Viejo calavera
amaradería. Luego de la muerte de su padre, trabajador en una mina de carbón boliviana, el joven Elder Manami (Julio César Ticona), languidece apático y ocioso en casa de su abuela, entregado a la droga y el alcohol y muy dado a las peleas. Su padrino Francisco (Narciso Choquecallata) intenta rescatar al joven de esta existencia sin sentido procurándole trabajo en una mina del poblado de Huanuni, mismo que Elder acepta a regañadientes para sólo persistir ahí en su conducta problemática. Esta mínima anécdota es la base narrativa de Viejo calavera, primer largometraje de ficción del boliviano Kiro Russo, y el pretexto para una exploración muy novedosa de un mundo laboral que pareciera por completo ajeno a la modernización neoliberal y a un mínimo concepto de calidad de vida. La faena laboral que describe la cinta parece en efecto detenida en el tiempo, semejante a la descrita por el naturalismo de Zola en el siglo XIX, con sus mineros agobiados por rutinas muy extremas, en condiciones insalubres, y expuestos a padecimientos pulmonares irreversibles y a menudo mortales.
Aunque la película, realizada en colaboración con el Sindicato Mixto de Trabajadores Mineros de Huanuni y actores no profesionales, pudiera tener una vertiente documental muy eficaz; su propósito parece ser el de rebasar todo marco de denuncia social para concentrarse en la complejidad sicológica de unos cuantos personajes. Esto lo consigue sólo en parte, pues lo que prevalece en realidad es una sugerente visión de conjunto: la comunidad minera capturada en su faena diaria, con su resistencia a las duras faenas laborales, con los trabajadores masticando coca todo el tiempo para soportar las inclemencias ambientales, y el esfuerzo de mantener incólume el ánimo apelando al estímulo moral de la camaradería. La palabra compañero se profiere continuamente en la cinta, como un intenso llamado a mantener a la colectividad unida frente a un destino adverso que amenaza con separar a los individuos. Frente a este ambiente de cohesión obrera, la actitud de un Elder alcohólico y pendenciero, semeja una anomalía extravagante y negativa. Lejos de juzgarla con dureza, el director la exhibe como un síntoma más de la descomposición moral que producen las condiciones infrahumanas del trabajo. Esta visión desilusionada y crítica tiene su complemento estético natural en la fotografía de Pablo Paniagua, incursión inquietante y muy lograda en las profundidades de la mina.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional, a las 12:30 y 17:30 horas.
Twitter: @CarlosBonfil1