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¿La Fiesta en Paz?

Lupe Sino, pareja de Manolete, y su fugaz retorno a México

C

on motivo del centenario del nacimiento de Manuel Rodríguez Sánchez Manolete –Córdoba, España, 4 de julio de 1917– volverán a correr ríos de tinta en torno al legendario diestro, cuya muerte, acaecida en Linares, provincia de Jaén, el 29 de agosto de 1947, no ha sido suficientemente aclarada al quedar en el aire demasiadas sospechas en torno a las verdaderas causas de su fallecimiento, más allá de la cornada que le diera Islero, de Miura, la tarde anterior.

Sin embargo, al utilizado, exaltado, descalificado y enamorado Manolo le habría gustado que se disiparan las dudas en torno a su amada Lupe Sino y su breve retorno a México, país donde la pareja, una vez casados, pensaba radicar la mitad del año. Pero las ambiciones de algunos, el ingenuo sentido de libertad del diestro y su inoportuno anuncio de que en octubre de ese año, una vez retirado de los ruedos, contraería matrimonio, pusieron sobre aviso a su apoderado, a sus amigos de confianza, a los cancerberos de las buenas costumbres, a los taurinos fundamentalistas y a todo el régimen de Franco, preocupado porque el torero que habían utilizado para olvidar una guerra se saltaba las trancas de la decencia y se dejaba ver con su amante por los países taurinos del orbe.

Antonia Bronchalo Lopesino, que en el medio artístico sería conocida como Lupe Sino, namejor ció en Sayatón, pequeño pueblo de la provincia de Guadalajara, España, el 6 de marzo de 1917.

Fue la segunda de nueve hijos y a lo largo de su vida tendría que aguantar no sólo las embestidas que toda mujer bella y con personalidad aguanta, sino que además fue objeto de un extraño encarnizamiento de prejuicios, calumnias y rechazos varios de taurinos, funcionarios, periodistas, familiares del diestro y la clerigalla en turno, pues en la España franquista no era bien visto que el portaestandarte de las virtudes de todo un pueblo y figura internacional de los ruedos anduviera luciéndose con esa mujer que, para colmo, ya había estado casada por lo civil –en 1937 con Antonio Verardini, un militar del IV Ejército Republicano, unión que terminó al concluir la Guerra Civil–, no podía tener hijos y se le calificaba, entre otras lindezas, de caza fortunas.

A Manuel Rodríguez, tan dueño de sí y de su determinación delante de los toros, poco o nada le importó el juicio condenatorio de que Lupe era objeto y, enamorado como estaba, no midió las consecuencias de desafiar a todo el sistema ideológico que desaprobaba tan escandalizante, para los buenos, relación, al grado de que mientras Manolete expiraba luego de que se le administró, por órdenes del doctor Luis Jiménez Guinea, médico de la plaza de Las Ventas, un plasma noruego en mal estado que días antes ya había cobrado centenares de víctimas en el puerto de Cádiz, tras la explosión de un polvorín, en el cuarto contiguo Lupe Sino rogaba infructuosamente verlo ante la negativa terminante de José Flores Camará, apoderado del torero, y de Álvaro Domecq y Díez, amigo de confianza y quien había traído el plasma.

Al doble duelo de Lupe Sino –haber perdido a su famosa pareja y quedarse sin nada, pues que le gustaran las joyas y las pieles no la convertía en cazafortunas, no obstante que Manolete, sobre todo en México, ofreció comprarle una casa en varias ocasiones–, se añadió una serie de denuestos, responsabilizándola indirectamente de la muerte del diestro y cerrándosele las puertas en el medio cinematográfico, donde entre 1942 y 1948 había intervenido en tres películas –La famosa Luz María, de Fernando Mignoni; El testamento del virrey, de Ladislao Vajda, y El marqués de Salamanca, que dirigió Édgar Neville. Por ello, cuando su paisano, el director de cine radicado en México, Miguel Morayta, le ofreció un papel en La dama torera, Lupe no dudó en volver a México en 1949.

Hasta acá la perseguirían los inventos de una prensa amarillista e incondicional del régimen que ahora inventó que Lupe se había casado con un Manuel Rodríguez mexicano.

La realidad es que a sus 32 años Lupe Sino seguía siendo una bella y graciosa mujer con unos ojazos verdes y una sonrisa luminosa, de la que se enamoró a primera vista un simpático y próspero abogado, exitoso empresario del negocio inmobiliario, José Rodríguez Aguado El Chípiro, nada de Manuel, con quien se casó por el civil y la Iglesia en 1950. Sin embargo, no obstante la disposición de la pareja de apostar por una relación prolongada y la cálida acogida que tuvo Lupe de los familiares de El Chípiro Rodríguez, el matrimonio duró poco más de un año, en una lujosa residencia de la calle de Camelia, en la colonia Florida.

Una vez más el chismorreo y la maledicencia, ahora de periodistas de la Ciudad de México, acompañaron la decisión de la pareja, para incluso aventurar que Lupe se quedaría con tres casas que su esposo poseía en las Lomas de Chapultepec. De nuevo el sambenito de cazafortunas le fue colgado a Lupe, que sin casas a su nombre ni fortunas de que disponer, regresó a España en 1951, a su modesto piso del paseo Rosales, en Madrid, donde sola, rodeada de recuerdos y algunas fotografías, falleció el 13 de septiembre de 1959 a causa de un derrame cerebral, luego de 42 años de decir sí a la vida.