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La milpa totonaca: espacio de encuentro Milton Gabriel Hernández García INAH-Tlaxcala
Dice Armando Bartra que los mesoamericanos, más que ser de maíz, somos hombres y mujeres de la milpa. Es decir, los campesinos no sólo siembran maíz, hacen milpa. Y la milpa los hace a ellos. Es cierto que lo que hay dentro de este policultivo es diverso, pero diversas son también las milpas a lo largo y ancho del territorio nacional y mesoamericano. La milpa es un sistema agrícola o agroecosistema. Su diversidad depende de muchos factores: el clima, el tipo de suelo, la altura y los saberes y tradiciones alimentarias. Además del maíz, en ella encontramos una fulgurante variedad de frijoles, calabazas, chiles, huitlacoches, tomates, chayotes y otros cultivos, así como malezas históricamente aprovechadas de múltiples maneras. Algunas milpas son entreveradas con frutales u hortalizas. Además, en ellas crecen especies herbáceas o quelites, como las verdolagas y los quintoniles. Según Alfredo López Austin, la clave para entender la tradición religiosa mesoamericana se encuentra en el maíz, o dicho de manera más precisa, en la milpa. La milpa se convirtió en la principal fuente de subsistencia y reproducción sociocultural de diferentes pueblos: “Las concepciones básicas de los mesoamericanos se mantuvieron, milenariamente, ligadas a las suertes de las milpas, a la veleidad de los dioses de la lluvia, a la maduración producida por los rayos del sol” (López Austin, 1961: 60). Es decir que, para muchos pueblos mesoamericanos, la milpa no puede ser pensada sin la diversidad de cultivos que acompañan al maíz. Es una totalidad que trasciende, desde la fenomenología religiosa, a los distintos elementos que la integran en el ámbito de la parcela. Por ejemplo, para los pueblos totonacos de la Sierra Norte de Puebla, en torno a la milpa existe otro complejo de entes y relaciones que ponen en juego al ciclo lunar, al dueño tutelar del maíz, a la simbología cromática y algunos santos católicos que se articulan en la reproducción alimentaria y cosmológica, activados a través de una praxis ritual. Entre todas las entidades involucradas en la reproducción del maíz, acaece una relación de reciprocidad no sujeta a negociaciones: la madre terrestre da los alimentos necesarios para los seres humanos, pero no lo hace desde sí misma. Su potencialidad reproductiva es activada mediante plegarias y actos rituales. A su vez, el hombre al morir, alimenta la tierra con su cuerpo de maíz. Este último, debe ser a su vez ofrendado con pollos, aguardiente y danzas, para poder darse a los seres humanos. Para muchos pueblos indígenas, la milpa incluye una diversidad ampliada. Para los totonacos, la milpa pertenece al espacio de las relaciones tutelares entre las entidades del “mundo otro” y los seres humanos. El protector o dueño tutelar del maíz es kuxiluwan, la “Serpiente-Maíz” o Dueño del Maíz. Esta entidad conecta el espacio humano con el territorio indómito del monte: custodia a un ente pensado en términos antropomorfos (el maíz), que habita un espacio humanizado: la milpa, que se encuentra inserta en el monte, que tiene su propio dueño: Kiwikgolo o Señor del Monte. El Dueño del Maíz mantiene alejada de la milpa a una variada tipología de intrusos: hombres, animales y entidades nefastas, como los malos aires o malos espíritus, pero también a mapaches y tejones. Por eso, cuando un totonaco encuentra en su parcela una serpiente, una “mazacuate”, debe apartarse del camino y dejarla pasar, con una actitud reverencial, pues es kuxiluwan que realiza su trabajo. Matarla con un machetazo o incluso molestarla, puede generar consecuencias nefastas para él, su parcela y su familia: “[…] aquí nos comentan los abuelos que si acaso que matas una víbora que es mazacuate no es bueno, porque esas víboras donde se producen buen maíz en tal parcela, en ese lugar si lo mataste esa víbora ya no vas a producir tu maíz”. Los abuelos advierten que cuando una serpiente del maíz es atacada, las matas de maíz pueden “engañar” al campesino mostrando su espiga y haciéndole suponer que pronto empezará a “jilotear”, pero antes de que nazca observará que inéditos y poderosos vientos doblegarán los troncos. Se puede perder la mitad o incluso toda la cosecha. Lo sorprendente será que a las parcelas colindantes no les ocurrirá nada. Los totonacos saben que en la milpa se debe tolerar la presencia de ciertos animales, como el mapache o el tejón; eso propiciará que la cosecha sea abundante y las mazorcas vigorosas, pues así se establece una relación de reciprocidad, sancionada positivamente por el Dueño del Maíz: “una especie de recompensa por alimentar a estos animales”. Entre los hombres y la milpa existe una comunicación constante que debe ser cultivada y fortalecida, dando lugar a una relación social basada en la reciprocidad y el respeto. Esta relación es de tipo “espiritual” y uno de los canales por los cuales transita es el mundo onírico:
“Porque a lo mejor de igual manera que cuando tú lo amas mucho, le tienes mucho cariño a tu cultivo, pues también para ella te da su espíritu. Entonces ya te das cuenta qué quiere tu cultivo. Cuando tú vas ir a ver, no, pues a lo mejor están bonitos, están sanos las matitas o las plantitas. Entonces igual como un animalito, te conocen, que tengas unos puerquitos o unos lechoncitos, no, pues si te metes en sus chiqueros te empiezan a brincar, porque te conocen, porque te quieren. Se dan cuenta de que tú los quieres porque les vas a dar sus alimentos, su maicito, su agüita; pues ya saben para qué vas a ir. Entonces igual las plantitas. O sea, que las plantitas no hablan, pero si hablan a través de su espíritu, en los sueños”. Los elementos de la milpa son parte de un mismo continuum de humanidad que se muestra fenoménicamente de formas diferenciadas. El mundo onírico, el mito y el ritual son formas privilegiadas de acceso al saber de la condición humana del maíz y la milpa. Dicho lo anterior, es fácil entender por qué los “pueblos de maíz” consideran a esta planta y a la milpa algo mucho más complejo que el patrimonio cultural. El desplazamiento de razas y variedades nativas de maíz por semillas híbridas o eventualmente transgénicas, no es una contrariedad puramente alimentaria o ambiental. Es un problema ontológico. Desde la perspectiva de los campesinos totonacos, lo que está juego es la reproducción de la vida misma.
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