19 de agosto de 2017     Número 119

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

La dieta industrializada y la
epidemia global de obesidad

Alejandro Calvillo Director de El Poder del Consumidor AC  elpoderdelconsumidor.org  y alianzasalud.org.mx

Durante cientos de miles de años ingerimos alimentos para mantenernos sanos. Se cazaba y se recolectaba para alimentarnos. Se sembraba para alimentarnos. El consumo de algunas plantas y, posteriormente, de algunos fermentos se utilizó para experimentar estados alterados que en su mayor parte tenían un sentido sagrado o formaban parte de festividades.

Nunca antes el alimento cotidiano se convirtió en un producto que no alimenta, nunca antes se produjo alimentos con el fin de que cada persona consumiera más y más. Fue a partir de la Segunda Guerra Mundial –con la globalización de las grandes corporaciones de alimentos y la bursatilización de la economía, cuando cada gran empresa se propuso como objetivo central incrementar sus ganancias cada tres meses– que los alimentos dejaron de ser alimentos y se convirtieron en productos comestibles; es decir, dejaron de tener cualidades nutricionales para transformarse en productos que se pueden comer aunque no alimenten.

Estos productos se diseñan con el fin de vender más y ganar más. Se diseñan para ser atractivos por su color, su sabor y su textura; para ser híper palatables y generar en el cerebro la descarga de dopamina, de la hormona del placer, de la recompensa, a fin de inducir hábitos que rayan en la adicción. En el diseño intervienen ingenieros de alimentos que buscan que el producto tenga las cualidades mencionadas, quienes cuentan en su laboratorio con cientos y miles de ingredientes, la mayor parte sintéticos, para darles las cualidades más atractivas.

Los productos comestibles para niños de las grandes corporaciones son los que más colorantes y saborizantes artificiales incluyen, los que tienen la mayor cantidad de azúcar, sal y grasa. Esta triada (azúcar, sal y grasa) es el componente esencial de la comida chatarra y de la epidemia global de obesidad y diabetes. En la estrategia de las grandes corporaciones, los niños son el objetivo primordial de la publicidad y el diseño de estos productos, pues en ellos se puede generar el gusto de por vida a un producto y la fidelidad a una marca: un consumidor de por vida.

En los primeros años de vida se construye el gusto, el paladar, de los niños. Ahí se inicia el desplazamiento de los alimentos naturales, de las dietas tradicionales. Por ejemplo, actualmente se está introduciendo, de manera masiva, en los productos comestibles dirigidos a los niños los edulcorantes no calóricos: el aspartame, el acelsufame K, la estevia, etcétera. Las consecuencias en la salud del consumo excesivo y regular de estos ingredientes son aún desconocidas, ya que se trata de productos que se han introducido de manera muy reciente en la dieta.

Lo que sí sabemos es que estos edulcorantes generan y mantienen el gusto por productos comestibles altamente dulces, un gusto que es una de las causas principales de la epidemia de obesidad y diabetes.

La alteración del gusto, que lleva a sustituir los alimentos naturales y de la dieta tradicional, viene reforzada por multimillonarias campañas de publicidad aspiracional que vinculan el consumo del producto o de la bebida a la felicidad, a un modo de vida, a la aventura, a la pertenencia. En un país de excluidos, donde más de la mitad de la población vive en pobreza, la publicidad de estos productos presente en más de un millón 400 mil puntos de venta en el país (es decir, a la mano) ofrece la sensación de que al consumir el producto se pertenece a ese mundo de la publicidad, de la televisión, de los dominantes.

La sensación del consumo aspiracional producido por la publicidad se refuerza con la híper palatabilidad de los productos, por la descarga de la dopamina, un efecto claro de las bebidas azucaradas o endulzadas. El deterioro global de la alimentación es resultado de la sustitución de las dietas tradicionales por el consumo de alimentos ultra procesados, producidos por un grupo limitado de grandes corporaciones de alimentos. Estas corporaciones han constituido una de las maquinarias económicas más poderosas del planeta, que ocupa desde ingenieros de alimentos hasta etnólogos, expertos en neuromarketing y cabilderos que introducen sus productos, desplazando a los existentes.


FOTO: El Poder del Consumidor

El impacto en salud de los productos comestibles, también llamados alimentos ultra procesados, ha llegado al extremo de que no es sostenible, como tampoco lo es el consumo de combustibles fósiles que ha llevado al cambio climático.

Los límites del planeta y de la salud existen y nos obligan a reaccionar, tanto para enfrentar el cambio climático como la epidemia global de obesidad y diabetes.

El principal obstáculo para enfrentar la epidemia global de obesidad y diabetes son las grandes corporaciones que se han edificado en esta lógica bursátil. Su poder económico, lo sabemos, es un poder político.

Sin embargo, el reconocimiento de la dimensión del problema ha llevado a los mayores organismos internacionales a recomendar a los gobiernos nacionales regular el mercado de estos productos. No sólo la Organización Mundial de la Salud (OMS), también organismos que promueven el desarrollo económico ven en esta epidemia una amenaza a las finanzas de las naciones, e invitan a implementar regulaciones de mercado a estos productos, como lo ha hecho la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

En el mundo, destaca la región de América Latina en el impulso de políticas contra la obesidad, comenzando a regular el mercado de estos productos. En otras naciones se ha dado una defensa cultural de la dieta y del mercado de los alimentos. Naciones europeas que mantienen mercados y negocios locales, pequeñas y medianas empresas, bloquean la entrada a grandes supermercados y valorizan sus productos nacionales y regionales. Alemania con sus productos y empresas, Italia, Francia y Japón con su cocina. Los niños en la escuela aprendiendo a cocinar, distinguiendo los sabores de sus platillos, con pequeños huertos escolares o visitando a los productores del campo. En Brasil, las escuelas recibiendo los productos de los agricultores locales.

¿Ha escuchado usted alguna campaña del gobierno mexicano para valorizar el consumo del frijol, del amaranto, de los quelites? En el país, donde tenemos uno de los más altos índices de diabetes, existía el consumo del frijol como parte de la dieta tradicional; el frijol, cuyo consumo tiene cualidades preventivas para la diabetes. No existe ninguna campaña que le dé valor al frijol, que informe sobre sus cualidades.

Llega a ocurrir que si una familia campesina le invita a comer se avergüence de ofrecerle frijoles, por tener la percepción de que es un alimento de los pobres. El frijol es considerado uno de los alimentos más nutritivos, y combinado con el maíz, con la tortilla, ofrece una proteína de muy buena calidad.

Requerimos regular el mercado de la comida chatarra. Seguir el ejemplo de Chile, donde está prohibida la publicidad de estos productos dirigida a los niños en todos los medios, así como sus herramientas de engaño y manipulación; donde los etiquetados son muy claros y advierten si un producto es alto en azúcar, grasas o sal; donde estos productos no entran en las escuelas. Debemos aumentar el impuesto a los refrescos y destinar esos recursos para tener acceso a agua de calidad en las escuelas y los espacios públicos, para mejoras en las zonas más marginadas. Requerimos una campaña permanente para revalorizar nuestros alimentos y nuestra cocina tradicional. Necesitamos una autoridad inteligente y comprometida con el bien público.

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