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Aquí está la raíz de César Carrillo Trueba Biólogo y antropólogo. Editor de Ciencias, revista de cultura científica de la Facultad de Ciencias de la UNAM. Durante siglos se colocó a los pueblos mesoamericanos en un nivel bajo de la escala evolutiva por no contar más que con implementos de piedra -en la milpa se usaba un hacha de piedra y el bastón conocido como coa o espeque. El uso del machete de metal no modificó el esquema original y por lo mismo en nada afectó el discurso de la necesaria “integración al progreso” de dichos pueblos. Frente a este discurso modernizador del progreso tecnológico irrumpe una paradoja que ha recibido poca atención: el hecho de que mientras más simples son los utensilios técnicos mayor es el conocimiento de quienes los emplean. La llamada revolución neolítica dividió a los pueblos, como hecho universal, en cazadores-recolectores y agricultores, unos nómadas, otros sedentarios. Sin embargo, en Mesoamérica y otras regiones esto no sucedió así, ya que los pueblos mantuvieron una amplia gama de relaciones y actividades con su entorno, que les proporciona una mayor diversidad de alimentos y otros recursos (medicina, materiales de construcción, entre otros). Hay una continuidad de la milpa y el entorno, entre campos cultivados y bosques y selvas, ríos y montañas. Esta relación implica un vasto conocimiento que abarca la milpa, el medio donde se encuentra y más allá todavía, hecho ampliamente tratado en Del saber ha hecho su razón de ser... Homenaje a Alfredo López Austin. La milpa es una suerte de microcosmos que recrea las relaciones entre suelos, clima, seres vivos y entidades de otra naturaleza, e implica profundos conocimientos –pocas veces explícitos- y una serie de habilidades y relaciones. Por la diversidad de microambientes propia del territorio, permite y requiere una considerable innovación individual, que generalmente no se socializa por completo y parece desvanecerse tras la muerte de la persona. No obstante, persiste bajo la forma de variedades de plantas –semillas de maíz, frijol, calabaza, etc.- cuyas características son adecuadas para sus campos, que serán heredados por los hijos, quienes les imprimirán su sello, las adaptarán a las nuevas condiciones y así sucesivamente. La variabilidad y estabilidad que presenta el maíz en cada familia, comunidad, región o pueblo es muestra de ese equilibrio inestable en el que intervienen rasgos individuales -creatividad, gustos, sentido estético- y procesos de diferenciación en cada escala (por ejemplo, el zapalote chico, en su diversidad, es propio de la región del Istmo). El hecho de que la forma tradicional de cultivo sea más cercana a la horticultura que a la agricultura aun cuando el maíz es un cereal y no un tubérculo -ya que se prepara el terreno y se hace un hoyo para colocar unos cuantos granos, se cubre, luego se limpia y se siembran otras plantas que se benefician de la sombra o de la vara del maíz para enredarse, los rituales y la cosecha misma-, ha generado un trato similar al que se da a los tubérculos, del que surgió una relación con el maíz como si fuera una persona, así como el tratar a las personas cual plantas mediante metáforas y rituales que equiparan niños y mazorcas tiernas, entre otros. Todo ello fue crucial en la conformación de la cosmovisión de los pueblos mesoamericanos. Así, en la raíz de la unidad y diversidad que caracteriza a los pueblos indígenas de México se halla la milpa, resultado de la adopción e integración de las relaciones mencionadas en un territorio marcado por la diversidad topográfica, climática, biológica y cultural. Es una raíz tan profunda, que sobrevivió a los innumerables intentos de los españoles por reemplazar el maíz con el trigo, la tortilla con el pan; algo que volvió a intentar el régimen de Porfirio Díaz sin éxito. Y no sólo sobrevivió, sino se extendió por el mundo, hasta volverse el cereal más cultivado. La idea que se tiene de la tecnología es muy pobre y al ser diseñada poco se toman en cuenta los efectos sociales. Hay casos que tornan evidente esto, momentos en la historia cuando, buscando imponer cierta industrialización o controlar un territorio –por interés de las potencias europeas, los Estados Unidos o las élites nacionales-, era claro para quienes las impulsaban que era necesario despojar de su conocimiento a agricultores, artesanos, médicos tradicionales, parteras, pescadores y arquitectos vernáculos, entre otros. Se trataba de convertirlos en apéndices de las máquinas, jornaleros sin tierra, fuerza de trabajo sin calificación, consumidores pasivos, rompiendo sus lazos colectivos, destruyendo su identidad, sometiéndolos a supuestos imperativos técnicos. Las variedades de maíz, el machete y el bastón plantador, el tequio y la mano vuelta, el conocimiento del entorno, de cuerpos y astros, rituales y mitos, fiestas y demás tradiciones son todos elementos de una vasta e intrincada red, cuya configuración varía de un lugar a otro, incluso modificada en muchas zonas campesinas y fragmentada en las urbes, entretejiendo cual fina malla la inmensa diversidad que caracteriza a los pueblos indígenas de México y aún permea la cultura e identidad mestiza en buena parte del país.
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