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Guatemala América Latina, un campo
Pablo Sigüenza Ramírez Caminar por el continente americano es caminar entre una milpa. Aprendí que el significado de hacer milpa, es construir un presente y un futuro para la familia y para la comunidad, con la participación colaborativa del conjunto de miembros de esa familia y esa comunidad. Así mismo veo a los pueblos que habitamos este continente, Abya Yala: una gran familia que en su concepción del mundo (la de los pueblos originarios y poblaciones campesinas) tiene claro que no puede subsistir si no es con la cooperación y la solidaridad entre los diversos. Así se comportan los cultivos en la milpa. Recuerdo que una noche de 1993 viajaba con mi madre y sus compañeros de estudio en un viejo camión extraurbano con destino hacia el municipio de Lanquín, en la Alta Verapaz, al norte de Guatemala. Ella asistía al curso de geografía como parte del profesorado en historia y ciencias sociales de la Universidad de San Carlos, de Guatemala. De la Ciudad de Cobán salimos a eso de las seis de la tarde rumbo a Lanquín. El objetivo era conocer las grutas formadas en los suelos calcáreos de la zona, conocer parte del recorrido del río Cahabón y dejarnos encantar por las aguas de Semuc Champey, pozas de agua azul turquesa sobre pequeñas plataformas de piedra bajo las cuales se introduce el gran caudal del río. Entrada la noche transitábamos por senderos de terracería con barranco a ambos lados del camino. Uno de los estudiantes le propuso al chofer del autobús cambiar la música de Los Bukis, que llevaba a todo volumen, por una cinta de música universitaria. La música me encantó, no era perorata romántica ni ritmo sin sentido. Era algo diferente. Durante el resto del trayecto sonaron varias voces, varios ritmos con tonos de guitarra acústica como elemento común. Letras que hablaban de procesos sociales que yo no entendí en aquel entonces. Le rogué a Mirna, mi madre, que pidiéramos prestada aquella cinta de audio de 90 minutos. Algunos meses después me llevó el casete. Mi papá le sacó copia en una cinta de marca Maxxel. Escuché muchas veces las canciones sin tener posibilidad de saber el nombre de aquellos cantantes y grupos musicales. Me aprendí las letras, que muy lentamente, con el paso de los años, fueron adquiriendo todo el sentido político de los mensajes cantados. Al llegar yo, a estudiar en la universidad estatal, conocí el nombre de algunas de aquellas voces y luego supe que el casete era la grabación de un concierto realizado el 19 de julio de 1983 en la Ciudad de Managua, Nicaragua, en la celebración del cuarto aniversario de la aún triunfante y esperanzadora revolución sandinista.
Aquella lejana noche en el autobús rumbo a Lanquín, escuché por primera vez la voz de Silvio Rodríguez. El cantautor cubano presentó, en aquel concierto de solidaridad con la revolución popular nicaragüense, sus hermosas canciones: El dulce abismo y Canción urgente para Nicaragua. Allí escuche también por primera vez a las voces de los hermanos Mejía Godoy, Adrián Goizueta, Daniel Viglietti y la gran Mercedes Sosa, cantando una sublime canción para mujeres y hombres campesinos. Alí Primera también estuvo presente en aquel concierto. Escuche además la hermosísima voz de Amparo Ochoa. Junto a ella cantó La maldición de la Maliche el entrañable Gabino Palomares. Con la llegada de los videos, ya entrado el siglo XXI, ubicamos el video de aquel viejo concierto realizado en la Plaza de la Revolución de Managua, veinticinco años atrás. Silvio Rodríguez, joven, ya con una frente muy amplia; la hermosa Mercedes Sosa con una presencia imponente; Alí Primera como gran filósofo del canto revolucionario; Amparo Ochoa con una sonrisa plena y Gabino Palomares con cara de niño pero con una contundencia en su música, impresionante. Ese concierto fue mi primer acercamiento a esta idea de América Latina como una milpa. Trovadores y trovadoras de muchos países latinoamericanos se reunieron para cantarle al pueblo de Nicaragua y dejar constancia de la abrumadora solidaridad, desde otras regiones, para el proceso revolucionario en Centroamérica. Acompañamiento de hermandad proveniente de pueblos que también luchaban en el continente en contra de dictaduras militares y sistemas económicos de explotación. Así como en esta reunión de cantores, cada vez que los latinoamericanos nos encontramos en eventos regionales, ya sea de estudiantes, o de campesinos y campesinas, o de maestros, de mujeres rurales, de trabajadores y trabajadoras, pintores, escritores, académicos, grupos religiosos o políticos, se conjugan una diversidad hermosa de lenguajes, pensamientos y acciones. Juntos y juntas hacemos milpa.
Quiero dejar constancia y reconocer el influjo de las letras de canciones como La letanía de los poderosos o La maldición de la malinche, escritas por Gabino Palomares, en la construcción personal de mi pensamiento orientado a la diversidad como fortaleza, este pensamiento-milpa que trato de cultivar. Son parte del proceso que ha forjado mis posiciones de clase y de identidad como mestizo kakchiquel, latinoamericano. Gabino presentó el jueves 6 de septiembre en el Museo Nacional de Culturas Populares, en la Ciudad de México el libro 100 Canciones de Amor y Patria. Un acto de mucho amor por la vida y por la humanidad, con hermosos comentarios de Elena Poniatowska, Paco Ignacio Taibo II y Jacinto Chacha. Nuestra identidad y cosmovisión se va formando desde las primeras experiencias de vida. Somos mucho de lo que escuchamos, lo que vemos, lo que sentimos. Yo, Pablo, soy bastante de lo que mi madre me ha enseñado durante 38 años, desde el útero y la teta; soy también un poco de lo recogido al caminar entre la milpa; y soy también, los acordes y letras de las canciones de Gabino y el resto de cantores y cantoras de aquel mítico concierto en Managua, aquella milpa latinoamericana de trovadores.
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