a cuesta abajo ha sido constante y, por demás, documentada con apreciaciones y abundancia de datos. Tanto la vida partidaria como la misma democracia en México acusan hoy día marcado deterioro acumulado. Y lo hacen de manera individualizada o en comparación con equivalentes sistemas de otros países. Tras cada medición o enjuiciamiento cualitativo de su operatividad, aceptación y significados, tanto el juego de partidos como el aprecio de los ciudadanos por su vida pública flaquea notoriamente con el paso de los tiempos recientes. Los negativos extremos alcanzados hoy apuntan hacia malos momentos para extender y enriquecer horizontes y cimentar la confianza en el futuro. Hay, en este estado de cosas, evidentes presagios para un recambio indetenible, forzado, tal vez benéfico. Las mismas incapacidades internas del modelo en boga restringen su continuidad.
Los ataques a liderazgos y a los métodos para designar candidatos parecen una cascada que se desgrana desde las más altas instancias del poder establecido. Las incógnitas iniciales sobre la procedencia y sus intenciones, causantes de escándalos difusivos, quedan un corto tiempo después transparentadas por completo. La intencionalidad de los trascendidos, de las acusaciones o las mismas acciones policiacas emprendidas caen, con naturalidad creciente, en rutinarios espectáculos de corta duración y efecto.
La ruta emprendida para la designación de los candidatos a la Presidencia de los partidos ha caído en la rutina de episodios anteriores. No hay, en modo alguno, sorpresas que apunten hacia innovaciones alentadoras. El PRI reincide, hasta con torpe alborozo, en su inveterado dedazo y, sin crítica alguna, regresa sobre sus pasos sólo para confirmar su fugado talento. El ritual en curso vuelve a reponer la abyecta subordinación de su elenco de aspirantes al puesto cumbre. Cada uno de ellos queda, sin brizna alguna de original modulación, a disposición del que, otrora se llegó a llamar el coágulo del poder
: ese que tiene todas las riendas burocráticas a su disposición; el que sabe; el indisputable; el que encauzará, con hálito patriótico, el mero sentir de los mexicanos. Y con esa cantaleta dan vueltas a una noria agotadora, opaca, sin brillo o creatividad. Los priístas llevan meses ensartados alrededor de un su baile eliminatorio para dejar, al final, a quien habrá de ser el heredero designado, titular de todo el poder oficial. Cualquier acto, por nimio que sea, entra, para intriga y regocijo de los oficiantes, al juego de las suposiciones y las adivinanzas. Y a ese remolino de personas, ambiciones y circunstancias se pretende llamar cultura interna del partido. Más todavía: los priístas de rango claman, con alarde tonto, por el debido respeto ciudadano a su místico proceso. No se han percatado que las oportunidades han pasado ya, en tropel y ruidosamente, de largo. Se empeñan en alentar expectativas de un triunfo que carece de basamento democrático. Las cuentas que habrán de rendir los va dejando descolocados en la apreciación colectiva. Pero ahí continúan, empeñados, con vetustas armas, en reducir su notoria desventaja. Cualquier indicador, sea de crecimiento económico, de bienestar, productividad, desigualdad, crimen o justicia, documenta la caída de este modelo neoliberal plagado de cuatismo, corruptelas mayúsculas e impunidades cómplices.
La alianza formada por PAN, PRD y MC no se queda atrás en este despeñadero. Giran sobre sus cupulares pactos para evitar abrir su proceso a la injerencia ciudadana. Medio idóneo para asegurar las propias candidaturas. Tres marbetes partidarios –huecos de pueblo– se han juntado para darse ánimos y aprobaciones. Ninguno goza de buena salud. Al contrario, aparecen como entidades prisioneras de las férreas pasiones de aquellos que aparecen como sus motivadores: un joven que con manojos de mañas ha sujetado a muchos de sus coequiperos; otra lideresa de azafatas con indiscreto patrocinio de la jefatura de CDMX, y una grey partidista, atrincherada en un organismo exhausto, en busca de alguna curul o negocio para calmar su intranquila existencia. El panorama de ilusiones se completa con la proliferación de los llamados independientes, que luchan sin enjundia y menos contacto con la gente, por conseguir los elusivos apoyos a sus pretensiones.
Tanto el PRI, en su postrer etapa de renovación fingida, como el PAN y el PRD, en su aventura desesperada de amasiato, dan testimonio de su siamesa vena neoliberal: el ahora famoso PRIANRD de los antiheroicos tiempos modernos.