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Chiapas: la experiencia Francisco Abardía Coordinador del Proyecto Sistemas Productivos Sostenibles y Biodiversidad, Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (CONABIO) Pablo Fregoso Director General de CESOI, S.C.
Las proyecciones de la demanda mundial de alimentos han hecho que las influyentes agencias internacionales deshagan el camino y vuelvan la vista hacia la pequeña producción y encabecen su reivindicación como una pieza clave para el futuro del planeta. Tal vez la expresión más clara de ello sea la iniciativa del Foro Económico Mundial del 2012, denominada “La nueva visión para la agricultura en acción: una transformación en curso”, que tuvo como “socio de conocimiento” a la Organización para la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas (FAO), organismo que en su documento Cómo alimentar al mundo el 2050 hace una propuesta que “…presenta el potencial de generar más empleo, de ampliar el acceso a alimentos nutritivos y asequibles y de hacer un uso sustentable de los recursos. El resultado puede dar un nuevo ímpetu a las economías rurales al ofrecer una forma sustentable de ganarse la vida para varios cientos de millones de pequeños agricultores y una fuente de crecimiento económico con capacidad de recuperación para todos los países del mundo”. La FAO inició en 2014 una intensa labor que busca “…reposicionar la agricultura familiar en el centro de las políticas agrícolas, ambientales y sociales en las agendas nacionales, identificando lagunas y oportunidades para promover un cambio hacia un desarrollo más equitativo y equilibrado.. Estas preocupaciones parecen responder a la creciente incertidumbre económica y al hecho de que el cambio climático es un grave riesgo para la seguridad alimentaria. Este entorno es el lienzo sobre el cual habrá que dibujar los elementos que caracterizan a las casi 5.5 millones de unidades de producción rural calificadas en nuestro país como agricultura de pequeña escala familiar, reconocidas como un segmento caracterizado por parcelas abandonadas, plantaciones y productores viejos, monocultivos, suelos erosionados, poca producción primaria, excesivo y mal uso de fertilizantes químicos, pérdida de biodiversidad, dependencia de productos foráneos para la alimentación, falta de oportunidades y alternativas de desarrollo, migración y erosión cultural, ausencia de mujeres y jóvenes, excesivo paternalismo gubernamental, población expuesta a actividades ilícitas, problemas de salud pública por el consumo de alimentos chatarra, falta de tecnologías adecuadas a la condición del pequeño productor y transferencia deficiente de la disponible. Esta condición está estancando los esfuerzos para detener la pobreza rural en América Latina e incluso muestra retroceso en algunos países, entre ellos México, de acuerdo con especialistas rurales convocado por la FAO y FIDA para plantear una nueva Alianza para la eliminación de la pobreza rural en América Latina. Así pues, nos encontramos ante una compleja problemática en la cual se inserta la pequeña agricultura, una forma de producción que hoy se reconoce que puede jugar un importante papel para la generación de alimentos, que optimiza el trabajo familiar en el medio rural, que dinamiza las economías locales y de los territorios y que contribuye a la gestión del medioambiente y la biodiversidad. La experiencia En este panorama se inscribe la experiencia de “Promotores del Autodesarrollo Sustentable de Chiapas (Proasus, S.C.)”, quienes con el apoyo financiero de Banchiapas, Conabio, INAES, Sagarpa y Pronafin y el soporte del Colegio de Posgraduados (Colpos), aplicaron un modelo basado en principios diseñados por el Colpos, que se conoce como Milpa Intercalada con Árboles Frutales Diversificada (MIAF-D). Sus primeros resultados hacen abrigar la esperanza de que una tecnología como esta, de bajo costo y cercana a la práctica productiva de los pequeños campesinos, adecuadamente aplicada constituye una alternativa real para mejorar las condiciones de vida de los productores. Es un sistema agrícola y alimentario sostenible. De acuerdo con la Sagarpa, “El sistema MIAF es un sistema agroforestal de cultivo intercalado, constituido por tres especies, el árbol