uevos encantos del erizo. De una edición a otra, el Tour de Cine Francés ha venido acostumbrando al público mexicano al disfrute de comedias de apariencia muy ligera que en realidad son radiografías muy sugerentes de los comportamientos, despropósitos y manías de una clase media urbana, y en ocasiones también de las risibles pretensiones y prejuicios de lo que alguna vez se presentó como una rancia burguesía francesa. El cine de Étienne Chatiliez (La vida es un largo río tranquilo, 1988; Tatie Danielle, 1990; Tanguy, 2001) fue al respecto, a finales del siglo pasado, todo un emblema de comicidad cáustica. Otro realizador, Bertrand Blier (Les valseuses, 1974; Traje de etiqueta, 1986) llevó, a su vez, la sátira hasta los límites de una provocación mediáticamente escandalosa, fenómeno que tuvo la duración fugaz de muchas otras modas. La comedia francesa suavizó luego el tono de modo considerable, al punto de inventarse un país que a muchos encantaba y a pocos convencía, el país que daba la espalda a los conflictos raciales y a las disparidades de clase, la utopía romántica de ese gran éxito de taquilla, El fabuloso destino de Amélie Poulain (2001), de Jean-Pierre Jeunet.
Desde entonces son pocas las comedias comerciales francesas que verdaderamente dejan huella. Muchas explotan sin mucha originalidad las fórmulas hollywoodenses de enredos sentimentales con desenlace feliz; algunas se aventuran, con osadía muy medida, en los terrenos del adulterio, la disfunción familiar o las parejas disparejas (una mujer muy alta enamorada de un hombre de muy corta estatura, pero con un irresistible encanto). Y así navega la comedia, entre clichés algo desgastados, provocaciones que son petardos mojados, algún toque de corrección política y un grado muy inofensivo de crítica social. Ocasionalmente surgen comedias muy redondas, como la exitosa cinta de Mona Achache, El encanto del erizo, basado en la novela homónima de Muriel Barber, que retoma el humor ácido e irreverente de otros tiempos, proponiendo, de paso, una encantadora historia de maduración sentimental. El éxito de ese tipo de comedia genera, a su vez, novelas y obras de teatro que tienen un tránsito afortunado a la pantalla grande. Tal es el caso de La estudiante y el señor Henri, basada en una pieza teatral homónima de Ivan Calbérac (Irène, 2002), un realizador muy solvente en el manejo de la comedia romántica.
Apenas transcurridos los primeros 15 minutos de la cinta, cualquier espectador, por poco experimentado que sea, puede adivinar su desenlace. Lo sorprendente es que eso en realidad importa muy poco y en nada merma la eficacia narrativa. Si algo hay de muy disfrutable en la película de Calbérac es la tónica y brío de las interpretaciones, en especial la del veterano Claude Brasseur con su estupenda composición como Henri Voizot, un viudo avinagrado e irascible, en cuya boca el director pone las frases más demoledoras y políticamente incorrectas de la historia. Su encuentro, en tanto casero reticente, con Constance Piponnier (Noémie Schmidt), una joven provinciana recién llegada a París, incapaz de concentrarse en sus clases de literatura, distraída y siempre torpe tanto en el negocio familiar de venta de verduras como en los exámenes escolares que invariablemente reprueba, será para ambas partes una verdadera prueba de fuego.
Los talentos de la joven se sitúan, sin embargo, en otra parte: en el arte con que juega a tener una baja autoestima, en el humor y espíritu lúdico con que, de modo irreverente, desbarata la solemnidad y los groseros tratos de su casero. Una apuesta singular entre la estudiante y el señor Henri habrá de zanjar las antipatías mutuas, y en el modo en que todo esto se lleva a cabo, reside una buena parte del interés y encanto de la cinta.
Imposible no pensar en Los bañistas (2014), la comedia mexicana de Max Zunino, con una pareja igual de conflictiva y dispareja que interpretan Juan Carlos Colombo y Sofía Espinosa. La película tiene la crisis económica, el desencanto social y el drama de las personas sin techo como vigoroso telón de fondo, pero el filme francés, por su parte, haciendo caso omiso de toda problemática social, parece contentarse con ser una muy eficaz comedia de situaciones, y para suerte suya y nuestra, respaldada en todo momento por un desempeño actoral de primer orden.
Se exhibe en salas comerciales y en la Cineteca Nacional.