Sábado 29 de abril de 2017, p. a16
Se cumplieron cien años del nacimiento de la persona más importante en la historia de la voz humana en el ámbito del jazz, y el mundo parecía absorto en naderías.
La semana que hoy termina debió haber estado repleta de ella, Ella.
Como suele suceder con los valores esenciales en música, la celebración ocurrió corazones adentro.
Ella Jane Fitzgerald llegó a este plano temporal el 25 de abril de 1917. Su madre se llamaba Temperance y fiel a su nombre salió adelante con su hija cuando William, el progenitor, las abandonó.
Ella Jane nació con miles de aves que anidaban en su pecho y esos seres alados se alimentaban de las sonrisas de la niña y durante toda su vida el vuelo y el canto de las aves fueron el signo de ella, Ella.
Tenía 76 años, una nieta llamada Alice y complicaciones por diabetes cuando expiró, el 15 de junio de 1996, pero antes emitió su testamento para todos nosotros, sentada, como todos los días, en su jardín y exclamó: lo único que quiero es escuchar cantar a las aves y oír las risas de mi Alice
.
Cada vez que suena un disco de ella, Ella, las aves cantan más bonito.
Ella Jane entró a la historia cuando era todavía una adolescente y cantó durante una semana entera en la Harlem Opera House y de inmediato el baterista Chick Webb la llamó para ser la cantante de su orquesta. El crítico del New York Times definió el hallazgo así: es un diamante en bruto
.
Desde el inicio fueron claras las tres influencias primordiales de las cuales ella, Ella, construyó un estilo propio, eterno, inconfundible: Louis Armstrong, Bing Crosby y, sobre todo, Conne Boswell, líder de las Boswell Sisters.
Cuenta la leyenda que el scat, ese fino arte de decirlo todo sin palabras para en su lugar articular sonidos vocales, es un invento de Louis Armstrong.
Cuenta la leyenda que Satchmo (boca de saguán) inventó ese artilugio por accidente, pues dicen que estaba un día en el estudio de grabación cuando presa de furor tiró el atril con la partitura de un trompetazo, un aletazo de oro aéreo, y como no tenía en papel lo que seguía, lo inventó.
Así, en lugar de decir oh my love, decía dabadidú yei yei; en vez de decir I love you baby, decía om dubidubidú dubi dubi yeiii.
Ella superó a Satchmo. La alumna superó al maestro. Ergo: quien inventó el scat es ella, Ella.
Para confirmarlo es suficiente con escuchar la versión scat de ella, Ella, del clásico How high the moon.
Dibidubidap dadí dibidubiuba ubaubauba iiiiiiii biubiubiubibá iiiiiii
¿Ya se percató usted, bella dama, elegante caballero, que ella, Ella, canta como cantan las aves?
Para confirmarlo es suficiente con escuchar la versión del mundo y sus maravillas en las notas bellísimas, increíbles y siempre frescas del piquito del mirlo primavera.
O en el pitido dulce y amoroso de una pareja de cardenales que llaman a la ventana de ella y vienen a cantarle todas las mañanas de abril.
Porque ella nació en abril.
Ella Fitzgerald canta también como cantan los volcanes, los géiseres, las cascadas de Iguazú, las montañas del Himalaya, las ballenas, los lirios, los jazmines, las rosas, los claveles.
La voz de Ella Fitzgerald es un bouquet.
Es un misterio develado y al mismo tiempo un misterio por develar.
Su torrente vocal entona siempre himnos de gozo, cánticos de alegría, el brillo del sol siempre tintinea en sus vocales, se mece en sus vaivenes. Esplende.
¿Por qué el mundo no se volcó en celebraciones esta semana por el centenario de la máxima figura vocal del jazz?
Entre las muchas respuestas ubiquemos una de índole técnica: lo de ella, Ella, fue el bebop.
Al igual que Charlie Parker, para el Disquero el máximo exponente del misterio del bebop, Ella Fitzgerald desplegó sus alas a placer en el bebop.
Ese era el territorio donde su scat resultaba prodigio, donde el asombro se adueñaba del rostro de todos los circunstantes, donde los redactores de los periódicos ya no tenían palabras.
Y entonces inventaron los epítetos: First Lady of Song, Queen of Jazz, Lady Ella...
Ninguno de esos motes le hace justicia, porque ella, Ella Jane, está más allá de las palabras. Esa es una de las razones por las que inventó el scat.
Pero como el mundo no entendía el bebop, así como muchos no quieren entender el lenguaje de las aves, Ella Fitzgerald la pasó mal durante una temporada, pues nadie la quería contratar para que ella experimentara, hiciera música novísima.
Y regresó al songbook, al gran repertorio de la lírica estadunidense, ese mismo abrevadero del que ahora sorbe Bob Dylan y por eso le otorgaron el Premio Nobel de Literatura.
Las piezas clásicas suenan diferentes, muy diferentes. Suenan siempre a algo nuevo, en la voz de Ella Fitzgerald.
De manera que los territorios de su reinado se volvieron interminables.
Para gozar de los prodigios de su scat, escuche usted el track inicial del segundo de los tres discos que conforman el álbum the hidden world of ella fitzgerald.
Ese disco triple forma parte de la serie the hidden world of cuyos capítulos dedicados a Billie Holiday, Miles Davis y Lou Reed, entre otros, ha reseñado ya el Disquero.
El que ahora está dedicado a Ella Fitzgerald traza el retrato más completo asequible.
El primer tomo de ese álbum triple muestra sus influencias y sus primeras grabaciones. El segundo, ya mencionado, muestra su reinado scat y sus colaboraciones con Louis Armstrong y grandes clásicos. Por eso ese segundo volumen se titula Te Be bop and songbook years.
El tercer tomo, Live and the Duke Sessions se inicia, literalmente, con un bocado de cardenales, de esos que llegan a la ventana de ella y picotean el cristal para anunciar el concierto: Concerto for drums, a cargo de Louis Bellson, quien es con Gene Krupa uno de los pilares del jazz desde la batería, ese instrumento tan poco entendido también porque la gente suele esperar fuegos de artificio en lugar de musicalidad, que es lo que despliega Bellson en este track inicial del tomo tres de este disco magistral.
El espacio se acaba. Recomiendo, para festejar a Ella, un disco clásico: Ella & Louis, y su secuela: Ella & Louis Again. Un prodigio. (El track 10 del disco dos del álbum triple referido párrafos antes es un ejemplo sublime de ese dúo de aves canoras, Ella and Louis).
También recomiendo el álbum Ella abraza Jobim. Y, last but not least, un tesoro: Jazz at the Philharmonic. The Ella Fitzgerald Set. Prodigio.
La próxima vez que escuche usted el canto de un ave, piense en ella, en Ella Jane, y sonría.
Porque ella cantaba para eso. Para hacernos sonreír.
Lo mismo hacen las aves cuando cantan.