l próximo 23 de abril tendrá lugar la primera vuelta de la elección presidencial en Francia. Se habla de un proceso sin precedentes por muchas razones: participan 11 candidatos; luego, dos de ellos, los más populares, se presentan como candidatos antisistema: Emmanuel Macron, quien pretende ofrecer una alternativa de centro izquierda y centro derecha (para mantener el equilibrio y las probabilidades en su favor) con el movimiento que ha denominado En marche, y Marine Le Pen, abanderada del Front National, quien representa a la extrema derecha.
Se dice que el proceso es novedoso también porque un tremendo meteorito frenó la carrera del delantero, el candidato de la derecha democrática, François Fillon, antiguo primer ministro de Nicolás Sarkozy. La noticia de que su esposa, Penélope Fillon, percibió durante años un muy buen salario mensual en su calidad de asistente parlamentaria de su marido, ha sido devastadora para un aspirante que se decía modelo de probidad. Contrariamente a lo que hubiera podido esperarse en una situación más o menos convencional, el tremendo tropiezo del candidato de derecha no ha favorecido a la izquierda, sino a la extrema derecha. El escándalo mandó a Fillon al tercer lugar en las preferencias de los electores, a más de 10 puntos porcentuales de distancia de Le Pen y de Macron, que hoy se disputan el primer lugar con un porcentaje que varía entre 25 y 26 por ciento.
La posición aventajada de Marine Le Pen y del Front National no es ni una llamarada de petate ni un ramalazo intempestivo. El partido –o movimiento, como prefiere autodefinirse– participó por primera vez en elecciones presidenciales en 1974. Ciertamente, Jean-Marie Le Pen, el padre del FN y de Marine, obtuvo sólo 0.75 del voto; no obstante, a partir de las elecciones de 1984 para el parlamento europeo, el FN ha participado de manera consistente y ha obtenido en ambos tipos de elecciones –presidenciales y europeas– porcentajes nada despreciables, que se colocan entre el 11 y 18 por ciento que recibió Marine Le Pen en la presidencial de 2012.
Faltan todavía tres semanas para el primer escrutinio, y más de un mes para la segunda vuelta, que tendrá lugar el 7 de mayo. Como ocurren las cosas ahora en el mundo de la política, más meteoritos pueden caer y día con día aumentan las probabilidades de que Marine Le Pen contienda en la última etapa de la elección; en ese caso, los más optimistas creen que todos los partidos se aglutinarán en el rechazo al FN, como ocurrió en 2002, cuando Jean Marie Le Pen se enfrentó a Jacques Chirac, quien obtuvo una mayoría inusitada de más de 85 por ciento. Ganó los votos incluso de muchos que cruzaron la boleta en su favor aunque se taparon las narices para poder hacerlo. Sin embargo, hay indicios de que hay que ser prudentes y mirar con cuidado los cambios que han ocurrido en los anteriores 15 años, mismos que, a mi manera de ver, han aumentado las probabilidades de una victoria de Le Pen.
Jean-Marie Le Pen, el fundador del FN, se abrió a codazos un espacio en el escenario político francés con un discurso ferozmente agresivo, ultranacionalista, antisemita, que negaba el Holocausto y denunciaba a las élites y a la Unión Europea. Marine, la hija, se ha propuesto desdemonizar
al FN, ha renunciado a la ferocidad y enarbola un discurso nacionalista, pero el tono es más conciliador; por ejemplo, en relación con la UE propone un referendo. Su objetivo, y así lo ha dicho, es desplazar a la derecha del tipo Les Républicains, del corte Fillon, y para allá se encamina; esto es, el FN ya no quiere ser el partido antisistema del papá. Tanto así que Marine, sin tocarse el corazón, expulsó del partido a Jean-Marie. El parricidio ha sido una prueba poderosísima de su determinación de hacer del frente un partido. No obstante, incluso sin necesidad de semejante demostración, Marine Le Pen podría hoy subirse a la cresta de la ola antinmigratoria que envuelve a Europa y que en Estados Unidos llevó al poder a Donald Trump. El regreso del nacionalismo le favorece, al igual que el creciente rechazo a la globalización y a la UE. No obstante, la victoria del Lepenismo depende sobre todo de la participación, y las recientes encuestas muestran una gran volatilidad de los votantes no entre partidos, sino entre abstencionismo y participación. Desde esa perspectiva, los aliados del FN son los políticos corruptos a quienes sólo podemos acercarnos, en México como en Francia, si nos tapamos las narices.