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Pueblo yoreme, Sinaloa Pajco jo´ota o el tiempo de los ancestros
Hugo Eduardo López Aceves DEAS-INAH A la memoria de Doña Nicolasa Escalante V. En el norte de Sinaloa la ramada o jo´ota es la estructura de horcones de mezquite con techumbre de ramas de álamo, que materializa en el pueblo a juyya ánia, “el monte”, el reino de la vegetación silvestre. Si bien ahí ocurre “la fiesta”, es decir, la pajco, de igual forma se efectúan asambleas de tipo político o civil, pero al ser su objetivo eminentemente ceremonial, su ámbito sirve a la pajco jo´ota, “la fiesta de la ramada”. Además de dicho armazón, el espacio ritual se complementa con: la iglesia o tiopo, el circuito procesional llamado conti, un campanario y su respectiva cruz de mezquite, el cuarto donde guardan las imágenes y demás parafernalia, amén de las infaltables cocinitas. En ese contexto el pueblo yoreme articula una serie de formalidades, repletas de símbolos y significados, mediante el servicio de danzantes de pascola y venado, además de sus músicos, y la operación de funcionarios ceremoniales fijos y temporales, estos últimos nombrados fiesteros. El desempeño consciente y coordinado de todos se denomina tekipanoa -trabajo ritual-, compromiso que asumen como un acto devocional, sea en las fiestas patronales o durante la Semana Santa.
La pajco jo´ota se extiende generalmente del crepúsculo a las primeras horas de la tarde. Inicia cuando el funcionario llamado alawasin, conduce a los pascolas con una caña de carrizo al centro de la ramada, es decir, al monte. En ese momento los ancestros, recreados por los pascolas enmascarados, son traídos de vuelta al presente, cuando al buscar comida en juyya ánia, introducen la vara en los orificios de un arpa -que representa un tronco podrido-, y de los cuales extraen ratas, iguanas y abejas. Una vez provistos de alimento, notan en el cielo la cercanía de las aguas, de modo que comienzan a sembrar con sus aperos, encomendándose a las creaturas del monte. Cumplida esta parte y según sean las horas de la noche, los músicos de los pascolas ejecutan una serie de sones dedicados a la fauna y flora del monte, que representan los pascolas con el vigor de sus coreografías. Asimismo, el danzante de venado visibiliza en la jo´ota las andanzas del cérvido por sus dominios, al mismo tiempo que las letras de sus “cantavenados” las metaforizan, ubicándolas en el mundo paralelo de juyya ánia. A la par de estos personajes, otros más aportan su contribución a la pajco jo´ota; por ejemplo, los borrachos con frecuencia son los ágiles interlocutores con quienes el pascola despliega el juego verbal de sus chanzas, o bien las cocineras hacen lo suyo, siendo las artífices del orden y consagración del trabajo culinario al frente de las cocinitas.
Si bien con sus danzas, música y la poética de sus letras la fiesta configura su componente estético, al mismo tiempo es la síntesis de mitos y símbolos que perfilan la complejidad de la cosmovisión yoreme. No obstante, quizá por estos elementos y su carga lúdica, la pajco jo´ota es codiciada por los no indígenas, quienes se insertan en su estructura organizativa, siguiendo criterios folclorizantes o hasta etnocidas. Esa injerencia, sumada a los embates de las cerveceras y demás comerciantes, termina convirtiéndola en la arena donde disputan al pueblo yoreme el control de sus símbolos más preciados, cometiendo, conscientemente o no, actos abiertamente discriminatorios. Más allá de la fascinación que despierta la pajco jo´ota, una de sus funciones no es sólo amalgamar ceremonialmente a los mitos y rituales, derivados de la particular relación del pueblo yoreme con “la naturaleza”, sino asentar en ésta la base cultural de su identidad indígena. Entendido esto, puede advertirse que en “la fiesta de la ramada” tenemos la expresión más depurada del patrimonio biocultural yoreme, hoy tan en riesgo de ser alcanzado por la codicia del extractivismo nacional y extranjero, o hasta del apetito de los plagiarios de lo estético. Frente a tales ofensivas, la fiesta impulsa la cohesión comunitaria y la resistencia, al fortalecer la transmisión de símbolos y saberes, y crear las condiciones para que la juventud aprenda a sentir apego por “la tradición”. De hecho, la importancia de la pajco jo´ota consiste en dar a cada yoreme el sustento de su propia noción de hombre, su anthropos, la medida de humanidad con que han vivido y habitado históricamente su territorio, el eje del que emana la cosmovisión legada por sus ancestros.
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