareció en la cerrada del Pedregal 79 para contarme lo que había sucedido en Tlatelolco y por ella fui la madrugada siguiente a ver la plaza con sus tanques copeteados de soldados, los vidrios rotos de las tiendas, las colas para el agua, los zapatos abandonados en la carrera a la hora de la balacera entre los restos arqueológicos, la puerta de los elevadores perforada, la sangre en las escaleras.
Marili aparece en la foto de la portada de La Noche de Tlatelolco, con una manta en una de las marchas de protesta que precedieron a la masacre del 2 de octubre.
A María Alicia Martínez Medrano le debemos un gran homenaje, no sólo la gente de teatro en México, sino los padres de familia, los de los estudiantes, los de los que ahora son actores profesionales.
Mis tres hijos recuerdan el cariño lleno de sentido del humor que les brindó y yo agradezco la suerte y el privilegio de haber conocido a uno de los seres humanos más extraordinarios.