a economía mexicana, de acuerdo con los datos del Inegi analizados por J. Heath (Reforma, Negocios p.5, 5/4/17), tuvo su último periodo recesivo en 2009. De entonces a la fecha, ha habido un periodo de expansión que dura más de 90 meses. Antes de la recesión de 2009 habíamos tenido otro ciclo largo de crecimiento de 54 meses, de mediados de 2003 a enero de 2008. Estos dos ciclos se caracterizan porque se registran bajas tasas de crecimiento, que promediadas son de apenas 1.7 por ciento anual. El calificativo con el que puede describirse este desempeño es mediocre.
Estos 13 años recientes de mediocridad económica ocurrieron en un entorno que tuvo momentos muy favorables, junto con otros que resultaron claramente negativos. Muchos países de América Latina aprovecharon el boom de precios de las mercancías que exportaban y vivieron una etapa de crecimiento acelerado que les permitió logros sociales importantes. México, en cambio, en las buenas y en las malas, mantuvo un desempeño aletargado, en el que el producto por habitante se ha mantenido prácticamente estancado.
Este 2017, como sabemos, está siendo complicado y podría empeorar. Las previsiones del gobierno federal señalan que el producto interno bruto (PIB) crecerá entre 1.3 y 2.3 por ciento en el año y que en 2018 se crecerá entre 2 y 3 por ciento. En la más reciente encuesta realizada por Banxico a especialistas del sector privado, estimaron que el PIB crecería este 2017 un 1.49 por ciento y el año próximo aumentaron su estimación de 2.09 a 2.12. Se trata de ritmos de crecimiento que están muy lejos de los que requieren los mexicanos.
El pírrico crecimiento de 1.7 por ciento no ha sido suficiente para que se generen los puestos de trabajo que demandan los jóvenes que se han venido incorporando al mercado laboral. Festejar que algunas previsiones se han revisado al alza por primera vez en cinco años, como lo ha hecho el secretario de Hacienda, José Antonio Meade, resulta verdaderamente desatinado.
No se trata de que mejoren los pronósticos, sino que se determine lo que hay que hacer para alcanzar la tasa de crecimiento de la economía a la que el gobierno federal se comprometió al entregar los Criterios Generales de Política Económica.
El gobierno federal no presenta estimaciones, sino lo que considera que crecerá la economía en función del desempeño de las variables de política económica que maneja, así como del comportamiento de indicadores relevantes del sector privado y, por supuesto, de la economía mundial. Contrario a lo que supone el secretario Meade, el asunto no es si alguien elevó sus expectativas sobre la economía mexicana, lo realmente importante es lo que el gobierno federal hará para que se cumplan con las metas establecidas en el Presupuesto y en la Ley de Ingresos.
Lo que se espera del secretario de Hacienda es un programa de acciones con las que se enfrenten los vientos negativos que nos llegan de América del Norte. Su obligación es responderle a los mexicanos. El gobierno se congratula, además, de haber disipado las dudas de las calificadoras sobre la situación financiera de Pemex y el tamaño del déficit fiscal, olvidando que el problema central es el bienestar de los mexicanos, particularmente de los que menos tienen.
Lo cierto es que en los años que le restan a la administración peñista la economía mexicana seguirá en la mediocridad. Peña podrá decir que no estamos en crisis, y en términos estrictos tiene razón. Pero para muchos mexicanos lo que vivimos es una verdadera crisis múltiple: una crisis de crecimiento económico, una enorme crisis de violencia y una crisis de corrupción.
La mediocridad en el crecimiento no permite generar los nuevos puestos de trabajo necesarios para ocupar a millones de subempleados. La violencia que vivimos es inadmisible en cualquier país
La corrupción en los diferentes niveles de gobierno es bochornosa. Cualquiera de estas tres situaciones críticas en otros países hubiera puesto en jaque mate a sus gobiernos y aquí el gobierno piensa que no hay crisis.