frutal (epicultivo), el maíz (mesocultivo) y el frijol u otra especie comestible, de preferencia leguminosa (sotocultivo) en intensa interacción agronómica y que tiene como propósitos, la producción de maíz y frijol como elementos estratégicos para la seguridad alimentaria de las familias rurales, incrementar de manera significativa el ingreso neto familiar, incrementar el contenido de materia orgánica, controlar la erosión hídrica del suelo y con ello lograr un uso más eficiente del agua de lluvia. En el corto, mediano y largo plazos”. Agregamos la palabra diversificada para dar a entender que se hizo una mayor diversificación de la parcela. La evidencia disponible indica que este modelo responde plenamente a las preocupaciones sobre cómo enfrentar el cambio climático y cómo lograr un uso virtuoso de la biodiversidad, produciendo bienestar para quienes incursionen en esta forma de producción. El MIAF-D es también un buen ejemplo de innovación social, ambiental y de gestión para programas institucionales que enfrentan déficit en su instrumentación. En términos económicos, está acreditado que con la venta del fruto de aguacate de una hectárea se amortiza la inversión en tres años. Este caso corresponde a una hectárea de MIAF-D con aguacate en la comunidad de Icalumtic, municipio de Chamula. Adicionalmente se generan ingresos aún no cuantificados por otros cultivos. Este sistema permite a los productores obtener ingresos en diferentes épocas del año. Por ejemplo, un grupo de la localidad de Ojo de Agua, municipio de Las Margaritas, pasó de generar ingresos sólo por la venta de maíz a una oferta diversificada con frijol, plátano, guineo, caña, tomate, chile, papaya, hoja de plátano, cebollín, entre otros productos. Falta que empiecen a cosechar y vender las frutas de 18 especies incluyendo el aguacate, planta con mayor volumen y rentabilidad. Una de las formas como podría eficientarse el aprovechamiento de las pequeñas explotaciones rurales es mediante una mejor distribución del tiempo de los productores a lo largo del año. En Ojo de Agua la producción de maíz ha obtenido incrementos de 66.7%, pasando de 2,400 a 4,000 kg/ha, debido a las innovaciones productivas adoptadas, como la forma de sembrar, que pasó de hacerlo con distancias de un metro entre planta y planta con 4 o 5 granos de semilla, a sembrar a 20-30 centímetros, con uno o dos granos por planta, a fin de aumentar el número de plantas y aprovechar mejor la luz solar. Ello se tradujo en que ahora 30% de la producción de maíz es para el autoconsumo y 70% para el mercado, mientras que el frijol se destina en 35% para el autoconsumo y 65% para el mercado. El mercado del maíz y frijol excedentes lo constituyen compradores que llegan a la comunidad y lo trasladan a Comitán y San Cristóbal. Se trata de una cadena corta agroalimentaria. Respecto a la generación de empleos, con el MIAF-D se demanda 50% más de mano de obra, lo que supone la participación de toda la familia y en algunas épocas del año se contrata mano de obra adicional, lo que contribuye a evitar la migración y la desintegración familiar. Otro aspecto fundamental para la economía campesina es que se genera una mayor diversidad de alimentos que mejoran la calidad de vida de las familias. Se tienen registros de diversidad en las parcelas que van de 11 a 72 variedades y que incluyen las básicas, así como hortalizas, frutales, especies, cobertera, medicinales y ornamentales; una parte importante son especies nativas. En esta “biodiversidad que se come” en tres regiones del estado (Selva-Frontera, Los Altos y Centro) ha tenido gran importancia el manejo y rescate de especies nativas: maíz, frijol, calabaza, quelites, de los básicos; plantas medicinales como el epazote, el chikin-burro, la hierba yaten y la moringa; especies frutícolas como las anonáceas, cacao, chicozapote, guayaba y papaya, y, dentro de las hortalizas, chiles, tomates, tubérculos y especies de hoja como el chipilín. La composición de las parcelas muestra la manera como las familias combinan los diferentes tipos de productos de acuerdo con sus necesidades y prácticas, y que en el modelo implementado cada uno toma decisión con base en sus conocimientos. Es previsible que, a partir de los impactos en su bienestar, los