|
||||||
Bolivia Milpa y territorialidad indígena campesina Oscar Bazoberry En Bolivia no se usa el término de milpa, pero la milpa está presente como una práctica de gestión de los suelos, la alimentación, las semillas, el ambiente, incluidos los insectos y las especies más diversas. Por extensión podemos hablar también de los sistemas agroforestales, de los cultivos sucesiones, y de otras prácticas de otros pueblos del Chaco y la Amazonía que, además de los cultivos tradicionales como el maíz, la calabaza y los diversos frijoles, incluyen especies frutales, maderables y no maderables, plantas medicinales, e incluso aquellas con fines estéticos y espirituales. En Bolivia no hay un nombre de uso extendido y común como en México, donde la milpa puede significar muchos más aspectos culturales e incluso referirse a otros ecosistemas. En el presente artículo tomo la libertad de utilizarlo sin comillas, recurro a la comprensión de los expertos y, sobre todo, de los hermanos y hermanas del campo mexicano. Aprovecho para declarar al mismo tiempo, mi adscripción por las resistencias indígenas y campesinas sintetizadas en el concepto y la práctica de la milpa.
Al margen de las buenas prácticas agroecológicas, que no las doy por supuestas y reconozco que están en permanente riesgo por interés de las grandes transnacionales y sus agentes locales, resalto tres aspectos de alta sensibilidad en el caso boliviano: el primero y el segundo relacionados a la propiedad colectiva y las prácticas colectivas sobre la tierra, la producción y la conservación del bosque y los otros recursos naturales, y el tercero a la (in)sensibilidad del Estado para incorporar estas prácticas a las políticas y la gestión pública. Sobre el primer aspecto, basta decir que, en Bolivia, en gran parte de Sudamérica e incluso México, la propiedad colectiva sobre la tierra está vigente. En Bolivia 50% del territorio entregado en propiedad vía comunidad o territorio es de dominio colectivo, en el caso de Sudamérica si se incluyen territorios indígenas y otras formas de asignación que no concurren en propiedad colectiva como es el caso boliviano, pero si son de dominio colectivo reconocido por el Estado podemos contabilizar un 30%, y en el caso de México, como en Perú, las decisiones colectivas locales están más vivas de lo que oficialmente se conoce y reconoce. Sobre las prácticas colectivas sobre la tierra, complementa muy bien el del domino colectivo, pues si bien conocemos los mecanismos de distribución interna de la tierra, muchas veces muy parecido a la propiedad privada, conocemos también las limitaciones internas sobre las formas de transferencia y las formas de sanción sobre decisiones individuales que pueden afectar al conjunto de la comunidad, las tensiones internas, los conflictos, y finalmente los ajustes que ocurren en respuesta a coyunturas externas a la comunidad y los cambios de expectativas y necesidades internas. Entre las prácticas colectivas se encuentran las decisiones de uso, los sistemas integrados como el riego, los pastizales colectivos, las ritualidades, el uso de las semillas, la diversidad de cultivos, también el reconocimiento de la comunidad a las personas y familias que logran abundancia, lo que significa que sin dejar de interactuar con el mercado, tienen libertad para decidir su incorporación eventual como mano de obra, y no es producto de la fatalidad de la escases en el territorio, lo más parecido que conozco a los aspectos del concepto de soberanía alimentaria. Estos dos aspectos, la propiedad y las prácticas colectivas son esenciales al momento de conocer la incorporación de maquinaria, pesticidas, semillas foráneas, cultivo y mercados en los territorios, como se resuelven las tensiones que ocurren entre los ámbitos individuales y familiares, y los flujos u reflujos de “modernidad y progreso”, especialmente tecnológico que se inspira desde fuera y desde los márgenes. No interesa destacar la comunidad como un espacio cerrado, sino más bien aprender la forma en que se procesan y resuelven colectivamente los cambios y las tensiones que generan. Además del mercado, como factor externo, las comunidades y las familias del campo deben adecuarse a la (in)sensibilidad del Estado. Usamos paréntesis como muestra de esperanza, pero la burocracia política y pública tiene una dificultad congénita en incorporar estas prácticas en la política y gestión pública, aunque sabe la importancia de la ruralidad en el empleo. El trabajo mancomunado en el campo es muy importante; el último censo agropecuario del año 2013 reporta que aproximadamente dos terceras partes de las unidades de producción practican formas de trabajo familiar comunitario y que el resto lo hacen bajo las formas más tradicionales denominadas minka o ayni. Aunque sabemos que una hectárea de cultivo diversificado campesino e indígena genera mayor valor que superficie similar de cultivo agroindustrial, aunque conocemos el valor de la dieta diversificada, no se reconoce ni valora. Metas de mediano plazo del gobierno de Bolivia como la eliminación del arado egipcio en pro de la mecanización del agro, el seguro agrario en base a cultivos de mercado, la certificación de las semillas son ejemplos de la dificultad para comprender los sistemas productivos, las diversas formas económicas y sociales, y su aporte a la construcción de un estado plurinacional, más allá de las poses e investiduras políticas. Pero que dura es la gente, hombres y mujeres retornan a sus prácticas y tradiciones, a pesar de que van 50 años de “innovaciones” agropecuarias, de introducción de nuevas semillas, de promesas de altos rendimientos y variedades adaptativas. Ellos insisten con sus variedades nativas, con sus sistemas asociados, van y vienen, y sigue viva, de eso no cabe duda. El tema está en la dimensión política, territorial, económica y social en la que se reproducen estas prácticas, al final la milpa puede existir sin territorio, sin autogobierno, pero tengamos por seguro que el territorio, el autogobierno, la soberanía, no sobrevive sin la milpa.
|