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El traspatio: la milpa de las mujeres Lorena Paz Paredes y Rosario Cobo
La milpa es territorio de los campesinos varones. Se dice que ahí mandan ellos. Aunque lo cierto es que las mujeres y los niños trabajan en la siembra, el deshierbe, la dobla y la pizca de mazorcas. Y cuando el jefe de familia o los hijos mayores no están, las mujeres se encargan de sacarla adelante. En caso de marido ausente, para tener milpa ellas ocupan faenas de vecinos o contratan peones, dan a medias la parcela, o de plano hacen todas las labores apoyadas por sus hijos. Esto último es difícil, porque aparte de que les falta tiempo por las muchas labores del hogar, las mujeres del campo y hasta de la ciudad, tienen su propia milpa, un espacio donde ellas deciden, organizan, ordenan áreas y ponen y quitan plantas, árboles y animales como les gusta. Y si hay poco terreno siembran en tiestos. Macetas, ollas, botes de lámina con condimentos, verduras, flores, ocupan corredores, balcones y nichos insospechados. A esta milpa femenina la conocemos como traspatio o solar, por ser un sitio cercano a la vivienda o dentro del patio de la casa. También se le llama huerto familiar y en el pasado los nahuas le decían calmille. El traspatio es un terrenito libre de construcciones, si acaso delimitado por árboles, bardas o simplemente por la buena convivencia con otros usos del espacio. Los traspatios sirven para todo Son lugares multifuncionales de producción y de vida de las familias campesinas, ligados a sus necesidades de consumo, al tamaño y composición de la unidad familiar, a los ritmos y ciclos agrícolas, a los recursos naturales. Y sobre todo a los gustos y preferencias de las mujeres que son quienes los cuidan, administran y disfrutan. Sin ir muy lejos, en Morelos, Elsa Guzmán ha documentado que el traspatio tradicional tiene distintas áreas bien acopadas pero sobrepuestas que funcionan para la producción de alimentos y flores, pero también para la convivencia, el descanso, el juego, la estancia y crianza de animales, como bodega, área de servicios domésticos (pileta para lavar, pretil para el comal, etc.) y productivos (para guardar herramientas, almacenar, secar o procesar cosechas, para abrigo de animales de trabajo). Según la temporada, algunas de estas áreas, se vuelven almacén de aperos de labranza y herramientas, rastrojos y cosechas. Ahí también se desgranan las mazorcas, se despica la jamaica, se seca el cacahuate o se lava y asolea el café. Al terminar estas faenas el mismo escenario se vuelve un espacio abierto para reuniones, convites o juegos; también sirve como salón de bodas o se acondiciona para alojar peregrinos. El traspatio es un ámbito múltiple, mudable y muy flexible en cuanto a dimensiones, formas y usos. Un espacio de trabajo que cambia según la temporada del año, el ritual, el ciclo agrícola y los tiempos de la vida familiar. A diferencia de la milpa, donde conviven muchas plantas y se hace biodiversidad estacional por un ratito hasta que llega el tiempo de cosecha, el del traspatio es un proceso biológico ininterrumpido, un permanente caleidoscopio de vida vegetal que supera a la milpa más compleja. En el traspatio hay variedad de recursos vegetales y animales que complementan la dieta familiar, dan seguridad alimentaria y algún dinero por ventas en pequeña escala de frutas, verduras, quelites o gallinas. En el traspatio también se conserva y potencia la biodiversidad local, y los saberes y prácticas de abuelas y madres que tienen ahí todo un anaquel de condimentos además de verdaderas boticas de herbolaria.
En temporadas se ven por ahí varones haciendo compostas, injertos y argamasas para curar plantas y animales. Y es que el traspatio es un laboratorio diminuto parecido a la milpa, pero más chico, donde se repiten consejas del pasado o se ensayan técnicas novedosas. Y qué decir de los servicios ambientales. Hay en los traspatios entrañables microagroecosistemas hechos a fuerza de combinar especies vegetales y animales, donde se captura carbono, poquito, y se mejoran unos metros cuadrados de suelo. Además de que los expertos celebran los traspatios como valioso reservorio de material filogenético y de conservación de germoplasma in situ. El traspatio es un universo principalmente femenino, ligado a las tareas domésticas y del cuidado, faenas que por razones culturales o de género, son responsabilidad obligada de las mujeres. El tiempo dedicado al traspatio continúa el del resto de los quehaceres domésticos, entre los que es central la provisión y preparación de alimentos que en parte provienen del solar. A diferencia de otros quehaceres que a veces pesan como simples obligaciones, el traspatio no es para ellas una maldición que acompaña su género. El traspatio es placentero. Ahí las mujeres tienen la libertad de decidir cómo va a ser su huerto, qué árbol sembrar, que hortalizas poner, qué animalitos criar. Y diariamente se esmeran en alimentar, regar, desyerbar… en cuidar y mantener vivo el traspatio, alternando estos trabajos con los otros del hogar. Cierto que no son las únicas en este trajín, los varones adultos y niños y niñas cooperan ocasionalmente si se requiere fumigar, levantar un cerco, hacer zaguanes o cortar fruta. Pero a ratos. Los traspatios; milpas de mujeres tan centrales para la vida como la parcela del varón.
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