Desarrolló su labor en unomásuno, Excélsior, El Financiero y La Jornada, entre otros
Miércoles 9 de agosto de 2017, p. 8
Jaime Avilés Iturbe (1954-2017), cronista y columnista que colaboró por décadas en La Jornada, murió en las primeras horas de ayer con dos libros inconclusos en el cajón de su escritorio y la firme determinación de seguir escribiendo y trabajando, pese al grave diagnóstico de un cáncer que hizo metástasis en varios órganos.
Un mensaje en la red de contactos de amigos y colegas del cronista, creado por sus hijos Juncia y Julio Avilés Cavasola, avisó a las 6.11 de la mañana sobre el desenlace del rápido progreso de la enfermedad. Avilés dejó de respirar a la 1.41. ‘‘Tenemos la tranquilidad de saber que se fue en sus términos, peleando hasta el último momento, en su cama y rodeado de mucho amor’’, escribieron.
El pasado 26 de junio se informó que Avilés había sufrido un infarto cerebral. Internado en terapia intensiva y hospitalizado de emergencia, se le encontró un gran tumor cerca del cerebelo. Estudios posteriores detectaron que el origen del cáncer estaba en los pulmones y que había hecho metástasis.
A partir de ese momento, los días restantes en la vida de Jaime Avilés, rodeada de un tropel de amigos, admiradores y colegas, fue una sucesión de rencuentros, despedidas tácitas, una decidida lucha por revertir la agresiva enfermedad, entradas y salidas del hospital. Todo esto salpicado por el ingenio inimitable del paciente, quien respondió a un internista que le preguntó cómo se sentía después de la cirugía: ‘‘Como operado del cerebro’’.
Jaime Avilés egresó de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) para aterrizar directamente en el periodismo. Inició su carrera en la edición vespertina del periódico El Día, llamada Crucero.
El mejor cronista de su generación
En 1977 se incorporó al equipo fundador del diario unomásuno, secuela de la ruptura del grupo de periodistas encabezados por Julio Scherer en el viejo Excélsior. Ahí desplegó un estilo de crónica periodística audaz, radicalmente distinta a la prosa de sus colegas de la vieja guardia, donde la vena literaria y el filo satírico no lo apartaron de la obligada lealtad a los hechos puntuales.
El México de los indígenas, la insurgencia sindical, la práctica cotidiana de la tortura en las delegaciones policiacas del entonces Distrito Federal, las dictaduras y las revoluciones latinoamericanas, entre otros, fueron sus temas.
Un botón de muestra de esos textos memorables es la ‘‘entrada’’ que redactó desde Managua en junio de 1979, para sintetizar la última patada de ahogado del dictador de Nicaragua, en su ocaso: ‘‘Dueño de los volcanes, de las llanuras, de los lagos, de los litorales, de la selva, de los pájaros, de los tiburones de agua dulce, de la niebla, de las reses y las piedras y los negocios y los soldados y la lluvia y de todo cuanto hay en el cielo y en la tierra de este país, amo y señor de Nicaragua, el general Anastasio Somoza hizo que anocheciera hoy aquí a las cuatro de la tarde. Y no es cuento’’.
Una antología de sus crónicas y reportajes, que abarcan desde 1977 a 1988, fue recogida por Grijalbo en el libro La rebelión de los maniquíes, que hoy es un ejemplar raro, de culto y herramienta para la enseñanza del oficio en México y otros países latinoamericanos.
También Carlos Monsiváis, quien lo consideró el cronista más notable de su generación, incorporó uno de sus materiales en el libro A ustedes les consta, al reproducir una descripción de la representación de La Pasión, del Viernes Santo en Iztapalapa.
La irreverencia
Militante del Partido Comunista de entonces, Avilés reivindicaba el derecho del periodista a tener opinión y vida política paralela al ejercicio de su profesión, a contracorriente del juicio dominante que rechazaba esta dicotomía, al grado de que fundó, en el interior del unomásuno, la célula Julius Fucik. Con su irreverencia abrió ventanas de aire fresco en la rígida militancia de los pescados de aquellos tiempos cuando, en una asamblea, pidió a los asistentes sincerarse ‘‘y que levanten la mano los que fuman mota’’.
Este compromiso con las causas sobre las que reporteaba y escribía lo llevó en los albores del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional a involucrarse en el movimiento indígena chiapaneco y posteriormente a ser un activo detractor del mismo. Sobre estos encuentros y desencuentros escribió dos versiones de un mismo libro: Nosotros estamos muertos y Adiós cara de trapo, donde consigna su ruptura con el subcomandante Marcos.
Siguió viviendo intensamente su vena de animal político, más recientemente como un decidido promotor de Morena y de Andrés López Obrador, con quien lo unió una fraterna amistad. En su libro más reciente, AMLO, la vida privada de un hombre público, logra penetrar en la intimidad de la familia del político que siempre ha mantenido su vida personal lejos del ojo mediático.
En los años 80 tejió una especial amistad con personajes del exilio sudamericano en México –chilenos, argentinos, uruguayos y brasileños– y como reportero viajó a esos países bajo dictadura, lo mismo que a Haití y República Dominicana.
Por una de esas estrechas amistades, Jaime viajó a Montevideo para acompañar a Eduardo Galeano en sus últimos días. También el amor le hizo emprender viajes sorprendentes, como aquél que lo llevó a Buenos Aires a la conquista de una famosa chef de la televisión. Consiguió una entrevista con la bella cocinera, mas no el romance.
A la salida colectiva de un grupo de periodistas de unomásuno, encabezados por Carlos Payán y Carmen Lira, Jaime Avilés buscó otros rumbos en el periodismo. En El Financiero publicó una columna titulada Cuarto de Plana.
El señor Mossca
Se incorporó a La Jornada en 1985 publicando reportajes especiales, algunos de ellos memorables, como la denuncia del maltrato dentro de las instituciones siquiátricas tradicionales o el caso de corrupción de Guido Belsasso, entonces director del Consejo Nacional contra las Adicciones (Conadic), que fue descubierto cuando el reportero Avilés se hizo pasar por el empresario italiano Francesco Mossca, al estilo del periodismo de inmersión practicado por el alemán Gunther Walraff. También editaba la sección taurina y escribía la cartelera de cine, lo que lo hizo establecer una rutina de tardes de cine para él y sus hijos de miércoles a sábado, sin falta.
Hijo de uno de los más importantes cronistas taurinos del siglo XX, Jaime Avilés y Ortiz, quien publicó por décadas una columna bajo el nombre de Lumbrera, Avilés hijo mantuvo el espacio renombrado como Lumbrera Chico.
Su columna política en este diario fue rebautizada por el autor en tres ocasiones. Primero fue llamada El Tonto del Pueblo, después Isla Canela –asuntos del corazón–y por último Desfiladero.
En 2012, Jaime se apartó de esta casa editorial. Inició un blog, Desfiladerito, que él mismo definió como ‘‘una sardina perdida en el océano’’. Más tarde inició –también en sus palabras– un ‘‘diminuto portal electrónico’’ al que denominó Polemón, ‘‘un semanario mensual que sale todos los días a veces’’ y que tuvo como principal plataforma de difusión la red social Twitter.
En este medio fue donde se informó puntualmente la evolución de la enfermedad de Jaime Avilés en sus últimos días.
El periodista también ejerció de dramaturgo y actor de carpa, con obras de sátira política escritas especialmente para puestas en escena de café concert.