ariano Rajoy, presidente del gobierno español, y Pablo Iglesias, secretario general de Podemos, han dado vida a un diálogo de sordos, aderezado con nuevos actores: la portavoz de Podemos, Irene Montero, y del PSOE, José Luis Ábalos, nombrado por Pedro Sánchez. El resto repetían cartel. Irene Montero abrió la sesión, dejando constancia de las dotes de actriz atesoradas. Midió sus expresiones, dominó el escenario, sabía gesticular y fruncir el seño. En el horizonte, seducir a los millones de posibles votantes que seguían el debate por televisión. Debía allanar el terreno a su líder. El objetivo, destapar la trama corrupta montada ex-post, y sobre la cual ha gobernado el Partido Popular, transformándose en una organización para delinquir y esquilmar las arcas públicas. No le faltó razón. La trama, nombre acuñado para referirse al establishment, a la cual pertenecen jueces, empresarios, periodistas, intelectuales, ideólogos, capital financiero y políticos desde la base hasta la cúspide, alcaldes, diputados, senadores, presidentes de comunidades, ministros y presidentes de gobierno. Un eje trasversal que facilitó al Partido Popular esquilmar las arcas públicas, generalizar la corrupción política y favorecer sus cuentas bancarias. Su discurso apeló a las emociones, a la rabia contenida, en ese instante, nos sentimos identificados, cómo no estarlo, cuando espetaba a la bancada de los Populares: ¡corruptos, vergüenza deberías tener! y enumeraba los casos de corrupción por orden alfabético. Así durante dos horas.
El resto fue anécdota. Rajoy, cuando tomó la palabra pasó de largo, limitándose a señalar que su gobierno revirtió la crisis en la cual el PSOE había dejado el país, abriendo un nuevo periodo de crecimiento, prosperidad y empleo. Ni una palabra sobre corrupción. Todo lo dicho por Montero era irrefutable. El turno pasó a manos de Pablo Iglesias. Su coletilla, ustedes, como ha demostrado Irene Montero, no están en condiciones de gobernar. Nosotros somos el futuro, ustedes el pasado. Ni nos vendemos, ni somos corruptos. Entre falsas sonrisas, descalificaciones, aplausos y exclamaciones, trascurrió su perorata. Rajoy, en su turno, intervino para decir lo mismo. Ustedes no pueden gobernar, no es bueno para España y los españoles no los quieren, no tienen proyecto y su modelo es el populismo de Venezuela. Comodín para descalificar sin argumentos, sembrar desconfianza y apelar al miedo.
De esta guisa, la moción de censura un instrumento destinado a cambiar dinámicas institucionales, se trasforma en fuego de artificio. No se trata de nueva o vieja política, partidos emergentes o tradicionales. La moción de censura, cuyo fin es destituir al gobierno, se ha invocado tres veces con fines espurios. Sus promotores estaban avocados a la derrota. ¿Entonces para qué traerla a colación? La respuesta hay que buscarla en la estrategia partidista.
En la antesala del golpe del 23 F, el rife y rafe entre los dos partidos hegemónicos, UCD y PSOE, se fraguó la primera moción de censura. El PSOE se presentó como alternativa y su líder, Felipe Gonzalez, como el candidato. Consiguieron 152 votos, de los 176 necesarios. Les apoyó el PCE, el Partido Andalucista, y miembros del Grupo Mixto. Nacionalistas Vascos y catalanes se abstuvieron. Sin embargo, el gobierno de Adolfo Suárez, y su partido, obtuvieron una victoria pírrica. Sus familias, democristianos, liberales, socialdemócratas, conservadores, entre otros, entraron en crisis. La OTAN, la incorporación a la Comunidad Europea, el concordato con el Vaticano, la reforma fiscal, el parón de las autonomías, avivaron el fuego. Fue el principio del fin de UCD. En 1982, el PSOE obtenía mayoría absoluta. Adolfo Suárez era pasado. La moción de censura fue el punto de inflexión, el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 acabó con UCD.
La derecha entró en un periodo de refundación. Manuel Fraga Iribarne, representante del tardo franquismo, asumió la tarea de recomponer la derecha para disputar al PSOE el gobierno. Así, puso en marcha una segunda moción de censura, esta vez contra el gobierno de Felipe González. En 1987, bajo el cartel de Alianza Popular, se fraguó la trama. El candidato a presidente no fue Fraga Iribarne, recayó en la figura del nuevo secretario general de Alianza Popular, Hernández Mancha. Su handicap, no ocupar escaño, la moción fue su puesta de largo. Obtuvo 67 votos a favor, 195 en contra y 70 abstenciones. Pero, el objetivo, aglutinar a las fuerzas de la derecha, tuvo éxito, llevándose por delante al propio Hernández Mancha. El tardo franquismo unificaba la derecha española y tomaba las riendas. En enero de1989 se fundó el Partido Popular, su líder, un joven diputado, José María Aznar, su mentor, Fraga Iribarne. Siete años más tarde, en 1996, el PSOE, carcomido por los escándalos de corrupción, el terrorismo de Estado, (caso GAL), verá como el PP, con José María Aznar a la cabeza, gana las elecciones. Objetivo cumplido.
En junio de 2017 asistimos a la tercera moción. Podemos, tercera fuerza política con 46 diputados, los restantes 25 corresponden a la coalición Unidos Podemos, donde cohabita Izquierda Unida, Compromis, En Comú, EQUO y ANOVE. A diferencia de las anteriores mociones, su objetivo se ha difuminado, por errores de cálculo. Primero, dando ganadora en las primarias del PSOE, al aparato con Susana Díaz a la cabeza. El sorpasso, Podemos lo daría en la moción de censura, encumbrando a su líder, Pablo Iglesias, como único opositor real al gobierno de Rajoy. El triunfo de Pedro Sánchez desbarata la estrategia, pero era tarde, Podemos no retiró la moción, lo más sensato. En su defecto, apeló a la nueva dirección del PSOE y a Pedro Sánchez para que presentasen una moción alternativa que apoyarían. Error de cálculo. El PSOE inicia congreso con otros objetivos. Concluyendo, la moción ha sido un fiasco, Podemos pierde espacio, no da el sorpasso y cede iniciativa al PSOE, evidenciando una visión cortoplacista. Más allá de los cantos de sirena, Podemos se declama en pasado. ¿Y ahora qué?