productores hagan ajustes en integración de las parcelas, tomando en cuenta el mercado y aprovechando las cadenas cortas de comercialización. Lo anterior acredita que este modelo productivo alienta la biodiversidad y el bienestar de las familias involucradas. Otro aspecto central es la sostenibilidad ambiental de este modelo. El MIAF-D tiene referencias positivas en cuanto a la mitigación de los efectos del calentamiento global, pues tiene la capacidad de capturar y secuestrar carbono en la misma magnitud que un bosque, lo cual indica que es un sistema sostenible. De acuerdo con el Colpos, una hectárea en parcelas de maíz, frijol y durazno bajo el sistema MIAF captura 6.2 toneladas de carbono en Oaxaca en 2005. Un buen manejo del suelo es fundamental en este sistema, sobre todo cuando se trata de la producción de alimentos en territorios de laderas y conservación de los ecosistemas. El sistema MIAF-D tiene la capacidad de retener suelo dentro de la tasa permisible de pérdida de suelo respecto al sistema milpa tradicional, pues, de acuerdo con la aplicación de la Ecuación Universal de Pérdida de Suelo, con una pendiente de 10% o menos, en Las Margaritas se pueden perder 267.8 toneladas de suelo en una hectárea de maíz tradicional, en tanto con el sistema MIAF-D, la pérdida es de 0.7 toneladas. Con pendientes de entre 11% y 30%, la pérdida de suelo se estima en Aldama que asciende a 953.3 toneladas, en tanto con el MIAF-D es de 16.6 toneladas; y cuando la pendiente supera el 31%, en Cacahuatán, se estarían perdiendo 9,516 toneladas contra 23.8. Con esta alternativa agroecológica en condiciones de ladera es posible producir más alimentos, generar ingresos adicionales, conservar la biodiversidad y contribuir a la contención de los efectos del cambio climático. Algunos apuntes y aprendizajes de la experiencia Uno de los diseñadores de este modelo productivo resalta que se basa en la diversidad que caracteriza la producción campesina y que, por tanto, no puede encontrar respuesta en las acciones gubernamentales de que se dispone. Es decir, no se puede atender con un “paquete tecnológico”. Y así lo explica Armando Bartra: “…entre los pequeños y medianos productores agropecuarios la especialización es una anomalía”. Se trata de la milpa que, siguiendo con Bartra, se hace cuando se produce “mediante sutiles policultivos”. El MIAF reconoce la diversidad articulada y virtuosa que caracteriza al campesino. En Haciendo Milpa. Diversificar y especializar: estrategias de organizaciones campesinas, Bartra agrega: “…hacer milpa es aprovechar la diversidad natural mediante una pluralidad articulada de estrategias productivas, unas de autoconsumo otras comerciales, que incluyen tanto las semillas nativas como las mejoradas, que recurre tanto al monocultivo como a los policultivos y emplea las tecnologías de vanguardia, pero también los saberes ancestrales”. Podemos afirmar que existen evidencias de la pertinencia actual de este modelo productivo y es de esperar que todavía se alcancen mejores resultados. Un apunte importante tiene que ver con el hecho de que la posibilidad de gestionar -no así la práctica productiva, que les es consustancial- es lejana para los pequeños productores, pues la compleja y cambiante reglamentación que rige a los programas gubernamentales hace imposible que por sus propios medios puedan acceder a los mismos. Ha tenido que ser un intermediario con un pie dentro de las comunidades y otro en los intrincados procesos gubernamentales, el que ha hecho posible que esta experiencia inicie y se sostenga a lo largo de más de un lustro. Otra cara de la moneda son los abundantes gestores que, trabajando a nombre propio o de algunas organizaciones, medran con las necesidades de los pequeños productores y se benefician de la intrincada maraña de regulaciones que la administración pública ha ido construyendo alrededor de los programas que pueden impulsar este tipo de iniciativas. También resulta evidente que los programas que conforman la “oferta institucional” no apoyan iniciativas como esta por su enfoque mono productor o bien porque se trata de subsidios que tienen como requisito central la condición de pobreza, cuando lo que se requiere es una lógica de fomento. Es así que su construcción