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Entre la soberanía y la Dr. Jorge Witker
Para ubicar en su real dimensión a la milpa como un modelo de producción agrícola familiar, es necesario señalar, aunque sea en forma somera, la distinción existente entre la agricultura industrializada y la agricultura tradicional. Con la suscripción del TLCAN, en la década de los 90, y la reforma constitucional del artículo 27, en 1992, sobre tenencia de la tierra, se instaló en México una extendida agricultura industrializada que, más que modernizar el agro, le impuso un modelo importador de alimentos de baja calidad y mayoritariamente transgénicos (maíz amarillo, sorgo y soya). La prometida capitalización del campo, con la privatización de los ejidos y comuneros, anunciaba paquetes tecnológicos (tractores, sistemas de riego, semillas mejoradas, herbicidas y fertilizantes) como compensación al desmantelamiento de las instituciones de apoyo que los pequeños y medianos productores agropecuarios habían tenido entre 1940 y 1980. En los hechos esto significó el inicio de las políticas aperturistas que culminan con el TLCAN y llevan posteriormente al fin de la soberanía alimentaria. La otra agricultura, la tradicional de los pequeños productores, tiene como eje al maíz, grano emblemático de México, base de la dieta alimenticia, que lo tiene como centro. “Pero el maíz no se produce solo. Requiere de la colaboración de grandes contingentes de personas, quienes trabajan para preparar las tierras, cuidar los plantíos y realizar la cosecha. Gran parte de la cosecha de temporal presenta sus propios retos, requiriendo una intensa labor, con personas que no pueden ser pagadas por el valor de su tiempo o de sus esfuerzos, ya que el maíz, al parecer, no “vale” lo suficiente para costear el gasto. La pregunta, entonces, es ¿por qué la gente sigue trabajando en la milpa, unidad campesina tradicional donde gran parte del maíz de temporal criollo se produce, sino se le puede compensar correctamente?”. (Barquín, David, “La soberanía alimentaria: el quehacer del campesinado mexicano”, 2002.) En efecto, la milpa, como unidad de producción familiar, luego del deterioro de la agricultura industrializada, tanto en materia de seguridad alimenticia como de soberanía alimentaria, avizora recuperar su papel y legitimidad histórica en el campo mexicano. Por ello, la familia campesina, sin destino en la actualidad, encuentra en la milpa seguridad alimentaria familiar, autonomía en la producción, multiactividades, identidad y continuación de las tradiciones.
Derivado de ella, al cultivo del maíz, generalmente criollo, crecen y anexos frijol, calabaza y chile, con lo cual se asegura, en la precariedad de un campo despoblado, parte de la alimentación familiar, pudiendo vender además los excedentes y reservar las semillas, que sí funcionan en la milpa, para los ciclos de siembra futura. Al efecto, no está de más recordar que, del amenazado maíz criollo, derivan una variedad de platillos de amplia aceptación en la mesa de los mexicanos, como huaraches, sopes, tlayudas, quesadillas, gorditas, pozoles, elotes, tlaxcales, esquites, tlacoyos, tamales, atole y pinoles. Una nueva política agraria, relacionada con el interés nacional y que responda al momento actual, debe diseñar apoyos directos a las parcelas y milpas familiares, con lo que se aborda no sólo la pobreza alimentaria, sino que se fomenta el arraigo e identidad de los campesinos, desalentando la masiva migración urbana y extranjera. A nivel oficial, la milpa tiene un reconocimiento legal expreso en el Proyecto Estratégico para la Seguridad Alimenticia (PESA), de Sagarpa y FAO, que, en el contexto de la campaña contra el hambre y la pobreza rural, propugna por lograr la autosuficiencia alimenticia microrregional, promoviendo un consumo balanceado de alimentos, con lo cual, las parcelas y milpas familiares presentan una gran oportunidad para recuperar su legitimidad social tradicional. La milpa entra sin duda dentro de lo que la FAO define como seguridad alimentaria: “existe seguridad alimentaria cuando todas las personas tienen, en todo momento, acceso físico y económico a suficientes alimentos inocuos y nutritivos, para satisfacer sus necesidades alimenticias y sus preferencias en cuanto a los alimentos, con el fin de llevar una vida activa y sana” (FAO, 1996). En conclusión, recuperar la milpa, como unidad de producción familiar y regional, con apoyos estatales reales y directos, debe ser la estrategia que coadyuve a la seguridad alimentaria de nuestros pequeños y medianos productores agrícolas nacionales.
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