onald Trump cumplió ayer sus primeros 100 días al frente de la Casa Blanca en medio de dos nuevos fracasos en los frentes político y económico. Por una parte, pese a contar con mayoría en ambas cámaras del Congreso, no ha logrado la aprobación del presupuesto para el año fiscal que concluye el 30 de septiembre, por lo que la bancada republicana debió implementar una ley parche
que le permita aplazar una semana el cierre gubernamental –la parálisis de todos los servicios públicos, excepto los considerados estratégicos–. Por otro lado, se dio a conocer que tanto el producto interno bruto (PIB) como el gasto de los consumidores y el gubernamental registraron sus peores desempeños de los últimos tres años para un primer trimestre, además de una abrupta caída con respecto al trimestre anterior, el último del pasado gobierno demócrata.
Estos recientes tropiezos de la administración republicana pueden explicarse en parte por la absoluta inexperiencia política del mandatario, quien jamás había desempeñado un cargo público. Como el propio Trump declaró a la prensa, quien tomó las riendas de la mayor potencia militar del planeta el pasado 20 de enero, se encuentra sorprendido por el hecho de que ejercer la presidencia de Estados Unidos sea más difícil e implique mayor cantidad de trabajo que su vida anterior como magnate inmobiliario y presentador de televisión.
Se entiende también que el desconocimiento de las reglas y mecanismos institucionales más básicos de que hace gala el empresario lo haya llevado a cometer repetidas pifias políticas, entre las cuales la más significativa hasta ahora fue su fracaso en reunir los suficientes votos legislativos entre sus propios correligionarios para desmantelar la Ley de Cuidados de la Salud Asequibles o Affordable Care Act de su antecesor, Barack Obama. El veto judicial a los anticonstitucionales y xenófobos decretos con que buscó prohibir la entrada de ciudadanos musulmanes y suspender el programa de asilo político, así como la incapacidad de conseguir fondos para el muro fronterizo con México, su principal promesa de campaña, son otros tantos reveses que han deslucido la imagen de gran triunfador con que atrajo al electorado.
Sin embargo, la ineficacia del gobierno de Donald Trump, y la parálisis económica y política que suponen para su nación, serían de la incumbencia exclusiva de los ciudadanos estadunidenses si no fuera porque van acompañadas, en el plano externo, de peligrosas bravuconadas y agresiones unilaterales que han exacerbado conflictos tan complejos como la guerra en Siria y el contencioso entre las dos Coreas. Las acciones del actual régimen republicano en los escenarios mencionados ponen en riesgo la ya frágil estabilidad mundial y, debido a la impericia diplomática tanto del mandatario como de quienes conforman su círculo más cercano, amenazan con arrastrar al mundo a una catástrofe de dimensiones imprevisibles.
Ante la tentación de usar la política exterior para desviar la atención de los fracasos internos, la comunidad internacional debe vigilar que Trump se ciña a la legalidad, respete de manera irrestricta la soberanía del resto de las naciones y evite provocaciones que compliquen innecesariamente los conflictos en curso.