ha exigido tener la capacidad de gestión ante ventanillas y reglamentaciones diversas, buscando formular expedientes y proyectos que en su esencia permitan tanto darle continuidad a la iniciativa como cumplir con la diversidad normativa. Es algo de la mayor complejidad. Superada la barrera de la gestión y disponiendo de los recursos financieros, empieza la tarea de poner en marcha la iniciativa, de desarrollar las nuevas capacidades no por la vía escolarizada, sino de acuerdo con la forma campesina de aprender haciendo y observando. El intercambio horizontal de saberes ha sido esencial. Tal vez el elemento de mayor relevancia en este punto es disponer de una asistencia técnica de calidad y sostenida, para lo cual la mezcla del trabajo de Proasus y el Colpos hacen la diferencia, pues generalmente este tipo de apoyos sostenidos y de alta calificación no están disponibles. Es evidente el agotamiento del modelo de atención a la población rural centrado en las transferencias condicionadas. Es necesario volver la vista a la creación de capacidades para desarrollar emprendimientos productivos sostenibles. Ahí esta iniciativa puede competir por el apoyo de organismos nacionales e internacionales. Nos encontramos pues ante un claro ejemplo de innovación social, entendida como “…la generación de nuevos productos, servicios, procesos y/o modelos que simultáneamente satisfacen las necesidades sociales, crean nuevas relaciones sociales e incrementan la capacidad de acción de la sociedad…”, de acuerdo con Edwards-Schachter. Esto para el sector público supone empezar a desarrollar formas de trabajo más inteligentes, integrando, por ejemplo, la protección del medio ambiente de manera transversal en las acciones orientadas a impulsar el desarrollo económico y social. Y resulta indispensable en este momento de crisis de confianza hacia las instituciones gubernamentales, en las que se requiere una profunda reflexión sobre nuevas y mejores formas de generar valor público. Las reflexiones más recientes para encontrar alternativas a la situación que hoy enfrenta la pequeña producción rural apuntan en la misma dirección. Así lo explica Julio Berdegué: “Las estrategias de reducción de la pobreza rural fueron creadas el siglo pasado, y están basadas en supuestos que ya no son necesariamente válidos. Necesitamos soluciones del siglo XXI a este problema”. Alain de Janvry por su parte decía: “Hay que ir más allá de la tecnología agrícola y el acceso a la tierra y pensar en la transformación de los sistemas de producción. El objetivo fundamental es permitir a la gente hacer un uso productivo de su tiempo durante todo el año, y no depender sólo de los ciclos agrícolas”. Esta propuesta está a la vanguardia para atender a este segmento de productores rurales y seguiremos trabajando en la construcción de un modelo de intervención diferente como el que empieza a perfilarse en esta experiencia. Tenemos claro que en la situación crítica que atraviesan las finanzas y programas gubernamentales, las posibilidades de asegurar la continuidad descansan en reforzar la documentación de los resultados, para acreditar la buena aplicación de los recursos públicos. Una peculiar forma de terminar Hicimos este escrito en medio de la conmoción que hoy nos agobia. Mientras lo redactábamos tuvimos que interrumpir para refugiarnos. Amanecimos en medio de un antinatural silencio urbano; nos cruzamos en la calle con la solidaridad expresada en jovencísimas mujeres y hombres equipados con guantes, cascos y botas yendo a ofrecer su apoyo a donde se requiriese; vimos carritos repletos de supermercado con productos destinados a los modernos héroes voluntarios, participamos en reuniones de trabajo que al final sustituyeron las hojas y papeles por una larga fila de panes, jamones y aderezos para los voluntarios, con la naturalidad que no repara ni regatea lo que puede y tiene para sumarse a la fuerza que hoy moviliza las mejores energías nacionales y que obliga a repetirnos ese mantra que tan recurrentemente hacemos nuestro últimamente y tan necesario para no desfallecer: “…en tanto que dure el mundo, no acabará, no terminará la gloria, la fama de México-Tenochtitlan” (Memoriales de Culhuacán).
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