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Así resuenan las afinidades
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Periódico La Jornada
Sábado 18 de febrero de 2017, p. a16

Teoría y práctica de las afinidades.

Durante los siglos XVI y XVII floreció en Inglaterra un sonido de belleza extrema.

Cuerpo de bailarina, el instrumento donde nació ese sonar era un dechado de belleza y era la más pequeña en la familia de las violas, en particular de las bas de viol, instrumento supremo que el Disquero ha referido en varias grabaciones, a cargo de Jordi Savall, con las composiciones de Monsieur de Saint Colombe y Marain Marais, personajes dilectos del escritor francés Pascal Quignard.

Lyra viol se llamaba ese instrumento. Constaba de seis cuerdas y era un encordado de estructura singular, porque cada una de esas cuerdas, hechas con tripas de carnero, tenía pareja, sombra, doble, fantasma, dupla, aura de metal, formaban equipo de manera que sonaban mediante el principio de la resonancia simpatética.

La etimología griega de la palabra simpatético quiere decir: de sentimientos afines.

Si uno escucha el disco titulado William Lawes. Complete Music for Solo Lyra Viol (harmonia mundi), experimentará sentimientos afines.

Ese sistema de cuerdas simpatéticas, o cuerdas resonantes, existió en la Inglaterra del siglo XVII y también en India. A diferencia del sitar, la lyra viol conduce al trance de maneras muy íntimas.

Así como Monsieur de Saint Colombe conmueve, Marain Marais marea, William Lawes llena lagos con suspiros.

William Lawes nació en 1602 y murió a los 43 años de manera casi idiota; aunque su deceso ocurrió cuando formaba parte del ejército leal al rey, las crónicas apuntan que nadie le apuntó, es decir que fue sin querer queriendo, que a alguien se le chispotió, como indican algunos historiadores, citando a célebre pensador mexicano, un disparo. Que resultó fatal.

Y deveras que fue idiota tal deceso, o simpático (simpatético no), como alguna escena de Woody Allen, porque a Memito (así le decían sus cercanos, que eran muchos) lo querían tanto, pero tanto, que estando la patria (su patria, la nuestra no) a punto de una guerra civil, le pusieron a Memito un uniforme militar, con el que se veía muy mono, y lo asignaron a la guardia del rey, nunca lo enviaron al frente de batalla, para que nada le pasara. Y le pasó.

Conmoción generalizada. Lloraron ríos. Los dolientes, porque los ríos no lloran.

William Lawes era amado por todos no solamente por simpático, sino por su música simpatética. Su capacidad de conmover era tan grande, que espejeó a otro gigante a quien también le decían Memito quienes lo querían: don William Shakespeare.

En su Soneto VIII, Shakespeare crea el efecto de resonancia simpatética de la siguiente manera:

Music to hear, why hear’st thou music sadly?
Sweets with sweets war not, joy delights in joy;
Whay lov’st thou that which thou receiv’st not gladly,
Or else receiv’st with pleasure thine annoy?
If the true concord of well-tuned sounds,
By unions married, do offend thine ear,
They do but sweetly chide thee, who confounds
In singleness the parts that thou shouldst bear

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y así continúa William Shakespeare generando sonidos simpatéticos a partir del ordenamiento gentil de las palabras. Joy delights in joy. El gozo se regocija en el gozo. Resonancia.

El hermoso disco que ahora nos ocupa contiene emociones en resonancia continua. A diferencia del resto de Europa, las denominaciones de las danzas que reproduce y hace resonar William Lawes tienen nombres de exquisitez más sencilla, pero contundente: almain, coranto, saraband; correspondientes o equivalentes a las allemandes, courantes y sarabandes de Bach, por ejemplo.

Es una música sencilla, maciza. Contundente. Es una música que sonríe, siempre sonríe. Flota y nos hace sentir que flotamos. Vuela y nos lleva con ella. Es la música que anida en la belleza de las alas de las mariposas.

Por eso era amado William Lawes. Porque escribía para hacer felices a los demás. Y por eso cuando murió, cruel ironía, el dolor inundó con ríos de lágrimas todo el entorno. Hubo manifestaciones de duelo clamorosas, discretas, de alarido, modosas. Pero ninguna como la de su amigo, el poeta Robert Herrick, quien le escribió un poema de despedida que tituló Upon M. William Lawes, The rare musician:

Sho’d I not put on blacke, when each one here
Come with his cypress, and devotes a teare?
Sho’d I not grieve, my Lawes, when every lute,
Violl, and voice is, by thy lose, struck mute?
(…)
Some this, some that, but all in this agree,
Musique had both her birth and death with thee.

De alarido. Un poema de alarido. ¿Cómo no condolerme, Lawes mío, cuando todo laúd, toda viola, toda voz con tu muerte han enmudecido? Cómo no te voy a querer, amado músico, si como dice el poeta, tu amigo: la música tuvo al mismo tiempo contigo parto y partida.

De alarido. Resonancias de alarido. Resonancias de suspiros. Sonidos quietos, por igual que danzarines (sí, como el árbol bien plantado mas danzante, de Piedra de Sol). Sonidos como suspiros, como gemidos. Gritos de ángel. Sonidos de doncella a la distancia, de quien solamente vemos sus labios hechos u, como si nos mandara un beso. A la distancia. Tan distante. Y sin embargo resuena. Resuena su voz en mi corazón.

William Lawes. Viola lira.

Que esas cuatro palabras basten para decir: tal es la teoría y la práctica de las afinidades.

Resonemos.

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